Las
lecciones aprendidas de las historias que nos cuentan son nuestros guías en la
toma de decisiones vitales. Por ejemplo, ¿cómo superamos una adversidad?
Supongo que
antes de responder a esta primera pregunta, debemos hacernos otra. Por ejemplo, ¿por qué debemos superar esa
adversidad?
La primera
se refiere a las estrategias y a las tácticas. La segunda se refiere a nuestras
motivaciones. ¿Por qué lo haríamos? ¿Cómo lo haríamos?
Hay
distintas razones por las que la gente hace lo que hace. Algunos buscan
satisfacer su ego o sus necesidades. Otros quieren desarrollar su personalidad.
Y otros se dedican a servir a los demás. Los motivos pueden ser egoístas,
altruistas o ambos. La forma de superar los obstáculos depende de cada
situación. Hay que elegir la estrategia y la táctica más adecuadas para cada
caso.
Por
ejemplo, un estudiante de medicina para aprender a curar las enfermedades tiene
que estudiar mucho, hacer prácticas, pasar exámenes, competir con otros candidatos,
etc. La estrategia de ser perseverante, disciplinada y proactiva. Su táctica es
organizar su tiempo, buscar apoyo de sus profesores y compañeros, y aprovechar
todas las oportunidades de aprendizaje.
¿Y la fe?
También. Lo más razonable es tener una fe que se basa en la razón y que
persigue un ideal moral.
¿Es posible
vencer el reto? ¿Tengo la habilidad y el talento? ¿Lo hago por una causa noble?
¿Mi acción contribuirá a un bien?
Solo quien
se atreve a enfrentar el peligro por una causa noble puede llamarse valiente. El
héroe es quien vence el miedo y la cobardía. Pero no basta con ser audaz,
también hay que ser prudente. Quien actúa sin pensar, por impulso o por
orgullo, no demuestra valor, sino temeridad. El valor es una virtud que se
cultiva con sabiduría. Porque quien se lanza de un edificio creyendo volar como
Superman no es valiente. Está loco. El optimismo iluso es un delirio.
La
interpretación clásica de la historia de David y Goliat es que el pequeño puede
ganarle al grande, si tiene fe en Dios: La fe lo puede todo. Es una historia de
fe, esperanza y superación.
El problema
es que bien sabemos que la fe no es una garantía de victoria. De ser así, el Papa
sería el campeón mundial de boxeo. Es decir, “Dios ayuda al que madruga”. Se
requiere de esfuerzo, trabajo y acción.
Si
aceptamos que solo la fe en Dios nos garantiza el triunfo en las contiendas,
podríamos llegar a cometer muchas locuras. El escuchar esta interpretación en
la homilía de una misa nos hace sentir muy bien. Pero obviamente se trata de
una versión simplista y superficial. En el mejor de los casos, incompleta.
Claro que no
fue una lucha tan desigual, como muchos creyeron. David tenía más que fe a su
favor. Tenía la juventud, la agilidad, la inteligencia y la destreza de quien
sabe usar la honda con maestría. La honda, esa arma tan poderosa y temible,
capaz de lanzar una piedra con la fuerza de un rayo. Goliat, en cambio, solo
tenía su enorme estatura y su fuerza bruta. Nada más. David lo sorprendió con
su atrevimiento y su confianza. Porque Goliat lo menospreciaba. Porque no
esperaba que un muchacho tan pequeño y delgado le hiciera frente. La
inteligencia y la habilidad, unidas a su fe y a sus razones, le dieron la
victoria inesperada. Inesperada para los que lo miraban con desdén. David sabía
lo que hacía desde el principio. Sabía de lo que era capaz. No le importó que
los demás lo subestimaran.
No podemos confiar
ciegamente en la fe, ni tampoco podemos ignorarla. No podemos actuar solo por
impulsos, ni tampoco podemos renunciar a nuestros sueños. No podemos subestimar
a nuestros enemigos, ni tampoco podemos sobreestimar nuestras fuerzas. No
podemos olvidar nuestros valores, ni tampoco podemos imponerlos a los demás. No
podemos asumir que todo saldrá bien, ni tampoco podemos temer que todo saldrá
mal.
La historia
de David y Goliat nos enseña que la adversidad se puede superar, pero también
que hay que ser hábiles y valientes. Nos enseña que la fe es importante, pero
también que hay que ser inteligentes. Nos enseña que el éxito es posible, pero
también que incluye el riesgo de fracaso. Nos enseña que la vida es una
aventura, pero también un desafío. La fe hace falta. Pero la prudencia,
también.
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