En una época de movilidad, no es raro
que las personas busquen como solución a sus problemas mudándose de lugar. Muchas
veces el lugar donde habitamos carece las condiciones necesarias para poder
llevar la vida que deseamos. Y existen otros lugares donde estas condiciones si
existen. Entonces, emigrar es una
alternativa muy sensata. Tal vez
corremos peligro y debemos escapar en busca de seguridad. Tal vez vivimos en la
pobreza y existen mayores oportunidades económicas en otros horizontes. Tal vez
poseemos una rara habilidad donde solo es posible desarrollarla en sitios muy
específicos. No todos los lugares ofrecen el tipo de educación que queremos,
entonces debemos dirigirnos a un destino donde si la ofrezca. Otras veces es simplemente que nuestra alma vibra
con lugares que se parecen más a nosotros que donde nos
encontramos circunstancialmente.
Lo cierto es que el movimiento de
personas a un lugar a otro es algo
común. Muchos países aceptan inmigrantes porque sienten que estas
personas aportaran cosas buenas a la
sociedad. A menudo los inmigrantes traen dinero, talentos, o mano de obra económica, cosas atractivas para el país receptor. Sin embargo, también es verdad que para algunos sectores los inmigrantes no son bien vistos. Un inmigrante muchas veces es un desafío
para sus anfitriones. Estos con frecuencia alteran el ambiente laboral, afectan
el mercado inmobiliario, introducen elementos ajenos a la cultura local,
compiten con los nativos, colocan una carga adicional a muchos servicios. Es algo complejo.
El problema migratorio es un fenómeno
mundial. Afecta todo el planeta. Sin
embargo, en los últimos años, la crisis en el mediterráneo ha alcanzado niveles
preocupantes. Los inmigrantes provenientes
del Medio Oriente y el África arriesgan sus vidas en peligrosos viajes por tierra
y mar huyendo de las duras circunstancias que sufren en sus países de origen anhelando una vida mejor en Europa. Esta situación le plantea a los europeos grandes desafíos. Ya son millones los nuevos ingresos y seguramente en los próximos años estos números
seguirán creciendo. Esta realidad ya
están causando tensiones debido a las fuerzas contrastes culturales entre los
nuevos y los nativos. Muchos de los inmigrantes provienen de sociedades
tradicionales y predominantemente
musulmanes. No es extraño que al
enfrenarse con la moderna y liberal
sociedad europea se generen ficciones entre las partes.
Ahora el mundo está obligado a buscar soluciones
de estos problemas. Evidentemente, la legislación vigente en materia migratorio
es inadecuada. Estimula al inmigrante a realizar peligrosos viajes para solicitar
asilo. Unos países asumen casi todo la responsabilidad, mientras otros evaden
brindar mayores aportes. Entre tanto
desorden es muy difícil canalizar los talentos en actividades productivas ya
que no existen opciones para normalizar los procesos. Por
otra parte, la manera de cómo operan los campos de refugiados no ofrecen
ningún futuro. No hay educación. No hay
trabajo. No hay esperanza. Solo la suficiente comida y techo para vivir unos
años más. Por encima de todo, la situación en los países de origen cada día
parece empeorar. Se debe repensar las cosas y cambiar el modo
de tratar esta crisis. Cambiamos o el problema crecerá sin control por
muchos años más.
Debemos comenzar reconociendo que una
persona nunca es un problema. Una persona es un potencial, una esperanza. Una persona
nunca es ilegal. Nunca es un extraño
sino alguien que pertenece tanto como nosotros.
¿A qué lugar pertenecemos realmente?
Pertenecemos no donde nacimos
sino donde escogimos luchar. Pertenecer
es una decisión. Escogemos el futuro que deseamos construir. Uno pertenece al
lugar donde ha creado lazos.
Son nuestros valores y nuestros esfuerzos los que construyen un
verdadero hogar.
Gustavo Godoy
Artículo publicado por El diario El Tiempo ( Valera, Venezuela) el viernes 09 de Septiembre 2016 en la Columna Entre libros y montañas
Ver blog: www.entrelibrosymontanas.blogspot.com
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