Contados son los que verdaderamente han leído la obra de
Marcel Proust. Los pocos que han empezado, en su mayoría, se han quedado en el
camino, abatidos y frustrados. Eso es porque leer a Proust no es tarea fácil.
Su lectura es una montaña difícil de conquistar. El primer desafío con el que
se topan los valientes es su tamaño, su
inmensidad. En busca del tiempo perdido, su novela, es una pieza enorme que
abarca más de cuatro mil intimidantes
páginas, divididas en siete generosos volúmenes. Esta es una obra que requiere
mucho tiempo y dedicación. Es muy
extensa, gigante. Por otro lado, el siguiente desafío es el estilo, sumamente
complejo y rico. El autor es gran amante de los detalles y de las frases
superlativas. Las oraciones son larguísimas, llenas de imágenes, metáforas y
recursos. Son capas y capas que caen dadivosamente como una cascada en un mar infinito de
palabras. Toma cierto esfuerzo y sensibilidad. Sin embargo, si uno logra
superar ileso las primeras 200 páginas,
no se puede parar. Uno se vuelve adicto ante tanta elegancia y placer.
Proust es un escritor brillante y excepcional. No es para todos. Pero para los que logra atrapar, no hay vuelta atrás. Ya nada será igual.
Marcel Proust (1871 –1922), aunque poco leído, es uno de los
escritores franceses más influyentes del
siglo XX. Durante su juventud, se codeó con la alta sociedad parisiense
pero luego se apartó y se recluyó,
por casi 17 años y hasta el final de su vida, en su habitación solitaria para dedicarse
únicamente a escribir. Abandonó todo por
la literatura. Era su obsesión. Su texto
es conciencia pura, un titánico monólogo interior. El narrador, en primera
persona, del mismo nombre del autor, trasmuta cada vivencia, cada impresión y
cada detalle cotidiano en una profunda experiencia interna. En busca del tiempo
perdido es una novela sobre el tiempo y el recuerdo. No, no es un mero relato
del pasado. En realidad, es una constante evocación de lo vivido. Apoyándose en
las ideas sobre la percepción subjetiva del tiempo del filósofo Henri Bergson,
Proust transforma, cualquier cosa, por ejemplo, el sabor de una magdalena con
un sorbo de té en una cadena de asociaciones sinfín que une el pasado con el
presente en un encuentro involuntario sumamente sentido. Esta es una novela
colosal. Es sobre el tiempo, la memoria, la imaginación, el amor, los celos,
las relaciones sociales, el arte, la homosexualidad, el desengaño, la belleza y
mucho más.
Proust nos recuerda, en sus libros, que todo es finito e
inconcluso, que el universo yace en las pequeñas cosas, y que solo en las
ilusiones y en los sueños podemos aspirar a la eternidad. Al final de la
novela, Marcel, el narrador, mientras reflexiona sobre su vida, llegó a la conclusión de que la única forma de fijar lo que ha vivido
en algo perdurable era escribir sobre ello. Convertir su vida en arte. Todo su
obra es sobre el como y el porqué Marcel
decidió convertirse en escritor y
la obra que uno está casi por terminar
de leer es la obra que el narrador está a punto de comenzar a escribir. ¡
Fascinante!
Artículo publicado en El diario El Tiempo ( Valera, Venezuela) y en varios medios alternativos en diferentes países del mundo el Viernes 26 de Enero 2018 en la Columna Entre libros y montañas
ver blog: www.entrelibrosymontanas.blogspot.com
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