¿Sobre qué escribimos cuando
escribimos de amor? ¿Cómo se describe el amor en el mundo de las letras? ¿Cómo
son los romances de novela? ¡Interesantes preguntas! ¿Eh? Sin embargo, el lector amante de las grandes historias de amor
podría contestar estas preguntas con relativa facilidad. Porque curiosamente
las historias de amor en la literatura se parecen mucho entre sí. Existen
elementos claramente universales en ellas. Que si nos ponemos a pensar sobre este
hecho, resulta realmente sorprendente. Hablamos, por ejemplo, de dos clásicos
sumamente influyentes dentro del género
de amor: Orgullo y Prejuicio y Anna Karenina.
En Orgullo y Prejuicio, Jane
Austin nos muestra dos tipos de amor muy distintos. Por un lado, el amor de
Lydia y el señor Wickham. Por el otro, el amor de Darcy y Elisabeth. En Anna
Karenina, Tolstoi también nos cuenta de un modo muy similar al de Austin
la aventura entre Anna y Vronky, por un lado. Y el amor entre Levin y Kitty, por el otro. Unas
relaciones están inspirados en la pasión
y otras en la virtud. El marcado contraste entre estos dos tipos amor le dan mucha
fuerza al mensaje dentro de estos relatos. Evidentemente, ambos autores quieren
enseñamos algo muy importante sobre el tema. Le
quieren regalar a sus lectores una valiosa lección de amor. Aquí indagaré, por razones de espacio, solo un poco sobre los
amores basados únicamente en la virtud.
En narrativa,
el género romántico tiende a seguir un formato determinado. Una estructura
básica que por lo general se representa en tres partes: Un encuentro
inesperado, la separación y la realización.
La primera parte es siempre complicada.
Está llena de malentendidos y obstáculos. El encuentro se dio, pero casi
siempre este viene acompañado de una
desilusión. La pareja simplemente no se entiende. La química, si alguna vez la
hubo, se va por el drenaje. Surge un rechazo inicial producto de algún
evento o alguna creencia desafortunada. En Orgullo y Prejuicio, Elisabeth
piensa que Darcy es un arrogante patán. En Anna Karenina, Kitty está ilusionada
con otro hombre. En un principio, el amor no se da así nomás. La pareja no está
lo suficientemente preparada para el amor verdadero. Todavía falta mucho camino
por recorrer.
La segunda
parte, generalmente la más larga, la pareja sufre modificaciones en su manera
de pensar debido a las circunstancias. El pretendiente de Kitty, en Anna Karenina, se marchó inesperadamente en busca de un amor
ilícito. Ella enferma y se toma un buen tiempo para reflexionar sobre sus
verdaderos deseos. En Orgullo y Prejuicio, Elisabeth, a la luz de los últimos
acontecimientos, descubre el verdadero
carácter del señor Darcy. En esta etapa de espacio y silencio, los personajes experimentan
un crecimiento interno y un cambio de perspectiva importante. Ya no son las
mismas personas del comienzo. Se
convierten en otras. En cierto modo, maduraron. Su óptica de la vida y del amor se volvió
mucho más lucida.
Elisabeth con el tiempo se dio
cuenta que Darcy era un hombre bueno y generoso que realmente sí la quería. Esto fue suficiente para que ella aceptara su segunda propuesta de matrimonio. Kitty
acepta casarse con Levin cuando este le demuestra
que era un hombre sincero y comprensivo que lo único que anhelaba era hacerla feliz. Luego y solo luego de estos cambios, ya puede
venir la realización. En ambas
novelas, la relación termina en boda. Pero no fue fácil. Para poder llegar ahí debieron pasar muchas cosas.
En la literatura, y tal vez en la
vida misma, las historias de amor en realidad son historias de superación
personal. Los protagonistas deben primero emprender un viaje de
autodescubrimiento y autorrealización para después poder conseguir sus
objetivos. Los cambios deben darse, en primer lugar, en el individuo. El otro es solo un espejo que impulsa este proceso brindándonos la oportunidad de crecer. En un inicio, por lo
general, nos encontramos rotos y la vida que tenemos no es la vida que realmente queremos o merecemos. Vivimos en
negación, y la ceguera nos domina. Pero nuestro corazón constantemente nos está
pidiendo más. Nos pide una vida total. El deseo de conocer otros mundos.
El amor intimida porque nos recuerda nuestra desnudez y desamparo. La
soledad es la prisión de los temores. Comunicarse con el otro toma valor.
¿Cómo se escribe una historia de
amor? Se empieza siendo un incrédulo. En este punto, los personajes han perdido
la fe en el ser humano. Pero luego llega la bondad, el cariño y la
ternura. Las almas rotas se van curando
paulatinamente con compasión, humanidad y paciencia. La magia se va construyendo
poco a poco con confianza y generosidad. Ese mundo compartido que poéticamente llamamos amor nace
de una creencia, la creencia en la nobleza y belleza del otro. Claro que no es
sencillo. Toma coraje, sensibilidad y sensatez. Toma una sabiduría muy
particular para poder apreciar lo más bonito del amor. ¿Y qué es eso? La
mirada enamorada, la sonrisa ilusionada y el sentimiento desinteresado de un
corazón sincero que solo late por ti. Reconocer ese gran milagro. Valorar ese
raro y bello milagro. Requiere lo mejor de nosotros. Debemos ser la mejor
versión de nosotros mismos.
Casi todos queremos vivir un amor
como el de las grandes novelas de los siglos pasados. Sin embargo, se nos
olvida que eso implica un sacrificio. Para
poder amar de verdad, debemos convertirnos en mejores personas. Esto exige una transformación profunda y vital del ser.
Significa una lucha contra los
prejuicios, el miedo y la terquedad. Un gran amor de novela. Es un gigantesco
salto de fe. El heroico salto de darlo todo por quien daría todo por nosotros. De
eso se escribe cuando se escribe de amor.
Dedicado a la bella dama de mis ojos a razón del mes del amor y la amistad… (Sí, a usted)
Gustavo Godoy
No hay comentarios:
Publicar un comentario