Y de repente nos invade la
nostalgia. Surgen los recuerdos de un pasado perdido. De pronto, así de la
nada, el presente se nos llena con vivencias
del ayer y sentimos el dolor de aquella felicidad de antaño, hoy tan lejana.
Nos persiguen las sombras de lo ausente y sin poder evitarlo extrañamos lo que el tiempo nos ha quitado. ¿Cómo seguir viviendo
cuando lo mejor de nuestras vidas ha quedado atrás? Los momentos, las personas,
los pequeños detalles, los grandes amores, las risas, los sabores, los abrazos,
y tantas canciones… dejan huellas
imposibles de borrar. Recordamos. No podemos olvidar. Nuestra vida se convierte
en un constante evocar. Evocamos el
pasado, que ha partido para no volver jamás.
La vida se nos ha hecho chiquita. Ahora
todo se reduce a una obstinada y tediosa
existencia del carajo.
Nos sentimos nostálgicos, y no
podemos evitarlo. Nos pasa. A unos más, a otros menos, pero nos pasa. En un
abrir y cerrar de ojos, transcurren los años y el camino recorrido se va
volviendo cada vez más largo. Se nos van quedando las cosas en las orillas. Nos
encontramos cada vez más solos. Menos
son las compañías y más son los recuerdos. Es cierto. El tiempo pasa y el fuego
termina convirtiendo los días en ceniza.
Aunque nadie lo quiera, envejece la vida;
y lo que antes fue luz y verdor, hoy
solo es nostalgia. Es natural extrañar. Echar de menos. Sin embargo, hay que superar
las viejas páginas y seguir escribiendo nuestra historia. La nostalgia se cura con la esperanza de un renacer.
La nostalgia nos llega también
con sus calladas preguntas: ¿Tan
feliz fue ese pasado que ahora nos impide seguir viviendo? ¿Un pasado bonito nos codena
a un futuro desdichado? ¿Acoso no podemos ya tener grandes anhelos? La nostalgia
puede ser una excusa nuestra para justificar nuestros errores. Aferrase al pasado revela nuestra incapacidad de adaptarnos al ahora. Nuestros
obtusos esquemas mentales. El miedo a lo nuevo. Nuestra resistencia a crecer y
asumir responsabilidades. Lo que pasa es que algunos nacimos extrañando.
Siempre mirando atrás al caminar. Disfrutando a medias, queriendo a medias,
viviendo a medias. Nos engañamos. Transformando
en la memoria felicidades parciales en paraísos terrenales. Pero nos mentimos. Idealizamos
los recuerdos. Claro que sí. Construimos
a capricho un pasado de ilusión para poder compensar un presente frenado y sin color. Nos empeñamos en añorar lo que supuestamente
tuvimos pero en el fondo sabemos la verdad. Nos apegamos a ideas falsas y sesgadas para no
reconocer la verdadera realidad de las cosas. Nuestro secreto es que esa
nostalgia probablemente es simplemente vergüenza. La vergüenza que sentimos de las
oportunidades que perdimos y seguimos perdiendo. No nos perdonamos que hemos vivido una vida
de miedos y límites. Mejor dicho, no
hemos sido lo que podemos llegar ser. Nos han ganado los temores. Nos ha faltado
coraje.
La mayor falta de una persona
consiste en no ser feliz pudiendo serlo. El tiempo no nos quita nada.
Simplemente nos educa. Nos brinda sus lecciones.
Nos ayuda a crecer. Nos forja en etapas.
No toma sin dejarnos algo a cambio. Por cada perdida, obtenemos cientos de
oportunidades. Un familiar que se va puede llevarnos a que honremos su ejemplo. Un error puede convertirse en una
aventura de redención. Un amor contrariado puede dar paso al hallazgo del amor
verdadero. Un fracaso; en un aprendizaje para futuros éxitos. De las ruinas puede surgir el más bello de
los templos. Las experiencias nos hacen más fuertes. El heroísmo nace de la
adversidad. Si los pasados fueron grandes, los futuros pueden
ser gigantes. La vida es un eterno devenir. Una trasformación infinita.
Cada momento de nostalgia es en realidad un susurro. Es una voz que nos invita
a despertar. La vida es mucha más que un eterno lamentar. Ya está bueno de
culpas y de excusas. Debemos perdonarnos. Debemos aceptarnos. Debemos dejar los
llantos y avanzar. Hacer las paces con el pasado. Sanar la herida. Edificar un
futuro. Abandonar de una vez por todas, esos temores ancestrales que nos
detienen y nos impiden vivir. Dar un salto de fe. Confiar más. Entregarse más. Empezar a soñar.
Yo a menudo caigo en la nostalgia.
Prisionero del pasado. Lo confieso. Pero me encantaría pensar que lo mejor de
mi vida no yace detrás de mí, sino en
frente de mí. Quiero recordar mi pasado con felicidad y crear sobre él una vida
rica en esperanza e ilusiones. Vivir mirando al frente. Sentir la
gran pasión del camino por delante. Quiero creer que lo mejor está por venir.
Gustavo Godoy
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