Todo cambia en este mundo. En
realidad, nada es para siempre. Todo se
va como el fluir de la corriente. Y nada se escapa del poder destructor de los
dioses del tiempo. Nuestro deseo es que los momentos que se fueron, se queden junto a nosotros eternamente. Sin embargo, todo se desvanece con el pasar de
los días. Todo llega a un final. Con
demasiada frecuencia, anhelamos ese pasado perdido donde todo parecía más puro,
más feliz, más bello. Con demasiada frecuencia, deseamos recuperar ese futuro que no pudo suceder,
pero soñamos con el alma. Son las ilusiones las que duran muy poco y parten a
los océanos del tiempo para no volver.
Son los recuerdos de un imaginado provenir los
causantes de muchas de nuestras más profundas tristezas.
En el bosque encantado de las hadas,
todo obedecía a un orden. Cada ser tenía un rol definido dentro del gran diseño. La paz y la tranquilidad reinaban porque todo era predecible y seguro. Había una forma fija, una norma que alejaba
los peligros. Existían fronteras y
linderos que no se debían cruzar para poder preservar el equilibrio.
Una noche, el rey decidió, un poco
por aburrimiento, un poco por curiosidad, cambiar con su magia el orden de los
cosas, pero tan solo por un día. Por un día, el mundo fue al revés. Lo que
antes estaba prohibido, por ese día estaría permitido.
Y lo permisible no lo era
más. Durante esas horas, cada ser podía escoger
su destino y los obstáculos desaparecieron. Lo que antes era imposible, ese
día fue posible.
El tímido gnomo siempre estuvo secretamente enamorado de
la princesa de las hadas. Desde el primer día que la vio quedo encantado. No
solo fue su belleza, los bonitos colores
de sus alas de mariposa, o su hermosa voz. El gnomo la admiraba por cuidar el bosque
tan dulcemente. Cuando la princesa
cantaba, el bosque florecía. Ese día, el tímido gnomo se llenó de valor, y declaro su amor a la princesa. La princesa, que antes lo habría rechazado al instante por ser un gnomo, lo acepto con emoción. Sin duda, ese pequeño morador de la tierra, a
pesar de ser algo torpe, también poseía un enigmático atractivo. Su trabajo en
el bosque era ayudar a crecer las flores, tarea que desempeñaba con gran pasión.
El gnomo era sensible, curioso y aficionado a las adivinanzas. Tocaba una guitarra
de siete cuerdas y escribía versos en hojas de pino. Era un tanto extraño, pero
gracioso y ,en el fondo, bueno de corazón.
Ese amor no era permitido. Se suponía
que los gnomos y las hadas no debían mezclarse. No era práctico. Y no era bien
visto por los demás. Pero durante ese día, los amores imposibles parecían tener
sentido. Ese día los dos salieron a pasear juntos. Compartieron sus secretos,
sus miedos y sus sueños. Disfrutaron de
los pequeños detalles. Ella se reía de sus ocurrencias. Y a él le fascinaba
verla sonreír. Durante ese mágico día, el tiempo se detuvo y todos los peros
desaparecieron. Por un día, lo
extraordinario parecía poder durar para siempre. Sin embargo, el día termino y todo volvió a la normalidad. Fue un breve
sueño. El orden volvió al bosque. Y lo predecible y seguro retornaron como
antes. Lo que se creía que podía ser para siempre, llego a su fin demasiado
pronto. El gnomo y la princesa de las hadas no volvieron a verse.
Los sueños rotos siempre son causas
de tristeza. Pero también son causas de alegría, de satisfacción. Intentarlo, teniendo
todo en contra. Arriesgarse. Luchar por causas perdidas, o amores
imposibles. Es un acto de fe. Es vivir. Lo efímero también es
eterno cuando se vive cada instante intensamente, con pasión, amor, valentía y
esperanza. Vivir, amar, tratar de
alcanzar la luna, aunque a veces no traiga recompensas, siempre valdrá la pena. Los
momentos mágicos en la vida, aunque demasiado cortos, siempre estarán junto a nosotros, porque jamás se olvidan.
Gustavo Godoy
Gustavo Godoy
Artículo publicado por El diario El Tiempo el viernes 03 de Junio 2016 en la Columna Entre libros y montañas
Ver blog: www.entrelibrosymontanas.blogspot.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario