En el prologado periodo del Paleolítico, los seres humanos
vivieron en pequeños grupos de cazadores y recolectores con estructuras sociales muy horizontales.
Parece ser que tan solo aproximadamente diez
mil años atrás a partir del periodo conocido como el Neolítico, esto comenzó a
cambiar gradualmente. Primero, el cambio se originó en determinados lugares y
luego, con el tiempo, se expandió a lo
largo y ancho del planeta. Fue la implementación de la agricultura y la domesticación
de animales que permitió un vertiginoso aumento de la población y la aparición de
la división de trabajo y la especialización. Mientras que en la sociedad paleolítica,
todos se conocían personalmente y cooperaban estrechamente en tareas comunes,
en etapas posteriores, aunque biológicamente éramos los mismos , debido a las
nuevas realidades, la sociedad humana se volvió mucho más compleja y dinámica. Las
personas se vieron forzadas a convivir con extraños. Los relaciones tomaron
un carácter mucho más impersonal e indirecto que antes. Esto aumento el grado
de desconfianza y tensión entre los miembros de la sociedad.
Todo grupo requiere de un orden interno para funcionar adecuadamente. Mientras mayor
sea el tamaño del grupo, mayor es la necesidad de orden. En los seres gregarios
con grandes poblaciones como las hormigas y las abejas se puede apreciar un
orden social mecánico y perfectamente regulado. El hombre paleolítico dentro de sus pequeñas
bandas se ayudaba entre sí pero nada parecido a las grandes colonias de algunos
insectos. Biológicamente, el ser humano no evoluciono como uno entre miles, mucho
menos como uno entre millones.
En la edad Media, la vida en general se hallaba pesadamente
regida por la tradición. Aunque había poco libertad personal en el sentido
moderno, no todo era malo. Todas las personas ocupaban un determinado lugar en
el orden global de las cosas. Esto
aportaba un sentido de seguridad y pertenencia. Las personas no aspiraban más
de lo que le estaba establecido por nacimiento. A partir del Renacimiento hasta nuestros días,
la humanidad ha logrado liberarse de los muchas de las cadenas que la oprimían en
el pasado, pero, por otro lado, se ha desarraigada de tal manera que carece de
puntos de orientación en donde apoyarse. Se siente solo y perdido entre la
muchedumbre sin saber qué rumbo tomar. Perdió el beneficio de contar con un
mundo fijo y estable, esto se convirtió en ansiedad, aislamiento e impotencia. Tanta
libertad lo aturde y lo ha vuelto neurótico. Corre desesperadamente buscando frenéticamente ser reconocido por los
demás para ganar algo de seguridad y confianza en sí mismo.
En nuestros días, la carrera social consiste en consumir cosas,
acumular cosas y ostentar cosas. El consumismo es la gran quimera de la modernidad. Hoy somos valorados en la medida que
consumimos. Títulos, carros, casas, ropa, aparatos, personas, de todo. Hoy en día , el valor simbólico de los objetos es mucho más importante que su valor utilitario. El consumismo consiste en utilizar las
cosas como símbolos de nuestra posición social que cada momento debe mejorar. El paraíso siempre estará en la próxima compra.
Esta es una carrera
sin final que en la actualidad adquiere
patrones circulares, absurdos y muchas
veces ridículos. Por ejemplo, una
celebridad viste un atuendo original para que de esta manera puede distinguirse y lucir
especial ante la gente común. Luego, las
masas aspiran lograr un estatus social similar a la celebridad mediante la imitación. Con
el tiempo, este atuendo es común entre todos y pierde su carácter distintivo.
Naturalmente, la celebridad pronto nota esta contradicción y cambia rápidamente
de atuendo. Y todo comienza de nuevo. Esto es un ciclo que se repite a ritmos cada vez más acelerados. Todos
los miembros de la sociedad participan en esta carrera de manera frenética por
miedo a descender en la escala social. La presión es inmensa. Esto afecta principalmente
a la clase media que son los primeros consumidores y el publico predilecto
de la televisión , las cadenas de tiendas y las corporaciones multinacionales. Consumimos compulsivamente para llenar
nuestro vacío existencial porque carecemos de lazos verdaderos que nos conecten al mundo. La
sociedad contemporánea está padeciendo de una profunda crisis espiritual.
Esta locura del “más es mejor” es una gigantesca tontería. Juzgar
a los demás por su poder adquisitivo y su nivel de consumo es una tremenda
ridiculez. La verdad es que cada ser humano es único y especial. Todos somos miembros
de la humanidad y todos pertenecemos a este lindo planeta. La mejor manera de distinguirnos
y al mismo tiempo pertenecer no es comprando cosas que en realidad no necesítanos,
sino siendo auténticos, aprendiendo
cosas nuevas, contribuyendo a los demás, creando, y sobre todo, cultivando un
gran corazón. No valemos por lo que tenemos,
sino valemos por lo que somos.
Gustavo Godoy
Articulo publicado por el Diario El Tiempo de Valera , Viernes 23 de octubre de 2015 en la columna Entre libros y montañas
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