Somos seres
contradictorios. En cada uno de nosotros conviven luces y sombras, virtudes y
defectos. A veces brillamos en lo que hacemos, otras veces nos hundimos en el
fracaso. A veces somos sabios, otras veces ignorantes. A veces tenemos el
poder, pero nos falta la prudencia para usarlo bien. El poder sin sabiduría es
un camino a la ruina. La impulsividad es un riesgo.
Sansón era
un gigante de músculos, pero un enano de espíritu. Quizás su origen y su
infancia le marcaron con heridas que nunca sanaron. Quizás por eso no supo
dominarse a sí mismo. Su fuerza le hizo vencer en las batallas, pero su pasión
le hizo caer en las trampas. Al final, su punto débil fue más fuerte que su
punto fuerte. Y así terminó su vida, entre ruinas y lágrimas.
La historia
de Sansón empieza antes de su nacimiento. Sus padres eran unos humildes
israelitas que no podían tener hijos. Un día, un ángel se les apareció y les
anunció que tendrían un hijo que sería un gran héroe para su pueblo. Pero había
una condición: el niño debía ser consagrado a Dios desde el vientre, y nunca
debía cortarse el cabello, pues en él residía su fuerza.
Así nació
Sansón, un niño bendecido por Dios, que creció con una fuerza sobrenatural. Con
el tiempo, se convirtió en un valiente guerrero que luchaba contra los
filisteos, los enemigos de Israel. Sansón realizó muchas hazañas, como matar a
un león con sus propias manos, o derrotar a mil soldados con una quijada de
asno. Pero también cometió muchos errores, como casarse con una mujer filistea
que lo traicionó, o enamorarse de otra mujer llamada Dalila, que lo engañó.
Dalila era
una espía de los filisteos, que querían descubrir el secreto de la fuerza de
Sansón. Ella le preguntó varias veces a Sansón qué debía hacerse para quitarle
su fuerza, y él le mintió. Pero al final, Sansón se dejó seducir por Dalila, y
le reveló la verdad: su fuerza estaba en su cabello. Entonces, mientras Sansón
dormía, Dalila le cortó el cabello, y lo entregó a los filisteos.
Los
filisteos se burlaron de Sansón, le sacaron los ojos, y lo encadenaron en una
prisión. Allí, Sansón se arrepintió de su pecado, y le pidió a Dios que le devolviera
su fuerza una última vez. Dios escuchó su oración, y le concedió su deseo.
Sansón aprovechó que lo llevaron al templo de los filisteos, donde había miles
de personas, y empujó las columnas que sostenían el edificio. Así, Sansón murió
junto con sus enemigos, y cumplió su misión de liberar a su pueblo.
Su cabello
era su orgullo y al cortarlo le quitaron su dignidad y su honor. Era una
humillación que le rompió el corazón. El cabello era una señal de poder,
valentía y gloria. La traición de su amante era un trago amargo de tragar.
Sobre todo, una traición que era la consecuencia de un error de juicio y la
falta de dominio propio. Las tijeras de Dalila simbolizan los riesgos de las
elecciones imprudentes. El sacrificio de todo por un capricho fugaz.
Esta es la
historia de Sansón, un hombre de contrastes, que fue capaz de lo mejor y de lo
peor. Un hombre que nos enseña que la verdadera fuerza no está en los músculos,
sino en el alma.
Gustavo Godoy
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