domingo, 10 de marzo de 2024

La importancia del chisme

 


Somos seres gregarios, criaturas que danzan al ritmo de la convivencia, la diversión y la cooperación. Pero, oh, hay un matiz crucial: no todas las relaciones son igualmente confiables. Algunas lo son; otras no lo son. ¿Cuántas veces hemos extendido la mano solo para recibir un puñal? ¿Será este individuo un aliado o un lobo disfrazado? ¿Cómo discernir entre el amigo fiel y el impostor?


La experiencia personal, esa maestra implacable, nos guía. Sin embargo, en muchos casos, se requieren testimoniales. Observamos, evaluamos, leemos entre líneas. La vida nos brinda lecciones, pero también es necesario escuchar la experiencia ajena. 


Las personas a menudo ocultan aspectos de sí mismas detrás de una fachada. A veces, lo hacemos para protegernos, encajar en un grupo o mantener una imagen social. La autenticidad y la transparencia son valiosas, pero debemos recordar que todos somos seres humanos complejos con muchas capas. Algunos exageran o disfrazan sus logros, y la percepción de los demás no siempre refleja la realidad por completo.


El chisme se presenta como un sistema de prestigio basado en charlas informales sobre un tercero. A través del chisme, se revelan aspectos tanto positivos como negativos, tanto públicos como privados. El chisme es una forma de descubrir quién es quién, a través de la información proporcionada por un reportero amigo y aficionado. 


El chisme puede ser una herramienta poderosa para comprender las dinámicas sociales y las relaciones interpersonales. Sin embargo, también debemos ser conscientes de cómo utilizamos esta información y considerar su impacto en los demás.


El chisme puede usarse para denunciar injusticias y promover el cambio social, pero también puede utilizarse para difamar y dañar a personas inocentes. La responsabilidad recae en nosotros al manejar la información con sensatez y consideración hacia los demás.


Ahora bien, ¿por qué las personas chismosas tienen tan mala fama?


Sí, las personas chismosas suelen tener una imagen negativa. Se les considera poco confiables para mantener secretos o información confidencial. A menudo se les percibe como entrometidas en la vida de los demás, sin respetar su privacidad. Además, se cree que disfrutan hablando mal de los demás y causando daño.


El chismoso suele sentirse atraído al chisme impulsado por la envidia, el miedo o la necesidad de pertenencia. Busca en las conversaciones ajenas la satisfacción de su curiosidad y la validación de su posición social. Sin embargo, es importante recordar que el chisme puede dañar relaciones y crear un ambiente negativo. En realidad, resulta sencillo caer en el abuso de este ancestral arte.


Chisme malintencionado vs. Conversación válida: ¿Cómo distinguirlos?


El chisme malintencionado se basa en rumores, especulaciones o información incompleta. Su objetivo es dañar la reputación o la imagen de alguien. Se propaga de manera indiscreta y maliciosa. 


Por otro lado, una conversación válida sobre una persona se fundamenta en hechos y experiencias personales. Busca obtener conocimiento útil para tomar decisiones informadas. Se lleva a cabo de manera privada con personas interesadas y tiene un propósito legítimo, como evaluar alguien para un trabajo o una relación.


Las palabras tienen poder. Úsalas con cuidado, especialmente cuando se trata de chisme. Es cierto que, a veces, las personas que más chismorrean sobre ti son las que más te admiran en secreto.


Gustavo Godoy


domingo, 3 de marzo de 2024

La serpiente en el Jardín: La gran manipuladora

 



Una persona manipuladora usa todos los medios necesarios para conseguir lo que quiere de los demás. Lo que busca es controlar totalmente al otro mediante mentiras, engaños y chantajes. El objetivo es dominar. Los demás son simples peones en su juego.

Claro que la persona manipuladora no asume sus errores. No revela sus intenciones. Ni acepta las críticas. Siempre tiene una excusa o alguien a quien culpar. Hace que los demás se sientan responsables de su felicidad. 

El chantaje emocional es una táctica especialmente usada. Es decir, si no me haces lo que pido, me harás sufrir y será tu culpa. Pero esta víbora no es una víctima. Simplemente, es una manipuladora. Ella es la única culpable de sus desgracias. 

Al otro lado del tablero, se encuentra la persona manipulada que ha sido señalada como culpable y responsable de algo que no es su culpa ni su responsabilidad. Se encuentra en una relación incómoda con alguien que presiona para quitarle su autonomía. Si se resiste, habrá represalias. Pero si decide evitar un conflicto y hace lo que se le pide, terminará haciendo algo que no quiere o no le conviene. La persona manipulada se siente usada, confundida y atropellada.

En el Jardín del Edén, Eva, la primera mujer, paseaba bajo la sombra de árboles frondosos. De pronto, una serpiente, la más astuta de las criaturas, se le aproximó con palabras seductoras. Le preguntó si era cierto que Dios les había prohibido comer del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal.

Eva, intrigada, respondió que sí, que Dios les había prohibido comer de ese árbol, pues les advirtió que morirían si lo hacían. La serpiente, con astucia, le dijo que no era verdad, que Dios solo les mentía para evitar que se convirtieran en seres como él, con conocimiento del bien y del mal.

Las palabras de la serpiente despertaron la curiosidad de Eva. Observó el fruto y vio que era hermoso y apetitoso. Pensó en la sabiduría que obtendría al comerlo y se dejó llevar por la tentación. Tomó un fruto y lo comió, y luego le dio a Adán, quien también lo comió.

En ese instante, sus ojos se abrieron y comprendieron su desnudez. Sintieron vergüenza y se cubrieron con hojas de higuera. Dios, al notar lo que había sucedido, los llamó y les preguntó por qué habían desobedecido. Adán culpó a Eva, y ella a la serpiente.

Dios maldijo a la serpiente, condenándola a arrastrarse por el suelo y a comer polvo. A Eva le dijo que su parto sería doloroso y que estaría sujeta al hombre. A Adán le dijo que la tierra sería maldecida por su culpa y que trabajaría con esfuerzo para obtener el sustento.

Finalmente, Dios los expulsó del Jardín del Edén y les impidió regresar para que no comieran del árbol de la vida y vivieran para siempre.

La historia de Eva y la serpiente es un recordatorio de la fragilidad humana.

Más allá de una historia de desobediencia o tentación, esta historia es un llamado a la autodefensa. A no ser la marioneta de un manipulador. O sea, la importancia de no ser ingenuo e inocente. Hay que tener la viveza de que a los manipuladores hay que sacarles el cuerpo. 

La lección es que hacer cosas que nos hacen daño debido a la influencia indebida de otro es un buen negocio.

Las relaciones se construyen sobre acuerdos mutuos. No hay culpables ni víctimas. Son colaboraciones de beneficio mutuo, sin presiones y con total transparencia. La libertad de elección y el derecho a decir ‘no’ son fundamentales. La honestidad y la transparencia son claves. 

Si Eva hubiera reconocido a tiempo que la serpiente era una gran manipuladora y hubiera tenido la astucia de simplemente alejarse, se habrían evitado muchos problemas.


Gustavo Godoy

domingo, 25 de febrero de 2024

Caín: El primer tóxico



Una persona tóxica es un agujero negro de negatividad que se cree un ángel. Pero no es un ángel. Es un demonio que absorbe la luz y la alegría de los que la rodean. No sabe apreciar ni respetar a los demás. Solo busca su propio beneficio, sin importarle el daño que causa. Miente, manipula, envidia y critica sin cesar. Se hace la víctima para justificar su actitud. Es una persona que no aporta nada bueno a tu vida.


Una persona tóxica vive en un mundo de fantasía. Un mundo donde todo es blanco o negro, bueno o malo, ellos o nosotros. Un mundo donde se siente superior a los demás, pero también teme perderlos. Un mundo donde necesita controlar todo y a todos, pero también se siente impotente. Un mundo donde culpa a los demás de sus fracasos, pero también se siente perseguido. Un mundo donde guarda rencor por el pasado, pero también envidia el presente. Un mundo donde solo ve lo negativo, pero también se siente víctima. Un mundo que no existe, pero que le hace sufrir.


El tóxico no sabe ponerse en los zapatos de los demás. Para él, los demás son una amenaza. Y el éxito ajeno le demuestra que existe una conspiración en su contra. Se siente una eterna víctima y le hace daño a todos como un acto de justicia perversa.


¿Qué hacer si estás con una persona tóxica? Huye. ¿Qué hacer si eres una persona tóxica? Cambia. Acepta que el problema eres tú.


Caín y Abel eran los hijos de los primeros humanos, Adán y Eva, que habían sido expulsados del paraíso por desobedecer a Dios. Caín se dedicaba a cultivar la tierra, y Abel a cuidar las ovejas. Un día, ambos decidieron ofrecerle un regalo a Dios para demostrarle su gratitud y respeto.


Caín le ofreció algunos frutos de su cosecha, sin preocuparse mucho por su calidad o cantidad. Abel, en cambio, le ofreció lo mejor de su rebaño, los corderos más gordos y sanos. Dios se fijó en la diferencia entre las ofrendas, y aceptó con agrado la de Abel, pero rechazó la de Caín.


Caín se sintió ofendido y celoso de su hermano, y no quiso escuchar el consejo de Dios, que le dijo que debía mejorar su actitud y hacer el bien. En lugar de eso, Caín invitó a Abel a pasear por el campo, y cuando estuvieron solos, lo atacó y lo mató.


Dios se dio cuenta de lo que había pasado, y le preguntó a Caín dónde estaba su hermano. Caín mintió y dijo que no lo sabía, que no era su responsabilidad. Dios le dijo que la sangre de Abel clamaba desde la tierra, y que por haber cometido ese crimen, Caín sería castigado.


Dios maldijo a Caín, y lo condenó a vagar por el mundo sin poder cultivar la tierra ni tener un hogar. Caín se asustó y le dijo a Dios que su castigo era demasiado duro, y que cualquiera que lo encontrara podría matarlo. Dios le puso una señal en la frente para protegerlo, y lo dejó marcharse.


Así fue como Caín se alejó de Dios y de su familia, y se convirtió en el primer asesino y el primer fugitivo de la historia.


Caín fue el primer ser humano que mostró toxicidad, envidia y violencia. Pero no sería el único. Caín despreció y malgastó lo que tenía, y nunca admitió ni enmendó sus faltas. Caín se consumió por el resentimiento y la ira. Es decir, Caín fue el primer modelo de lo que no debemos ser.


Gustavo Godoy


domingo, 18 de febrero de 2024

José y la traición

 


Todos esperamos apoyo, respeto y reciprocidad de nuestra pareja, familia y amigos. No se trata de exigir devoción fanática o ciega. Sin embargo, sí esperamos de los demás un reconocimiento de nuestro valor personal mediante sus acciones. 

La lealtad es como un puente que une los corazones de las personas y los grupos. Es una fuerza que nos protege de las tormentas y los peligros. Es un escudo que nos da paz y tranquilidad. Es una promesa que nos hace crecer juntos y compartir sueños y alegrías. El enemigo de la lealtad es la traición.

La traición es una herida que nos abre el alma cuando nos falla un familiar, cuando nos abandona un amigo, cuando nos agreden los que amamos. Es un dolor que nos quema por dentro y que nos cuesta mucho sanar. ¿Cómo lidiar con esta situación?

José era el hijo más querido de su padre, que le había regalado una túnica de muchos colores. Sus hermanos lo envidiaban y lo odiaban, sobre todo cuando les contaba los sueños que tenía, en los que ellos se inclinaban ante él. Un día, lo engañaron y lo vendieron a unos comerciantes que iban a Egipto. Allí, José pasó por muchas dificultades y sufrimientos, pero también demostró su inteligencia y su capacidad para interpretar los sueños. Así, llegó a ser el gobernador de todo Egipto, y se encargó de preparar al país para una gran hambruna que se avecinaba.

Cuando el hambre azotó a toda la región, la gente de otros lugares venía a comprar grano a Egipto. Entre ellos, llegaron los hermanos de José, que no lo reconocieron. José los reconoció, pero no se dio a conocer. Los puso a prueba, haciéndoles pasar por varias situaciones difíciles, para ver si habían cambiado y si se arrepentían de lo que le habían hecho.

Finalmente, José se reveló a sus hermanos, y les dijo que no les guardaba rencor, pues todo había sido parte de un plan mayor para salvarlos del hambre. Les pidió que trajeran a su padre y a toda su familia a Egipto, donde él los cuidaría y los protegería.

Así fue como José se reunió con su padre y sus hermanos, y los perdonó y los abrazó. José fue leal a su familia, a su pueblo y a sus principios, y recibió el reconocimiento y el cariño de todos. José transformó la traición en bendición, y la envidia en amor.

¿Qué se podría aprender de José? Bueno, que las traiciones pueden venir de cualquier parte y en cualquier momento. Sin embargo, por muy doloroso que sea, hay que seguir adelante. La traición es el acto injustificado de un traidor. Es decir, el culpable tiene nombre. No hay que asumir que, porque hemos sido víctimas de una traición, todos nos traicionarán. Es importante entender que todavía podemos confiar en los demás. En otras palabras, la vida continúa. Tarde o temprano, alguien nos reconocerá como lo merecemos.

Pero, ¿cómo lidiamos con la traición?

En primera instancia, lo más sensato es romper relaciones con el traidor. Simplemente, por nuestra protección. Ya que la persona en cuestión ha demostrado que no es un socio confiable. Nos ha revelado que nuestro bien no es su prioridad.

En segunda instancia, entra el debate entre la venganza, la indulgencia y el perdón.

A simple vista, parece una injusticia darle un nuevo chance al traidor. Porque olvidar las ofensas es solo darle alas a la impunidad. Pero eso no es perdón. Eso es resignación. Es una forma de indulgencia. Confiar de nuevo en un traidor es jugar con fuego.

Debido a todos los sentimientos negativos que surgen en el alma del traicionado, la venganza es la opción más tentadora. Es decir, hacerle daño al que nos lo hizo daño. Sin embargo, esta opción tiene un defecto. No es muy productiva. Nadie gana. Hay personas que obtienen satisfacción psicológica de la venganza. Pero será una ganancia ilusoria. La venganza no borra el daño original. La venganza puede ser contraproducente. La venganza no ofrece una solución real.

El perdón es el mejor camino, pero no es un regalo. El que traiciona debe reconocer su culpa. Y dar una explicación, si puede. Pero también debe enfrentar las consecuencias de sus actos y reparar el daño. O al menos intentar mejorar. 

En definitiva, todos nos equivocamos. Todos tenemos derecho a una segunda oportunidad. Pero tiene que haber una transformación real. La persona tiene que mostrar que, aunque falló y erró en el pasado, se ha arrepentido y ahora es digna de confianza. Es decir, capaz de ofrecer apoyo, respeto y reciprocidad. Aprendemos a ser leales, fieles y honestos. Entonces, llega el perdón. ¿Ha demostrado su lealtad esa persona, a pesar de sus errores del pasado?

José no perdonó sin antes poner a prueba a sus hermanos. Esa es la verdadera lección de esta historia. Es posible pasar la página. Pero el sacrificio no solo debe venir de la víctima. El que hizo el daño debe cambiar y reparar. Así se construye un bien mayor.

Gustavo Godoy


sábado, 10 de febrero de 2024

Jacobo y el ángel: la lucha interna




La vida es un camino lleno de encrucijadas, de momentos en los que tenemos que elegir entre dos opciones que se contradicen. A veces, estas contradicciones nos paralizan, nos desorientan o nos decepcionan. Otras veces, nos estimulan, nos enseñan o nos fortalecen. Lo esencial es saber cómo resolverlas y hallar un punto medio entre ellas.

Cada experiencia que vivimos nos deja una huella en el alma. Una huella que nos hace ver el mundo de una forma diferente. Así vamos formando nuestra propia teoría de la realidad y de cómo funciona. 


Un día descubrimos que la vida es un regalo y hay que aprovecharla al máximo. Pero otro día nos damos cuenta de que hay que tener cuidado con lo que hacemos, si queremos vivir bien y por mucho tiempo. A veces nos creemos el centro del universo y nos olvidamos de los demás. Y, otras veces, nos sentimos parte de una gran familia y nos preocupamos por el bien común. Pero, ¿qué pasa cuando nuestra mente y nuestro corazón no están de acuerdo? Cuando pensamos una cosa y sentimos otra. Entonces surge un conflicto interno que nos hace dudar y sufrir.

Jacobo era un hombre de contradicciones. Había nacido con el don de la astucia, pero también con el peso de la culpa. Había heredado la promesa de Dios, pero también el rencor de su hermano. Había amado a Raquel, pero también había desposado a Lía. Había acumulado riquezas, pero también había perdido la paz.

Un día, Jacobo decidió volver a su tierra, a enfrentar su pasado y su futuro. Sabía que su hermano Esaú lo esperaba con un ejército, dispuesto a vengarse de la traición que le había hecho. Jacobo tembló de miedo, pero también de esperanza. Quizás podría reconciliarse con su hermano, quizás podría recuperar su bendición.

Jacobo se preparó para el encuentro. Envió regalos a Esaú, para aplacar su ira. Dividió su gente y sus bienes en dos grupos, para salvar al menos una parte. Oró a Dios, para recordarle su pacto. Y, finalmente, se quedó solo en el otro lado del río, para pasar la noche en vela.

Fue entonces cuando apareció el ángel. Un hombre misterioso que se lanzó sobre Jacobo y lo retó a una lucha. Jacobo no supo quién era, pero intuyó que era un mensajero de Dios, o quizás el mismo Dios. Y se defendió con todas sus fuerzas, porque sabía que de aquella lucha dependía su destino.

La lucha duró toda la noche. Ninguno de los dos podía vencer al otro. El ángel le dislocó el muslo a Jacobo, pero Jacobo no soltó su agarre. El ángel le pidió que lo dejara ir, pero Jacobo le exigió su bendición. El ángel le cambió el nombre a Jacobo, y lo llamó Israel, porque había luchado con Dios y con los hombres, y había prevalecido. Jacobo le preguntó su nombre al ángel, pero el ángel se lo ocultó. Y lo bendijo allí.

Jacobo soltó al ángel y lo vio desaparecer. Se levantó cojeando y cruzó el río. Al otro lado, lo esperaban su familia, sus bienes y su hermano. Jacobo estaba listo para enfrentarlos, porque había resuelto su conflicto interno. Había encontrado el equilibrio entre sus contradicciones. 


Todos llevamos dentro un ángel y un demonio. Un ángel que nos inspira a hacer el bien, a amar, a perdonar, a crecer. Un demonio que nos tienta a hacer el mal, a odiar, a rencor, a caer. A veces, estos dos seres se enfrentan en una batalla por el control de nuestra alma. Una batalla que solo nosotros podemos decidir quién gana.


La lucha de Jacob con el ángel simboliza el conflicto que hay en nuestro interior. La historia nos muestra que podemos superar nuestras incongruencias. Podemos transformarnos en personas más nobles. Solo necesitamos aceptar nuestras contradicciones y hallar el equilibrio interno.


Gustavo Godoy

domingo, 4 de febrero de 2024

La historia de Job


El mundo es un lugar complejo y a veces injusto. Las cosas pasan. Y le pueden pasar a cualquiera, sin importar su bondad o moralidad. A menudo, los malos se salen con la suya. Y, a menudo, los buenos sufren malas rachas.

Lo cierto es que, nos guste o no, a veces, el destino golpea sin piedad a los más buenos y nobles. La vida nos hace sufrir sin razón aparente. En muchos casos, las desgracias no son nuestra culpa, sino la de una fuerza mayor que escapa de nuestro control. Así es la vida. Aceptamos esto. 

La realidad es subjetiva. Lo que para algunos es malo, para otros puede ser bueno. La suerte de un suceso depende de cómo lo veamos. La realidad es una ilusión, solo existen las opiniones. 

Muchas veces nos decepcionamos por esperar demasiado. No sabemos cuánto pueden fallarnos nuestras expectativas. Ilusamente, creemos que siempre podremos controlar nuestro mundo.  Pensamos que todo iría bien. Pero a menudo nos equivocamos. Perder el control es fácil. 

A veces, la vida nos juega sucio por azar o por casualidad. La mala suerte. No es nuestra culpa. Otras veces, simplemente sufrimos porque tenemos objetivos muy altos y nos faltan medios y fuerzas para alcanzar lo que soñamos. Eso nos trae problemas. El dolor es el precio. Pagamos por las torpezas nuestras y ajenas. El tiempo nos arrebata algo que queremos mucho. No lo sé. Así es la vida, llena de infortunios por motivos de fuerza mayor. Todo es nuestra responsabilidad. Muchas cosas sí lo son. Pero no todo lo que pasa es el resultado de nuestras acciones. 

Ahora bien, cada experiencia, sea buena o mala, es una lección de vida. Lo que perdemos, por un lado, lo ganamos por otro. Siempre nos enriquecemos con una nueva habilidad o una nueva mirada.

Las cosas malas pueden ser vistas como oportunidades de crecimiento y aprendizaje. Cuando aceptamos la realidad con esperanza, sentimos compasión y desarrollamos la resiliencia, podemos trascender el sufrimiento y encontrar un sentido más profundo a nuestras experiencias. La paz interna es posible, independiente de las circunstancias externas. 

Un ejemplo de alguien que sufrió mucho sin merecerlo fue Job, un hombre justo y fiel a Dios. Job tenía una gran familia, muchos animales y riquezas. Pero un día, Satanás desafió a Dios y le dijo que Job solo lo adoraba porque Dios lo había bendecido mucho. Satanás pensó que si Job perdía todo, renegaría de Dios y lo maldeciría.

Dios le permitió a Satanás que probara a Job, pero sin quitarle la vida. Entonces, Satanás atacó a Job con toda su maldad. En un solo día, Job perdió sus hijos, sus criados, sus rebaños y sus bienes. Después, Satanás le causó unas llagas terribles en todo el cuerpo. Job sufrió un dolor inmenso, físico y emocional.

Su esposa le dijo que maldijera a Dios y muriera, pero Job no la escuchó. Tres amigos suyos vinieron a visitarlo, pero en vez de consolarlo, lo acusaron de haber pecado y de ser culpable de su desgracia. Job se defendió y les dijo que él no había hecho nada malo. Job no entendía por qué le pasaba todo eso, pero nunca dejó de confiar en Dios.

Job le habló a Dios y le hizo muchas preguntas. Dios le respondió y le mostró su poder y su sabiduría. Job se humilló y reconoció que Dios es soberano y que sus caminos son inescrutables. Dios reprendió a los amigos de Job y los perdonó por medio de Job. Después, Dios restauró a Job y le dio el doble de lo que tenía antes. Job vivió muchos años más, feliz y bendecido por Dios.

La historia de Job es una de las joyas más antiguas y profundas de la Biblia. Nos muestra cómo el sufrimiento nos visita a todos, tarde o temprano. Ante las dificultades e incertidumbres de la vida, podemos reaccionar de muchas formas. A veces nos llenamos de rabia, frustración, evasión o negación. Pero la sabiduría no está en huir de la realidad, sino en abrazarla con tolerancia, adaptabilidad y optimismo. La realidad es lo que es.

A veces, las frutas son verdes; otras veces, son rojas. Sin embargo, hay que seguir caminando. Todo cambia. Nada es permanente. No obstante, de todo mal se puede sacar algo bueno. Hay que dar gracias, aceptar y ser paciente. Y recordar que la esperanza nunca se pierde.

Cuando las cosas están fuera de nuestro control, hay que aprender a soltar.

Gustavo Godoy






martes, 23 de enero de 2024

Jonás y la ballena




Lo social y lo personal están estrechamente relacionados. Existe un acuerdo implícito de ayuda mutua entre el individuo y su contexto. O, dicho de otro modo, un propósito de vida sano es lograr la armonía con nosotros mismos y nuestro entorno.

Algunas personas pueden sentir que han sido tratadas injustamente en el pasado y, por lo tanto, creen que tienen derecho a tomar más de lo que deberían, ya que sienten que la sociedad les debe algo. O, simplemente, deciden darle la espalda al mundo. Lo que rompe la armonía y crea antagonismo. 

Estas actitudes o comportamientos se centran en el propio individuo y sus intereses, en detrimento de los demás o de la sociedad en general. 

Cuando una persona no valora a los demás o los ve como una amenaza, puede desarrollar actitudes negativas como la vanidad, el narcisismo, el hedonismo, el egoísmo y el cinismo. 


Quienes se sienten aislados del resto del mundo. Piensan que el mundo los ha dejado solos. Se llenan de rencor y no quieren colaborar. Por temor a ser abandonados o maltratados de nuevo, se vuelven solitarios y autosuficientes, y rehúyen las relaciones íntimas. Adoptan una actitud cínica e individualista ante la vida. Piensan que solo deben cuidarse a sí mismos y que nadie es digno de confianza. Su única salida es hacer lo que les plazca. Y eso es lo “justo” para ellos. Piensan que no tienen obligaciones con nadie y el mundo debe respetar su libertad y su voluntad. Su única meta es vivir para sí mismos y sobrevivir.


Pero ese mundo de uno solo puede ser muy triste. Nos falta algo. Al pasar el tiempo, nos damos cuenta de que vivimos en una isla desolada. Necesitamos conectar. Necesitamos encontrarnos con el otro. Añoramos la compañía. Pertenecer a algo más grande. Querer al mundo. Sentir compasión por los demás. El camino hacia la plenitud del uno que quiere ser parte del todo.


La historia de Jonás y la ballena es una de las más conocidas de la Biblia. Jonás era un profeta que recibió la orden de Dios de ir a Nínive y predicar contra la maldad de sus habitantes. Pero Jonás desobedeció a Dios y huyó en un barco en dirección opuesta. Jonás huyó de su destino por una vida sin timón, ni rumbo fijo. Una vida a la deriva.


Dios envió una gran tormenta que amenazaba con hundir el barco. Los marineros, al darse cuenta de que Jonás era el responsable de la tormenta, lo arrojaron al mar. 


Fue entonces cuando una ballena gigante lo tragó. Jonás pasó tres días y tres noches en el vientre de la ballena, donde oró a Dios y se arrepintió de su desobediencia. Finalmente, la ballena lo vomitó en la playa, y Jonás se dirigió a Nínive para cumplir la misión que Dios le había encomendado.


El vientre de la ballena es una metáfora que se utiliza para describir un espacio de oscuridad y soledad que puede llevar a la reflexión y al cambio. 


La historia de Jonás y la ballena nos enseña que no podemos escapar de nuestras responsabilidades y que debemos ser fieles a nuestros compromisos. En ocasiones, es necesario sacrificarnos por un bien mayor. 


También nos recuerda que siempre hay una segunda oportunidad para rectificar nuestros errores y hacer lo correcto. Nunca es tarde. Siempre podemos sanar nuestras heridas con el mundo. La historia de Jonás y la ballena nos enseña cómo crecer y ser adultos de verdad.


Pienso que esta historia nos hace reflexionar sobre el deber social. Es una historia sobre los peligros de la irresponsabilidad. Y sobre la nobleza de cumplir con nuestra parte. Nos habla de la importancia de contribuir. Por increíble que parezca, una vida de cooperación y solidaridad es más rica que una vida ensimismada. 

 

Gustavo Godoy

domingo, 21 de enero de 2024

La cabellera de Sansón

 


Somos seres contradictorios. En cada uno de nosotros conviven luces y sombras, virtudes y defectos. A veces brillamos en lo que hacemos, otras veces nos hundimos en el fracaso. A veces somos sabios, otras veces ignorantes. A veces tenemos el poder, pero nos falta la prudencia para usarlo bien. El poder sin sabiduría es un camino a la ruina. La impulsividad es un riesgo.

Sansón era un gigante de músculos, pero un enano de espíritu. Quizás su origen y su infancia le marcaron con heridas que nunca sanaron. Quizás por eso no supo dominarse a sí mismo. Su fuerza le hizo vencer en las batallas, pero su pasión le hizo caer en las trampas. Al final, su punto débil fue más fuerte que su punto fuerte. Y así terminó su vida, entre ruinas y lágrimas.

La historia de Sansón empieza antes de su nacimiento. Sus padres eran unos humildes israelitas que no podían tener hijos. Un día, un ángel se les apareció y les anunció que tendrían un hijo que sería un gran héroe para su pueblo. Pero había una condición: el niño debía ser consagrado a Dios desde el vientre, y nunca debía cortarse el cabello, pues en él residía su fuerza.

Así nació Sansón, un niño bendecido por Dios, que creció con una fuerza sobrenatural. Con el tiempo, se convirtió en un valiente guerrero que luchaba contra los filisteos, los enemigos de Israel. Sansón realizó muchas hazañas, como matar a un león con sus propias manos, o derrotar a mil soldados con una quijada de asno. Pero también cometió muchos errores, como casarse con una mujer filistea que lo traicionó, o enamorarse de otra mujer llamada Dalila, que lo engañó.

Dalila era una espía de los filisteos, que querían descubrir el secreto de la fuerza de Sansón. Ella le preguntó varias veces a Sansón qué debía hacerse para quitarle su fuerza, y él le mintió. Pero al final, Sansón se dejó seducir por Dalila, y le reveló la verdad: su fuerza estaba en su cabello. Entonces, mientras Sansón dormía, Dalila le cortó el cabello, y lo entregó a los filisteos.

Los filisteos se burlaron de Sansón, le sacaron los ojos, y lo encadenaron en una prisión. Allí, Sansón se arrepintió de su pecado, y le pidió a Dios que le devolviera su fuerza una última vez. Dios escuchó su oración, y le concedió su deseo. Sansón aprovechó que lo llevaron al templo de los filisteos, donde había miles de personas, y empujó las columnas que sostenían el edificio. Así, Sansón murió junto con sus enemigos, y cumplió su misión de liberar a su pueblo.

Su cabello era su orgullo y al cortarlo le quitaron su dignidad y su honor. Era una humillación que le rompió el corazón. El cabello era una señal de poder, valentía y gloria. La traición de su amante era un trago amargo de tragar. Sobre todo, una traición que era la consecuencia de un error de juicio y la falta de dominio propio. Las tijeras de Dalila simbolizan los riesgos de las elecciones imprudentes. El sacrificio de todo por un capricho fugaz.

Esta es la historia de Sansón, un hombre de contrastes, que fue capaz de lo mejor y de lo peor. Un hombre que nos enseña que la verdadera fuerza no está en los músculos, sino en el alma.

Gustavo Godoy

viernes, 19 de enero de 2024

David y Goliat



Las lecciones aprendidas de las historias que nos cuentan son nuestros guías en la toma de decisiones vitales. Por ejemplo, ¿cómo superamos una adversidad?

Supongo que antes de responder a esta primera pregunta, debemos hacernos otra.  Por ejemplo, ¿por qué debemos superar esa adversidad?

La primera se refiere a las estrategias y a las tácticas. La segunda se refiere a nuestras motivaciones. ¿Por qué lo haríamos? ¿Cómo lo haríamos?

Hay distintas razones por las que la gente hace lo que hace. Algunos buscan satisfacer su ego o sus necesidades. Otros quieren desarrollar su personalidad. Y otros se dedican a servir a los demás. Los motivos pueden ser egoístas, altruistas o ambos. La forma de superar los obstáculos depende de cada situación. Hay que elegir la estrategia y la táctica más adecuadas para cada caso.

Por ejemplo, un estudiante de medicina para aprender a curar las enfermedades tiene que estudiar mucho, hacer prácticas, pasar exámenes, competir con otros candidatos, etc. La estrategia de ser perseverante, disciplinada y proactiva. Su táctica es organizar su tiempo, buscar apoyo de sus profesores y compañeros, y aprovechar todas las oportunidades de aprendizaje.

¿Y la fe? También. Lo más razonable es tener una fe que se basa en la razón y que persigue un ideal moral.

¿Es posible vencer el reto? ¿Tengo la habilidad y el talento? ¿Lo hago por una causa noble? ¿Mi acción contribuirá a un bien?  

Solo quien se atreve a enfrentar el peligro por una causa noble puede llamarse valiente. El héroe es quien vence el miedo y la cobardía. Pero no basta con ser audaz, también hay que ser prudente. Quien actúa sin pensar, por impulso o por orgullo, no demuestra valor, sino temeridad. El valor es una virtud que se cultiva con sabiduría. Porque quien se lanza de un edificio creyendo volar como Superman no es valiente. Está loco. El optimismo iluso es un delirio.

La interpretación clásica de la historia de David y Goliat es que el pequeño puede ganarle al grande, si tiene fe en Dios: La fe lo puede todo. Es una historia de fe, esperanza y superación.

El problema es que bien sabemos que la fe no es una garantía de victoria. De ser así, el Papa sería el campeón mundial de boxeo. Es decir, “Dios ayuda al que madruga”. Se requiere de esfuerzo, trabajo y acción.

Si aceptamos que solo la fe en Dios nos garantiza el triunfo en las contiendas, podríamos llegar a cometer muchas locuras. El escuchar esta interpretación en la homilía de una misa nos hace sentir muy bien. Pero obviamente se trata de una versión simplista y superficial. En el mejor de los casos, incompleta.

Claro que no fue una lucha tan desigual, como muchos creyeron. David tenía más que fe a su favor. Tenía la juventud, la agilidad, la inteligencia y la destreza de quien sabe usar la honda con maestría. La honda, esa arma tan poderosa y temible, capaz de lanzar una piedra con la fuerza de un rayo. Goliat, en cambio, solo tenía su enorme estatura y su fuerza bruta. Nada más. David lo sorprendió con su atrevimiento y su confianza. Porque Goliat lo menospreciaba. Porque no esperaba que un muchacho tan pequeño y delgado le hiciera frente. La inteligencia y la habilidad, unidas a su fe y a sus razones, le dieron la victoria inesperada. Inesperada para los que lo miraban con desdén. David sabía lo que hacía desde el principio. Sabía de lo que era capaz. No le importó que los demás lo subestimaran.

No podemos confiar ciegamente en la fe, ni tampoco podemos ignorarla. No podemos actuar solo por impulsos, ni tampoco podemos renunciar a nuestros sueños. No podemos subestimar a nuestros enemigos, ni tampoco podemos sobreestimar nuestras fuerzas. No podemos olvidar nuestros valores, ni tampoco podemos imponerlos a los demás. No podemos asumir que todo saldrá bien, ni tampoco podemos temer que todo saldrá mal.

La historia de David y Goliat nos enseña que la adversidad se puede superar, pero también que hay que ser hábiles y valientes. Nos enseña que la fe es importante, pero también que hay que ser inteligentes. Nos enseña que el éxito es posible, pero también que incluye el riesgo de fracaso. Nos enseña que la vida es una aventura, pero también un desafío. La fe hace falta. Pero la prudencia, también.

Gustavo Godoy

domingo, 20 de noviembre de 2022

Una vida sencilla

 


En este mundo, hay dos tipos de personas. Los admirados y los no admirados. ¿Qué es lo admirable? Se admira a la persona con recursos. Entonces, esa clasificación binaria entre los admirados y los no admirados hay que entenderla, por supuesto, de manera relativa. Obvio que se trata de una división bastante caprichosa. No todos admiramos a las mismas personas. Y, al mismo tiempo, es muy difícil encontrar a alguien no admirado por nadie. Después de todo, no existe la persona con recursos infinitos. Todos tenemos carencias. Por otro lado, no existe la persona sin recurso alguno. Se admira al ganador. Pero no todos estamos en el mismo juego.

El que tiene dinero tal vez no tenga tiempo. El que tiene fama tal vez no tenga sabiduría. El que tiene cultura tal vez no tenga disciplina. El que tiene talento tal vez no tenga ética. El que tiene belleza tal vez no tenga gusto. El poderoso tal vez no sienta paz. Y el pequeño tal vez se crea un gigante. El éxito en algo también es un fracaso en algo más.

Lo que ocurre es que el individuo competente tiende a ser un especialista por vocación. ¿Y qué es un especialista? Alguien muy bueno en una cosa, pero muy malo en muchas otras. O sea, en toda vida vivida hay muchas vidas no vividas. Unos mejores y otros peores. Pero esas vidas no vividas nos recuerdan que no hay vida completa. La plenitud es una quimera.

El admirador de lo admirable, entonces, es alguien cuya visión es incompleta. Obviamente no está viendo toda la historia. Esa falta de perspectiva es posible gracias a la distancia. Porque, en la mente, lo que la distancia no permite ver lo completa y lo perfecciona la imaginación. La admiración total es una ficción. Porque todo atributo cuenta con un lado bueno y con otro malo.

Una característica en un contexto puede ser una virtud. Y esa misma característica, en otro contexto, puede ser un defecto. Y, como la vida es un flujo continuo e interminable de contextos, lo mismo que nos encantó de alguien un día nos puede sacar de quicio el otro día.

Para admirar, lo mejor es ignorar la realidad. Porque al conocer la decepción es inevitable. De hecho, se podría decir que lo admirable es un hechizo que oculta una farsa. Y ese hechizo se rompe con la cercanía. Por ende, pienso que buscar la admiración de los demás no es un objetivo muy satisfactorio. Exige demasiada energía. Es una tarea sumamente ardua y desgastante. ¿Y para qué? Para crear fantasía en personas que no conocemos. Y para terminar decepcionando a los que sí llegan a conocernos.

Claro que el impulso de admirar lo que los demás admiran es muy fuerte. Somos seres gregarios y nos sentimos bastante cómodos aceptando la versión del mundo que nos presentan los demás. Esa costumbre tan humana es “natural”, pero no siempre es conveniente. En vez de utilizar tantos recursos para impresionar a los demás, podríamos utilizar esos mismos recursos para disfrutar lo simple. ¿Es lo simple? Yo diría que “lo simple” es aquello que disfrutamos por sí solo. O sea, el placer intrínseco. Lo sabroso. Lo que nos gusta porque sí. En compañía o a solas. Y es algo que no depende de los aplausos ajenos.

Siempre he pensado que no hay nada malo con desear una vida simple y sencillo. No me refiero a la vida de un ganador. No me refiero a una vida repleta de premios y trofeos. No me refiero a la vida admirable de héroes y santos. Se podría decir que me refiero a la vida no extraordinaria de la persona común y anónima que disfruta su café por la mañana y su buen libro por la noche. Se trata de una persona que puede dormir esos 5 minutos más, que puede comer su platillo favorito, y que tiene buena música a su disposición. Hablo de poseer la sensibilidad y la curiosidad de vivir con ilusión. Hablo de esa capacidad de disfrutar las pequeñas cosas de todos los días. 

Digamos que estamos hablando de una vida etiqueta por muchos de mediocre. Nadie ve el castillo en la colina. No hay un público aplaudiendo. Ni tenemos biógrafos haciendo fila para escribir el libro. Pero he ahí la magia de la vida simple y sencilla. El castillo se construye en el corazón. El aplauso viene de adentro. Y el biógrafo es el universo de las memorias. La aventura es privada y modesta. Pero muy sincera. Es la gran experiencia de lo pequeño y lo simple. Sí, también hay mucho valor en una vida así. Ciertamente. “No es malo celebrar una vida sencilla”.

 

 Gustavo Godoy

 

 


 

domingo, 9 de octubre de 2022

¿Es posible andar por la vida sin un amigo como Sancho Panza?



El alma siempre anhela contacto. Esto es verdad tanto para el solitario como para el acompañado. No hay escape. Estamos condenados al encuentro. El ser requiere de lo otro. Habitamos en un contexto. Somos un yo envuelto en una circunstancia. La soledad absoluta es un imposible. Para bien o para mal, la compañía define nuestra existencia. ¿Quiénes son nuestros compañeros?

En Don Quijote y Sancho Panza, tenemos un modelo muy bonito de amistad. Se trata de una pareja sumamente muy dispareja. Sin embargo, el respeto que se tienen es admirable. Conversan, discuten y pelean. Pero siempre se reconcilian. ¿Por qué? Porque las diferencias no impiden el afecto, la lealtad y la cortesía. Los amigos se escuchan mutuamente. Lo que es extraordinario. Los dos amigos son muy buenos oídos. Ambos aprenden escuchándose. Y ambos son mejores después de escuchar al otro. Escuchar los cambia.

¿Quién nos escucha? Me refiero al escuchar con atención y expectativa. Muchos nos ven. Muchos nos catalogan. Muchos nos necesitan. Muchos nos usan para pasar un rato. Pero el gesto de escuchar desencadena una relación mucho más profunda. Si los oyentes son sinceros, comprensivos, tolerantes y generosos, esa unión nos transforma.

Mostramos una cara y ocultamos las otras para que los demás nos acepten. Pero eso es estar solo en compañía. Cuando alguien nos descubre un defecto y nos ve con unos ojos sin amor, la primera reacción es el rechazo. En el mejor de los casos, la persona, en vez de rechazo, justificándose en un falso sentido de bondad, buscará corregir nuestras maneras. Unos ojos llenos de amor, por el contrario, reducen nuestros defectos a graciosas muestras de humanidad del mismo modo que las insensateces de Don Quijote nos hacen reír. Cuando hay cariño, en lugar de un sermón, recibimos un abrazo. Cuando hay afecto, en vez de una huida, nos regalan un oído.

La soledad física no es sinónimo de soledad existencial. De hecho, hay soledades repletas de compañías. O sea, no todas las soledades son tristes y desoladas. Uno puede irse de aventuras sin un Sancho Panza, pero se requiere de mucha imaginación. Entiéndase imaginación como la costumbre de darle más peso a nuestros pensamientos que a los pensamientos de los demás. Este es el triunfo de nuestra subjetividad. 

¿Cómo vivir sin un Sancho Panza? En primer lugar, hay que aprender a encontrar placer en cosas inanimadas. Me refiero a encontrar placer en un libro, en una montaña, en un paisaje, en una película, en una canción o en una comida. En otras palabras, me refiero al placer de la contemplación: El arte, la naturaleza, la reflexión…

En segundo lugar, es necesario tener la capacidad de hablar con uno mismo al estilo de un loco de plaza. Y eso debe incluir el curioso hábito de la autoalabanza. O sea, como en el caso de Don Quijote, las glorias deben darse por autoglorificación. Y, como en el caso de Hamlet, a Sancho Panza hay que sustituirlo con un monólogo interior. La soledad, entonces, debe interpretarse como un paraíso de tranquilidad y libertad que llega al héroe como un premio por su gran corazón. En este esquema, el infierno no es la soledad, sino la compañía de los incomprensivos que no escuchan. No todos son tan buenos amigos como Sancho Panza. Entonces, debemos convertirnos en nuestro propio Sancho. 

Muchos no quieren nuestra compañía, porque nos consideran indeseables. La sociedad gregaria es selectiva y jerárquica. Lo que convierte al hombre solitario en el más indeseable de todos. Sin embargo, esto es, indudablemente, una exageración. No toda soledad es el resultado de un rechazo colectivo. En muchos casos, la soledad se escoge por placer o conveniencia. Si la compañía no satisface, no hay compañía más dulce que la soledad. Podemos ser Don Quijote y Sancho Panza al mismo tiempo. 

Ahora bien, no hay que vivir mucho para saber que el carácter subjetivo de la vida es lo que le da su color a la realidad. Por encima de todo, somos individuos que piensan. Nuestros auténticos compañeros son nuestros propios pensamientos.

 Gustavo Godoy




domingo, 2 de octubre de 2022

Las pequeñas cosas

 



Todo gira en torno al dinero. Pero de un dinero que no es un medio, sino de un dinero que es un fin. Ya está resultando obvio que el dinero no es un simple pedazo de papel que usamos para adquirir cosas. El dinero también emite un fuerte mensaje simbólico. En este lenguaje misterioso, el dinero es éxito. De hecho, se suele gastar mucho dinero para demostrarle a los demás que se tiene dinero. Me refiero, por supuesto, al dinero como signo.

En una sociedad burguesa, el reconocimiento social se obtiene mediante la ostentación. O sea, para pertenecer al club, hay que pagar la suscripción. Mejor dicho, para parecer rico, hay que adoptar el patrón de consumo de los ricos. Eso normalmente implica vivir en una ciudad de ricos. Poseer un inmueble en el mismo lugar que los ricos. Manejar un automóvil de ricos. Vestir como los ricos. Y socializar con los ricos. Aquí no estamos hablando de las posibilidades materiales. Aquí estamos hablando de las posibilidades sociales. Claro que estas posibilidades sociales exigen de cierto financiamiento. El dinero te permite comprar cosas. Sin embargo, la ostentación de ese dinero te da el respeto y la admiración de los demás. En el ámbito social, no es suficiente con únicamente tener dinero en el bolsillo. La gente debe pensar que tienes dinero en el bolsillo. De lo contrario, su poder simbólico se pierde.  

Ahora bien, no todos cuentan con una aptitud para la ostentación material. Y eso se puede deber a varias razones. Primero. Nuestro círculo social ya conoce perfectamente nuestra situación económica. Y ya no se requiere realizar gastos innecesarios para impresionar a los demás. Segundo. Tenemos el caso de los bohemios, excéntricos y ermitaños que, en su rechazo a los valores burgueses, adoptan un estilo de vida alternativo. O sea, no quieren pertenecer a ese club. En ambos casos, tenemos un distanciamiento social y un cambio de valores. El dinero deja de ser un trofeo. El respeto y la admiración de los demás se logra de otra manera.  

La educación siempre ha sido uno de los rivales más interesantes al culto del dinero. O sea, la distinción por conducta y la cultura como valor supremo. En este escenario, el dinero deja de ser un agente social. Y se convierte en un agente de libertad. En el trayecto, al perder su protagonismo, el dinero se vuelve invisible. El valor monetario de las cosas ya no es tan relevante. Y el valor cultural de las cosas surge como el elemento básico del encuentro social. No es tener. No es hacer. Ahora es ser. Porque la vida, entonces, se transforma en una contemplación. El gran disfrute no es mostrar. El gran disfrute es experimentar.

El disfrutar de la experiencia exige una búsqueda constante por la calidad y una gran pasión por los detalles. Un estilo de vida centrado en vivir el momento necesita de almas curiosas, observadoras y abiertas. El ritmo es diferente. Hay que ver, oír, oler, tocar, degustar y saborear. Se requiere tiempo. Se requiere lentitud. Se requiere calma. Se requiere silencio. Y se requiere moderación. Para vivir en el placer de las pequeñas cosas, se requiere cultivar la sensibilidad.

El valor de una comida va más allá de su precio. El valor de un libro no aparece en la portada. El valor de la música no se puede cuantificar en dólares. La educación te desarrolla el gusto. Porque la calidad sigue ciertos criterios. Sigue cierta tradición. Y, para formar parte de esta sociedad secreta, se necesita de tiempo, experiencia y espíritu. Esto no es para cualquiera. Y el dinero no te puede comprar la entrada de admisión. Porque hay intangibles que no se pueden transferir. Estamos hablando de una sociedad secreta, con un lenguaje secreto y miembros anónimos, que se ve obligada a existir en un mundo burgués. El mundo es el mismo. La frecuencia es otra.


 Gustavo Godoy 

sábado, 24 de septiembre de 2022

La decadencia del individuo inusual

 


La dignidad universal del hombre es más teórica que práctica. Digamos que todos somos iguales en forma abstracta. Sin embargo, en lo específico, como un individuo definido, la sociedad nos asigna un valor determinado dentro de una escala de valor. Al parecer, hay personas más importantes que otras. La consideración, por ejemplo, dada a la celebridad de Hollywood o a un famoso futbolista, obviamente, no es la misma que la dada a los indigentes de la plaza. Eso sucede, porque, normalmente, deseamos la compañía de lo valioso y evadimos lo deplorable. Se podría decir que adquirimos valor por asociación. Y el valor no es otra cosa que una convención. Es un acuerdo que se forma por consenso.

Toda sociedad humana cuenta con una interpretación de sí. Nuestro mundo es, en realidad, una ficción. La cosa en sí no es ficticia. La cosa en sí es real.  O, por lo menos, eso es lo que se podría suponer. Lo que ocurre es que el ser humano tiene la costumbre de igualar la cosa con su presentación. O sea, la cosa con la idea de la cosa. Entonces, nos vemos en el espejo y pensamos (equivocadamente) que la persona en el espejo somos nosotros. Igualamos lo desigual.

Pensamos en el concepto de éxito. "Éxito" nos sugiere un logro. Algo así como triunfo en la vida.  Básicamente, se trata de una abstracción. Sin embargo, el éxito también es un lugar, una persona, un objeto, una forma, un sonido, una estética o una acción. Por lo general, la parte representa el todo. La cosa representa la abstracción. Entonces, leemos el mundo usando un lenguaje de símbolos y dejamos que la imaginación complete la historia. Matamos a la mosca. Fotografiamos a la mariposa. Consentimos al gato. Comemos al cerdo. Nos da asco la cucaracha. Pero la langosta es un lujo.

La identidad es asociación. Y “valor” son las asociaciones del sujeto con las representaciones de valor escogidas por su grupo. La moral es estática. Y la estética es un fenómeno social. Eso significa que lo ordinario gana por mayoría. El éxito, en muchos casos, es señal de adaptación. Entonces, en una familia patológica, el hijo más patológico es el hijo preferido. Porque el grupo siempre premia a sus miembros más representativos. El padre idiota nunca pierde la ilusión de pasarle su idiotez a su descendencia

En la casa de los locos, el cuerdo suele ser el patito feo. El individuo que contradice a su entorno normalmente es rechazado por desafiar el valor predominante dentro del colectivo. Ahora bien, lo que debe ocuparnos no son los pasos que debemos tomar para alcanzar el éxito. Lo que debemos reexaminar es el tipo de valor que estamos validando.

El éxito es conquistar la cima de una montaña. Pero no todas las montañas merecen nuestros esfuerzos. De hecho, hay lugares que es mejor mantenerlos en la distancia. Hay caminos que se deben tomar de bajada. Y no todo club es digno de nuestra admiración. La decadencia es la utopía de los inconformes. La inadaptación del inusual nos indica, como frecuencia, la presencia de un tipo especial de sensibilidad incomprendida.

Si la nobleza es debilidad, la bondad es perdida, la hipocresía es triunfo, la obediencia es deber, la libertad es rebeldía, la vanidad es orgullo, el esnobismo es cultura, la verdad es mentira, la soberbia es sabiduría y la belleza es dinero, es momento de que el patito feo vaya a buscar a su verdadera familia. La decadencia no siempre es fracaso. El refinanciamiento y la sofisticación son un fracaso para los brutos. Porque el valor define al grupo. Y distintos valores crean seres muy distintos. Por ende, los polos se rechazan por diferencia de caracteres.

El pertenecer, muchas veces, es una prisión. De hecho, el paraíso de uno puede llegar a ser el infierno del otro. En los caminos de la autenticidad, hay mucha soledad. Pero es una soledad repleta de mucha compañía. Porque esta marginalidad tranquila nos permite ser creadores de nuestro propio universo. Lo que, para muchos, podría parecer una decadencia en la superficie, para el subjetivo emancipado es el triunfo del individuo sobre las montañas de su alma. 

Gustavo Godoy