domingo, 20 de noviembre de 2022

Una vida sencilla

 


En este mundo, hay dos tipos de personas. Los admirados y los no admirados. ¿Qué es lo admirable? Se admira a la persona con recursos. Entonces, esa clasificación binaria entre los admirados y los no admirados hay que entenderla, por supuesto, de manera relativa. Obvio que se trata de una división bastante caprichosa. No todos admiramos a las mismas personas. Y, al mismo tiempo, es muy difícil encontrar a alguien no admirado por nadie. Después de todo, no existe la persona con recursos infinitos. Todos tenemos carencias. Por otro lado, no existe la persona sin recurso alguno. Se admira al ganador. Pero no todos estamos en el mismo juego.

El que tiene dinero tal vez no tenga tiempo. El que tiene fama tal vez no tenga sabiduría. El que tiene cultura tal vez no tenga disciplina. El que tiene talento tal vez no tenga ética. El que tiene belleza tal vez no tenga gusto. El poderoso tal vez no sienta paz. Y el pequeño tal vez se crea un gigante. El éxito en algo también es un fracaso en algo más.

Lo que ocurre es que el individuo competente tiende a ser un especialista por vocación. ¿Y qué es un especialista? Alguien muy bueno en una cosa, pero muy malo en muchas otras. O sea, en toda vida vivida hay muchas vidas no vividas. Unos mejores y otros peores. Pero esas vidas no vividas nos recuerdan que no hay vida completa. La plenitud es una quimera.

El admirador de lo admirable, entonces, es alguien cuya visión es incompleta. Obviamente no está viendo toda la historia. Esa falta de perspectiva es posible gracias a la distancia. Porque, en la mente, lo que la distancia no permite ver lo completa y lo perfecciona la imaginación. La admiración total es una ficción. Porque todo atributo cuenta con un lado bueno y con otro malo.

Una característica en un contexto puede ser una virtud. Y esa misma característica, en otro contexto, puede ser un defecto. Y, como la vida es un flujo continuo e interminable de contextos, lo mismo que nos encantó de alguien un día nos puede sacar de quicio el otro día.

Para admirar, lo mejor es ignorar la realidad. Porque al conocer la decepción es inevitable. De hecho, se podría decir que lo admirable es un hechizo que oculta una farsa. Y ese hechizo se rompe con la cercanía. Por ende, pienso que buscar la admiración de los demás no es un objetivo muy satisfactorio. Exige demasiada energía. Es una tarea sumamente ardua y desgastante. ¿Y para qué? Para crear fantasía en personas que no conocemos. Y para terminar decepcionando a los que sí llegan a conocernos.

Claro que el impulso de admirar lo que los demás admiran es muy fuerte. Somos seres gregarios y nos sentimos bastante cómodos aceptando la versión del mundo que nos presentan los demás. Esa costumbre tan humana es “natural”, pero no siempre es conveniente. En vez de utilizar tantos recursos para impresionar a los demás, podríamos utilizar esos mismos recursos para disfrutar lo simple. ¿Es lo simple? Yo diría que “lo simple” es aquello que disfrutamos por sí solo. O sea, el placer intrínseco. Lo sabroso. Lo que nos gusta porque sí. En compañía o a solas. Y es algo que no depende de los aplausos ajenos.

Siempre he pensado que no hay nada malo con desear una vida simple y sencillo. No me refiero a la vida de un ganador. No me refiero a una vida repleta de premios y trofeos. No me refiero a la vida admirable de héroes y santos. Se podría decir que me refiero a la vida no extraordinaria de la persona común y anónima que disfruta su café por la mañana y su buen libro por la noche. Se trata de una persona que puede dormir esos 5 minutos más, que puede comer su platillo favorito, y que tiene buena música a su disposición. Hablo de poseer la sensibilidad y la curiosidad de vivir con ilusión. Hablo de esa capacidad de disfrutar las pequeñas cosas de todos los días. 

Digamos que estamos hablando de una vida etiqueta por muchos de mediocre. Nadie ve el castillo en la colina. No hay un público aplaudiendo. Ni tenemos biógrafos haciendo fila para escribir el libro. Pero he ahí la magia de la vida simple y sencilla. El castillo se construye en el corazón. El aplauso viene de adentro. Y el biógrafo es el universo de las memorias. La aventura es privada y modesta. Pero muy sincera. Es la gran experiencia de lo pequeño y lo simple. Sí, también hay mucho valor en una vida así. Ciertamente. “No es malo celebrar una vida sencilla”.

 

 Gustavo Godoy