¿Cómo sopesamos una vida? ¿Bajo qué criterio valoramos un camino recorrido? ¿Por los aplausos de los demás, por el tamaño de nuestros bolsillos, o por lo mucho que hemos amado? Muchos podrían decir que al amigo Diógenes no le ha ido muy bien en la vida. Si por pura curiosidad lo colocarámos en una balanza para pesarlo, probablemente el hombre no pesaría mucho. En realidad, era muy ligero. Y, por supuesto, aquí no me estoy refiriendo a su peso corporal. Estoy hablando en lo concerniente a sus triunfos materiales. Porque Diógenes no tenía mayores posiciones. Claro, tenía lo suficiente para vivir. Pero más allá de eso, nada. Sus necesidades básicas estaban cubiertas pero no podía ostentar mayores lujos. Tampoco tenía poder, fama o influencia. Estaba muy lejos de los grandes centros urbanos del mundo moderno como Nueva York, Londres o París. Vivía en una desconocida y pequeña ciudad de provincia en una humble nación periférica. No era el jefe de nadie ni controlaba el destino de nadie. Si se tratara de una guerra, probablemente estaríamos hablando de un simple voluntario de la Cruz Roja, alguien sin cargo ni rango. Más allá de su reducido entorno, nadie lo conocía. Ni siquiera tenía familia. Como nunca se casó siempre pensó que lo más prudente era no tener hijos. Entonces, estaba solo. Y, como no le gustan las mascotas, no tenía ni perro. Es decir, que si el día de mañana dejará de existir, prácticamente no estaría dejando nada atrás.
Si nos dejamos llevar por las formas y las apariencias, sería cierto, la intrascendental vida de un bohemio empedernido como Diógenes estaría desprovista de grandes trofeos que exhibir. Porque para valorar a las personas como él hay que indagar en lo que no se ve. Ya que Diógenes era como un témpano de hielo. Su verdadero tamaño se podía apreciar no en la superficie sino en lo profundo. Su riqueza estaba en el mundo de lo intangible, no en lo externo. Juzgarlo por su monedero solamente sería un error.
Era diferente. Tenía otros valores y otro concepto de lo que era la experiencia de vivir. Lo más sensato sería verlo bajo otro luz ya que él se regía por otras normas, muy distintas a las de los demás. Su filosofía se basaba en cuarto verbos, los verbos: disfrutar, aprender, aportar y amar. Aunque su realidad era pequeña, nada le faltaba. Lo tenía todo porque en su estrecho rincón existían muchas oportunidades para disfrutar, aprender, aportar y amar.
Se enamoraba, se desenamoraba y se volvia a enamorar. No solo de las damas. También de la belleza de las cosas simples. Buscaba lo eterno en el instante y en el detalle, el universo. Su vida se construía formando vínculos, conexiones y contactos. La experiencia de un encuentro íntimo y directo con el mundo. No poseía. Simplemente, vivía con el corazón.
¿Qué dejara atrás Diógenes después del momento de su muerte? Dejará buenos amigos, bellas acciones, lindos recuerdos, elevados pensamientos y locos amores.
Gustavo Godoy
Artículo publicado en El diario El Tiempo ( Valera, Venezuela) y en varios medios alternativos en diferentes países del mundo el Viernes 10 de Noviembre 2017 en la Columna Entre libros y montañas
ver blog: www.entrelibrosymontanas.blogspot.com
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