domingo, 21 de enero de 2024

La cabellera de Sansón

 


Somos seres contradictorios. En cada uno de nosotros conviven luces y sombras, virtudes y defectos. A veces brillamos en lo que hacemos, otras veces nos hundimos en el fracaso. A veces somos sabios, otras veces ignorantes. A veces tenemos el poder, pero nos falta la prudencia para usarlo bien. El poder sin sabiduría es un camino a la ruina. La impulsividad es un riesgo.

Sansón era un gigante de músculos, pero un enano de espíritu. Quizás su origen y su infancia le marcaron con heridas que nunca sanaron. Quizás por eso no supo dominarse a sí mismo. Su fuerza le hizo vencer en las batallas, pero su pasión le hizo caer en las trampas. Al final, su punto débil fue más fuerte que su punto fuerte. Y así terminó su vida, entre ruinas y lágrimas.

La historia de Sansón empieza antes de su nacimiento. Sus padres eran unos humildes israelitas que no podían tener hijos. Un día, un ángel se les apareció y les anunció que tendrían un hijo que sería un gran héroe para su pueblo. Pero había una condición: el niño debía ser consagrado a Dios desde el vientre, y nunca debía cortarse el cabello, pues en él residía su fuerza.

Así nació Sansón, un niño bendecido por Dios, que creció con una fuerza sobrenatural. Con el tiempo, se convirtió en un valiente guerrero que luchaba contra los filisteos, los enemigos de Israel. Sansón realizó muchas hazañas, como matar a un león con sus propias manos, o derrotar a mil soldados con una quijada de asno. Pero también cometió muchos errores, como casarse con una mujer filistea que lo traicionó, o enamorarse de otra mujer llamada Dalila, que lo engañó.

Dalila era una espía de los filisteos, que querían descubrir el secreto de la fuerza de Sansón. Ella le preguntó varias veces a Sansón qué debía hacerse para quitarle su fuerza, y él le mintió. Pero al final, Sansón se dejó seducir por Dalila, y le reveló la verdad: su fuerza estaba en su cabello. Entonces, mientras Sansón dormía, Dalila le cortó el cabello, y lo entregó a los filisteos.

Los filisteos se burlaron de Sansón, le sacaron los ojos, y lo encadenaron en una prisión. Allí, Sansón se arrepintió de su pecado, y le pidió a Dios que le devolviera su fuerza una última vez. Dios escuchó su oración, y le concedió su deseo. Sansón aprovechó que lo llevaron al templo de los filisteos, donde había miles de personas, y empujó las columnas que sostenían el edificio. Así, Sansón murió junto con sus enemigos, y cumplió su misión de liberar a su pueblo.

Su cabello era su orgullo y al cortarlo le quitaron su dignidad y su honor. Era una humillación que le rompió el corazón. El cabello era una señal de poder, valentía y gloria. La traición de su amante era un trago amargo de tragar. Sobre todo, una traición que era la consecuencia de un error de juicio y la falta de dominio propio. Las tijeras de Dalila simbolizan los riesgos de las elecciones imprudentes. El sacrificio de todo por un capricho fugaz.

Esta es la historia de Sansón, un hombre de contrastes, que fue capaz de lo mejor y de lo peor. Un hombre que nos enseña que la verdadera fuerza no está en los músculos, sino en el alma.

Gustavo Godoy

No hay comentarios:

Publicar un comentario