viernes, 31 de julio de 2015

La estetica y conducta de la rebeldia




 El filósofo alemán Friedrich Nietzsche en una de sus primeras
publicaciones “El origen de la tragedia”, explora el origen y el
desarrollo de la tragedia griega, y plantea la dicótoma de las
mentalidades apolínea y dionisíaca presentes en el arte.
Por un lado, esta Apolo. Es el dios del sol, la belleza y la forma. Es
símbolo de la luz, la medida, la estructura y la mesura. Representa
el proceso de individuación y el racionalismo al estilo socrático.

Por otro lado, en diametral oposición, esta Dionisio. Es el dios del
vino, la intoxicación y la vida. Es el símbolo de lo oscuro, lo
informe, el instinto y la pasión. Representa el rompimiento con
todas las barreras y todas las limitaciones.En los ritos Dionisiacos
de la Grecia antigua y en los bacanales de Roma, los devotos ebrios
pasaban a ser uno con el flujo de la vida misma. La división
sujeto-objeto desaparecía. En estas orgias, el ser era uno con el
mundo en una especie de clímax orgásmico.

Nuestra imagen y nuestros hábitos siempre están asociados con
nuestras ideas sobre la sociedad y el mundo. En la Grecia antigua,
mientras los pitagóricos se vestían de blanco, usaban ungüentos
perfumados y se bañaba regularmente, los filósofos llamados cínicos
ostentaban una apariencia muy distinta. La estética cínica estaba en
coherencia con su concepción de la realidad.

Los cínicos desdeñaban la higiene corporal, los cosméticos y la moda
en rechazo al orden social convencional. Se vestían de manera
desaliñada con un simple pedazo de tela rustica que contrastaba con
las telas finas de los comercios griegos de la época como signos de
renuncia, sencillez y desprendimiento.

Los filósofos cínicos usaban una larga barba para afirmar su
proximidad a las bestias del mundo animal. El cabello largo y
descuidado recordaba los patrones del reino vegetal. Su deseo era
volverse salvaje. La densa cabellera y la barba tupida es la barbarie
en el repudio a la civilización. Los cínicos vivían como vagabundos
solitarios e itinerantes como señal del distanciamiento que buscaban
con mundo formal de los hombres.

Otro ejemplo. El célebre novelista León Tolstoi nació dentro una
familia de nobles en la Rusia del siglo XIX. Durante su infancia y
juventud vivió como un típico hidalgo ruso. Pero, luego, se convirtió
en asceta. Leía mucho a Rousseau, estudio a Schopenhauer, alababa a
Lao-Tzu y decidió parecerse a los cinicos. Quería vivir en estrecho
contacto con la naturaleza y desafiaba constantemente las normas de
la sociedad establecida. El excéntrico conde usaba una barba
larguísima, era sucio como un santo y vestía como el más humilde de
los campesinos.

La estética de los cínicos y los elementos dionisiacos siempre se
han interpretado como símbolos de irreverencia y formas de expresión
utilizadas por todo crítico del sistema. La noche, el color negro,
la música, las drogas, el sexo y el nudismo, entre otros, son símbolos
de desenfreno, caos y rebeldía por su carácter dionisiaco. Por ello,
las comunidades filisteas con fuertes mentalidades apolíneas desean
controlarlo todo y censuran vehemente los elementos dionisiacos para
someter al ser humano en el conformismo e imponer un orden mecánico a
la vida.

El famoso escritor y premio nobel de literatura Albert Camus dice “Me
rebelo, luego existo”

 
Gustavo Godoy

Articulo publicado por el Diario El Tiempo de Valera , Viernes 31  de julio de 2015 en la columna Entre libros y montañas

 



 

viernes, 24 de julio de 2015

La retirada de los sabios





Según la tradición, el sabio Lao Tzu mantuvo la posición de bibliotecario imperial durante la dinastía Chou hace unos 2600 años atrás en la región que hoy llamamos China. Cuenta la leyenda que durante un periodo de caos y corrupción, hastiado decidió escapar de la civilización e irse a vivir solo en las montañas. Lao Tzu es el autor del “Tao te Ching “, una de los obras filosóficas más hermosas y profundas jamás escritas.

Los grandes sabios y reformadores morales de todos los tiempos con frecuencia se han apartado del entorno social donde nacieron y se han retirado lejos de la gente en busca de los valores espirituales que proporciona la soledad en medio de la naturaleza. Los chamanes a menudo se adentran a zonas salvajes para encontrarse con el mundo espiritual. El profeta del antiguo Imperio Persa Zoroastro en su época partió a territorios inhóspitos anhelando sabiduría. También, Buda, en el ambiente hindú del noreste de la India del siglo VI A.C, dedicó varios años a la meditación en el bosque para luego lograr la iluminación. Por otro lado, Jesús de Nazaret, en el trasfondo judío de Palestina bajo el dominio del Imperio Romano, pasó cuarenta días en el desierto soportando severas austeridades para después iniciar su ministerio donde se proclamó como el mesías de la humanidad. Este tema se presenta muy a menudo a través de la historia sobre todo en periodos de atraso o transición.

El viaje migratorio y el retiro hacia el alma se han convertido en una metáfora del rompimiento del viejo orden de las cosas y la búsqueda de algo nuevo y mejor. El retiro sana y purifica. La soledad prueba y disipa las dudas. La tranquilidad, la libertad interior y el alejamiento del mundo aportan una lucidez que permite cuestionar lo obsoleto y facilita las innovaciones.

Sin duda alguna, en el mundo de la literatura, sobre todo la moderna, este tema se presenta repetidamente. Por ejemplo, en las primeras décadas del siglo XX, el escritor irlandés James Joyce en su novela de aprendizaje, “Retrato del artista adolescente”, relata la lucha del joven intelectual Stephen Dedalus por romper con el ordenamiento social con el que se crió y crear en el exilio un nuevo orden en armonía con su espíritu. Escapa del hogar materno y se muda a la ciudad de Dublín para recrearse libre de las ataduras del pasado.

Igualmente, en una obra de teatro también de Joyce, “Exiliados” este tema es explorado con gran belleza. El personaje del escritor Richard Rowan, como Stephen Dedalus, afronta también similares sentimientos de extrañamiento con la sociedad y busca una respuesta en una especie de exilo espiritual, esta vez, enclaustrado en su estudio donde se dedica a la escritura. El protagonista ha renunciado a su familia, a la amistad y al amor para vivir en su propio mundo según sus propias reglas.

Como un refugio solitario y apartado en el exilio lejos de las fuerzas conservadores de la sociedad, la muy criticada torre de marfil del sabio ermitaño proporciona un marco fijo y estable donde desenvolverse sosegadamente para poder crear libremente un mundo original sin las distracciones, las presiones y las limitaciones de los contextos gregarios y retrógrados.

El exilio es un viaje externo que alienta y estimula el viaje interno. En la mayoría de los casos, la renuncia con el pasado o lo establecido debe ir acompañada necesariamente con un cambio de entorno físico que se adapte mejor a las nuevas realidades espirituales del viajero.
 Gustavo Godoy

 Articulo publicado por el Diario El Tiempo de Valera 24 de julio de 2015 en la columna Entre libros y montañas

 

viernes, 17 de julio de 2015

El mundo de los filisteos





El escritor Hermann Hesse en su novela el Lobo Estepario nos narra el conflicto interno de su personaje Harry Haller que vive como un extraño dentro del mundo burgués. La novela inicia el día que Harry alquila una habitación en una urbanización de clase media en la casa de una dulce señora burguesa. El hogar del burgués es seguro, ordenado, limpio, rutinario, y decente. Todos son trabajadores, familiares y ciudadanos ejemplares. Los domingos van a las iglesias y siempre pagan sus impuestos. Todos siguen las reglas y están ansiosos por hacer las cosas de la manera más perfecta posible. Harry Haller detesta lo burgués. Para el, es un ambiente asfixiante. Vive entre ellos, pero no es feliz. Siente que no pertenece a ese mundo. Es un lobo estepario.

Como lo uso aquí, el término burgués es intercambiable con el de filisteo. No lo empleo con su connotación política y económica dentro de la teoría marxista sino como es usado a menudo en los clásicos de la literatura, sobre todo en el siglo XIX. Un burgués o un filisteo es una persona que toma en serio todos los convencionalismos sociales tradicionales, preocupado solo por el dinero y carente de toda sensibilidad para la literatura, las artes y lo intelectual. En este contexto, su antítesis seria el bohemio o el artista. Nada que ver con el sentido comunista o socialista de la palabra. Es un estado del alma, no es una realidad política o económica. La palabra burgués viene del francés bourgeis que quiere decir ciudadano. Mientras que la palabra filisteo viene del pueblo de comerciantes del mediterráneo en la antigüedad. Por otro lado, bohemio viene de la región de Bohemia en Europa asociada con los gitanos y su vida errante.

El filósofo alemán Arthur Schopenhauer presenta “El filisteo como un ser que se deja engañar por las apariencias y toma en serio todos los dogmatismos sociales: constantemente ocupado de someterse a las farsas mundanas.”

La santa trinidad del mundo de los filisteos es el trabajo, la familia y la sociedad. Su vida consiste exclusivamente en trabajar, casarse, criar niños y seguir las normas de la sociedad establecida.

Sus ideas son obtenidas de la iglesia, el Estado y la opinión pública. La burguesía descansa su moral en la policía y su arte en las corporaciones. La existencia burguesa busca lo práctico, lo conveniente, lo seguro y lo cómodo.

La rivalidad entre la burguesía y la bohemia es eterna. En la novela Ulises del irlandés James Joyce nos encontramos que el personaje del intelectual Stephen Dedalus tenía más de seis meses que no tomaba un baño. Ha renunciado a la religión, ha acudido al arte y a la filosofía por consuelo. El excéntrico grupo de escritores llamados los beats en el barrio neoyorquino de Greenwich Village de los 50s. Eran ociosos melenudos de barba rala que vestían de forma desaliñada, dormían en un colchón en el piso, tenían una vida disipada, desordenada, sin rutina, sin trabajo y sin familia. Consumían marihuana y alcohol mientras bailaban jazz y tenían sexo hasta el amanecer. Para satisfacción de los bohemios, este tipo de comportamiento siempre escandalizan a los burgueses.

El bohemio abraza la vida, el filisteo el dinero. Uno escoge calidad, el otro cantidad. El bohemio crea, el filisteo imita. El bohemio ama la libertad y busca ser autentico. El filisteo ama la seguridad, sobrevive sometiéndose al grupo y cuidando su apariencia. Uno tiene su personalidad, el otro tiene sus propiedades.

La vida bohemia es sobre sensibilidad, expresión, libertad, creatividad y la originalidad del individuo. La vida del burgués o filisteo es sobre todo lo contrario.




 Gustavo Godoy

Articulo publicado por el Diario El Tiempo de Valera , Viernes17 de julio de 2015 en la columna Entre libros y montañas


viernes, 10 de julio de 2015

El mito de sisifo





Según la mitología griega, Sísifo fue rey de Corinto y un hombre muy sabio y prudente. Sin embargo, cometió una gravísima falta que ofendió terriblemente a los dioses. Debido a esta transgresión, este mortal, símbolo de la humanidad, fue condenado al Hades y castigado de un modo muy particular. Su pena consistió en hacer subir una pesada roca hasta la cima de una altísima montaña para volverla a subir inmediatamente sin descanso por toda la eternidad. Este curioso mito fue brillantemente utilizado por el escritor franco-argelino y premio nobel de literatura Albert Camus para ilustrar su famosa filosofía de lo absurdo.

El mundo de Sísifo es un mundo similar al nuestro. Esta es una realidad donde los problemas verdaderamente importantes no tienen una solución definitiva. Este es, sin duda, un mundo incompresible desde la razón. En las palabras de William Butler Yeats “La vida es una larga preparación para algo que nunca llegará”

En el arte de vivir nos topamos frecuentemente con profundas contracciones y difíciles dilemas que desafían constantemente el pensamiento. Sin embargo, la vida concreta no se piensa, se vive.

Este mundo no es racional sino paradójico. Eso que comúnmente llamamos realidad no es otra cosa que un complejo sistema de procesos y cambios constantes. Es inútil especular de manera absoluta acerca de la totalidad del universo y su finalidad. Lo único cierto es lo incierto.

La comprensión humana es limitada porque su percepción del entorno es también limitada. Para los seres humanos no existen verdades objetivas ni absolutas sino subjetivas y relativas. Ya el filósofo griego Protágoras lo dijo en el siglo V antes de Cristo “El hombre es la medida de todas las cosas”. De forma parecida lo postuló el filósofo Danés Søren Kierkegaarden su famosa frase “La verdad es la subjetividad”

La incapacidad de la mente humana de comprender objetivamente los misterios del universo en su totalidad absoluta se extiende inevitablemente a la incapacidad de construir ideales y valores basados en un orden metafísico cerrado y universal.

Las leyes de los hombres no vienen de los dioses o de una realidad supranatural. Nuestras leyes, costumbres y principios morales son convencionalismos construidos por nosotros mismos para nuestra propia utilidad como resultado de la experiencia. No hay normas transcendentes de conducta. No hay patrones absolutos que impongan el cómo se debe vivir.

 ¿Cómo vivir la vida en un mundo absurdo, un mundo sin sentido último? Como en el caso de Sísifo, el caminante en un camino sin final debe encontrar plenitud en el hecho mismo de caminar. Sería absurdo poner sus esperanzas en una meta inalcanzable desde el inicio.
La vida carece de un fin último fuera de nosotros mismos. Sencillamente, somos en la medida que vivimos. La vida es simplemente el momento presente donde cada individuo existente vive, siente y experimenta en ese movimiento místico entre el ser y su circunstancia.

Todo cambia. Hay tiempos malos y buenos. La suerte viene y se va. Sin embargo, hay algo para aferrarse y nadie no los puede arrebatar: Nuestra actitud personal ante el destino. La vida es el acto mismo de vivir.

Gustavo Godoy

Articulo publicado por el Diario El Tiempo de Valera , Viernes 10 de julio de 2015 en la columna Entre libros y montañas

viernes, 3 de julio de 2015

La relación entre el ocio y la cultura



   En el mundo de hoy, todos por igual ,los capitalistas, los
socialistas y la opinión pública en general constantemente ensalzan el
trabajo y desalientan el ocio. Uno escucha frecuentemente que la
juventud debe mantenerse ocupada y lejos del ocio. Según el prejuicio
popular, un hombre ocioso es un criminal en potencia y posee un
estatus sumamente bajo ante los ojos
de la sociedad. La religión totalitaria del trabajo es un elemento
predominante en la civilización burguesa de nuestros días.

Como lo abordo aquí, el ocio no es holgazanería o ausencia de
ocupación. Tampoco es el tiempo fuera del horario de trabajo cuando
la clase media dedica horas a ver televisión, chismorrear en el
internet, comer hamburguesas, ir de shopping o pasear en el mall.

El ocio, del latín Otium, es la actividad noble del individuo que se
dedica al estudio, las letras, las artes o el servicio público que
tiene como finalidad la búsqueda del bien, la verdad, la belleza o
la gloria.

Por otra lado, el ocio esta en contraposición a la actividad
burguesa de Nec-otium o en castellano neg-ocio. La tarea mecanizada,
monótono, enajenante del individuo maquina que por un sentido de
obligación y obediencia produce mercancías en busca de dinero y
consumo.

En la antigüedad, el otium y el nec-otium eran la manera de distinguir
al hombre libre del esclavo. El filosofo alemán Nietzsche dice “Quien
no disponga de dos tercios partes de su jornada para si mismo es un
esclavo, independiente de lo que sea además: político, comerciante,
funcionario o erudito”

Es curioso que la palabra trabajo viene de tripalium, en latín, un
instrumento de tortura usado en los tiempos antiguos. Por otra parte,
la palabra escuela viene del griego skolé o en latín schola que
significa ocio.

Cabe decir que no estoy desaprobando el trabajo como la actividad
creadora y gratificante necesaria para satisfacer las necesidades
físicas y psicológicas del ser humano y la sociedad. La critica va
dirigido a la glorificación del trabajo burgués que esclaviza y
embrutece a la humanidad. El burgués nunca tiene tiempo y siempre esta
de prisa. Solo tiene tiempo para los negocios y el lucro. Francamente,
es el peor trueque de todos. Su vida por dinero. Su alma por consumo.

Como dijo el excéntrico escritor irlandés Oscar Wilde “Vivimos en
la época de los supertrabajadores y de los infraeducados; en la época
en que la gente se aplica tanto al trabajo que se vuelve totalmente
estúpida. “

El otium es la base de la cultura. El otium es el alimento del
artista creador. Esa persona que goza del acto mismo de crear. Aquel
personaje que mientras vive, la sociedad lo desprecia, pero después
de su muerte será aplaudido por sus aportes. La cultura seria otra,
si muchos de los artistas, filósofos, poetas, intelectuales,
escritores, y músicos de nuestra historia universal habrían
desperdiciado sus vidas trabajando de 9 a 5 de lunes a sábado
fabricando productos y obedeciendo ciegamente los intereses de un
jefe capitalista.

El hombre de genio requiere soledad y tiempo libre. Necesita
disfrutar de una esfera privada que brinde espacio y sosiego para
poder reflexionar, escribir y crear una obra de significativo valor
cultural y social.

“Nunca he estado menos ociosos que cuando estoy ocioso ni mas
acompañado que cuando estoy solo “. Esta es una frase del celebre
romano Escipión el Africano sacada de los escritos del filosofo y
político romano Marco Tulio Cicerón.

El ocio es una actitud ante la vida. Un forma de vida que se apoya en
el ser, y no en el tener.
 


Gustavo Godoy

Articulo publicado por el Diario El Tiempo de Valera , Viernes 03 de julio de 2015 en la columna Entre libros y montañas