Antes,
nuestros antepasados se la pasaban cazando mamuts, trepando árboles y
enfrentándose a osos. Hoy, pasamos ocho horas diarias frente a una pantalla,
simulando productividad mientras actualizamos nuestro perfil de LinkedIn.
En busca de
vidas más interesantes, llenamos nuestro tiempo libre (que ya no es tan libre)
con clases de chachachá, yoga caliente y carreras de obstáculos. Hacer nada
parece haberse convertido en un lujo inasequible. Lo peor es que nos sentimos
culpables por descansar. ¡Incluso ir al baño descuadra nuestra agenda! ¿Quién
hubiera imaginado que la evolución nos llevaría de cazar mamuts a cazar 'me
gustas' en Instagram?
Buscamos la
felicidad en gimnasios, clases de cocina internacional o en obras de teatro
alternativo. Al final, ¿qué obtenemos? Un cuerpo dolorido, una mente exhausta y
la sensación de no estar viviendo como una Kardashian (aunque, sinceramente, no
me gustan las Kardashians).
Antes, ser
vago era casi un arte. Te tirabas todo el día en el sofá, comiendo pizza y
viendo películas de kung fu. ¡Era glorioso! Ahora, viendo videos de gatos en
YouTube, te sientes como un fracasado existencial.
Quiero ser
Indiana Jones: escalar montañas, bucear con tiburones y aprender a tocar el
ukelele. Pero, al mismo tiempo, quiero dormir hasta el mediodía sin consecuencias.
¡La paradoja del posmodernismo!
Se podría decir
que ser un héroe en estos tiempos es como ser una estrella de Hollywood: todos
anhelan el papel principal, pero nadie quiere lidiar con los paparazzi y los
problemas de salud mental que conlleva. En otras palabras, el éxito es
agotador. Quisiera ser el rey de la siesta, pero la sociedad me pide que sea
Iron Man 24/7.
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