Desde tiempos remotos siempre ha existido entre los hombres la creencia de
que es posible predecir las cosas futuras. Tanto místicos como científicos de
diferentes épocas han admitido que existe la adivinación. La habilidad de
pronosticar hechos venideros siempre ha tenido sus adeptos. Y donde hay demanda
la sociedad humana siempre ha buscado las maneras de presentar diferentes
soluciones que la satisfagan. Hoy en todos partes del mundo hay personas que
declaran poseer esa facultad, ya sea gracias a un agudo sentido de la
observación, ya sea debido a una estrecha relación con supuestas fuerzas
sobrenaturales. Los inversionistas escuchan a los economistas para tomar
decisiones. Los enfermos acuden a los médicos para conocer la prognosis de su
enfermedad. Y los matemáticos utilizan números y estadísticas para hacer sus
proyecciones. Lo cierto es que toda empresa que involucre riesgos dentro
de un largo periodo de tiempo requiere cierto grado de anticipación y
preparación de nuestra parte. Y las predicciones, aunque por lo general
imprecisas, son fundamentales en ese proceso para poder así
ejecutar las acciones correspondientes y de ese modo obtener los mejores
resultados, sabiendo de antemano que no existen certezas pero sí
probabilidades.
Todo buen observador ha descubierto con el tiempo que el mundo al parecer
se rige bajo determinadas reglas. Y estas reglas tienden a repetirse en
el tiempo y en todos los lugares. Si un evento ocurrió en el pasado en
un lugar particular bajo determinadas circunstancias, este mismo evento
puede vuelve a ocurrir sin mayor sorpresa en el futuro y en un lugar
distinto. Eso solo si las mismas circunstancias se repiten. Entonces,
podríamos decir que si sabemos leer de un modo adecuado el presente es posible
adivinar acertadamente el pasado y el futuro sin mayores inconvenientes. Esto
se lo podemos atribuir a que el universo como lo conocemos aparentemente goza
de una unidad física y temporal incuestionable. En otras palabras, en la
gota se conoce al mar y en el comienzo, el final. Si bien es cierto que la
adivinación no es una ciencia exacta, eso se lo debemos no a la indeterminación
del universo sino a nuestras limitaciones como imperfectos observadores.
En la antigüedad, los adivinos estudiaban los rayos, el viento, el vuelo de
las aves y las entrañas de los animales sacrificados en busca de mensajes
divinos para predecir eventos de relevancia humana. La interpretación de
sueños, la lectura de las manos, entre otros métodos, han sido
practicados con mucha popularidad por diferentes culturas a lo largo del
tiempo. Y hasta los más escépticos de vez en cuando han caído en estas
tentaciones.
En la antigüedad también existían los oráculos. Cada cierto tiempo, luego
de aceptar las ofrendas de la concurrencia, una mujer bajo los efectos de un
delirio inducido por ciertos rituales expresaba la voluntad de los dioses en un
lenguaje incomprensible que solo los sacerdotes del templo podían interpretar.
Las respuestas, por lo general, ambiguas y enigmáticas, contaban con la fe de
los presentes que escuchan atentamente para la toma de decisiones. Todo esto
sin duda tenía una función. Solventaba la necesidad psicológica de aliviar las
angustias que conlleva un futuro incierto. Y, además, estimulaba la reflexión.
En este asunto de la adivinación debemos admitir que a pesar de toda la
charlatanería que gira alrededor del tema hay algo de mucha verdad. Sí hay
cosas predecibles. Del mismo modo que el canto de algunas aves nos
indica la pronta llegada del amanecer, la salud de una mascota; los
hábitos de una familia, ciertos cambios en el pelaje de la
marmota; la duración del invierno, o lo que vemos de una mancha errática en un
papel podría anunciar nuestras obsesiones. También se podría decir
sin temor a equivocarnos que en la vida es nuestra actitud la que
indudablemente determina nuestro destino. Porque la mejor manera de predecir el
futuro no está en la lectura del tarot ni en la consulta de los astros,
sino en forjarlo con nuestras acciones. En nuestro carácter está nuestro
futuro.
Gustavo Godoy
Artículo publicado en El diario El Tiempo ( Valera, Venezuela) y en
varios medios alternativos en diferentes países del mundo el viernes 03
de Noviembre 2017 en la Columna Entre libros y montañas
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