viernes, 23 de febrero de 2018

Las mil y una noches




Convencido de la infidelidad incorregible de las mujeres, el sultán Shahriar decidió casarse cada noche con una virgen para después ordenar su muerte al día siguiente. De este modo, el testarudo monarca pretendía vencer la supuesta “vileza” natural del género femenino y nunca ser víctima de una traición. Este insólito ritual se repitió una y otra vez por muchos años. Todos los días moría una joven inocente en las manos de los  verdugos del palacio. Luego, un día (ya la cifra de muertes había  ascendido a tres mil), llegó el turno de Sherezade, la hija del gran visir.  La astuta y bella mujer se rehusó a aceptar su trágico destino e ideó un ingenioso plan:  en la noche de bodas relataría (con la ayuda de su hermana) un cuento que siempre dejaría inconcluso. De esta manera, su marido tendría que perdonarle la vida para poder escuchar el final del cuento. Y así lo hizo. Noche tras noche, Sherezade logró cautivar al rey con sus maravillosas historias. ¡Genial!

Ahora bien, esa es la historia que sirve de marco para contar las además historias que aparecen en Las mil y una  noches. Este es un libro de cuentos. Cuentos tras cuentos y cuentos dentro de cuentos.  Este libro nos revela  a un Oriente mágico y sumamente exótico: Genios colosales  encerrados en pequeñas botellas, viajeros que descubren reinos maravillosos, alfombras voladoras y objetos asombrosos , cuevas con joyas y riquezas enormes... En esta obra hay de todo menos monotonía. Adicionalmente  a los cuentos maravillosos, también se cuentan fábulas, chistes,  diarios de viajes, relatos de pícaros, narraciones de crímenes y anécdotas breves. Ahí parecen: “El pescador y el genio”, “Las tres manzanas”, “Aladín y la lámpara maravillosa”, “Alí Babá y los cuarenta ladrones”, “Simbad el marino”, “La ciudad de bronce”, entre muchos otros. En la voz de Sherezade descubrimos el placer de un buen cuento.

El orientalista frances Jean Antoine Galland( 1645-1715), mientras vivía en la ciudad de Estambul, descubrió un manuscrito árabe que reunía un gran número de cuentos y decidió traducirlos al francés. Los cuentos recopilados por Galland fueron publicados en París, entre 1703 y 1717, en doce volúmenes bajo el título de Les milles et une nuits. La obra causó gran sensación en Europa. Y desde entonces ha sido un libro que ha deleitado a incontables generaciones de ávidos lectores. ¡Borges lo amaba!

Evidentemente, las mil y una noches es un trabajo colectivo creado básicamente por tres pueblos: el hindú, el persa y el árabe, que creció y devino a lo  largo de  siglos. De hecho, su origen es muy remoto. Así, la variedad y la extensión de la pieza se explica como una consecuencia de  su rica, antigua y  progresiva procedencia.

El título es una belleza. El número “mil “ recuerda a lo eterno; y la noche, al misterio.  El “uno”  fue agregado luego debido a una vieja superstición oriental que considera a los números pares de mala suerte. He aquí la explicación del título tan encantador.  

Occidente adquirió una noción del Oriente gracias a Las mil y una noches. Distorsionada, sí. Pero increíblemente bella.

Gustavo Godoy


Artículo publicado en  El diario El Tiempo ( Valera, Venezuela) y en varios medios alternativos en diferentes países del mundo el Viernes 23 de Febrero 2018 en la Columna Entre libros y montañas



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viernes, 16 de febrero de 2018

Diálogo fantástico



El individuo es una mera fantasía. No existe. El uno es un número falso, ilusorio y tan solo aparente. En el fondo, somos una gran multitud de seres, seres que cohabitan en una rica, compleja e intangible realidad que está cambiando sus paisajes sin cesar. Cada uno es un inmenso universo, infinito en el tiempo y en el espacio. Cada “persona” es, en realidad, un libro eterno e insólito donde son representados innumerables personajes que interactúan vivazmente en un océano de matices y posibilidades sin fin. Hay tantos yos como azules en el cielo.

Era uno de esos días que veía todo inconexo y gris, seguramente a raíz de algún desaire o algún revés. Estaba aún solo en casa, acostado en un diván, pero, como por obra de un extraño sortilegio, de hecho, no me sentía en casa. De pronto, me encontré en otro lugar.  Me vi deambulando afuera, entre las estrechas y oscuras callejuelas del mundo. Estaba caminando triste y en círculos como la persona que busca algo pero en realidad no sabe qué. Vagaba cabizbajo, algo abatido y un tanto decepcionado. 

Al poco tiempo de estar en ese mágico dominio, uno de mis yos me llamó. En un primer momento, lo ignore desdeñosamente. Pero él insistió. Trate de evitarlo porque no estaba de ánimos para charlas. Sin embargo, él terminó por imponerse. Me tomó del brazo con firmeza y me susurró al oído: “¡Amigo!, quiero decirte algo”. Era viejo y de lento proceder. Se asemejaba a mí, pero mucho más desgastado e irónicamente mucho más feliz y sereno. A mí, al principio, me pareció sumamente imprudente. Pero como me di cuenta que ya no me podía escapar, no me quedó otra que escucharlo. Entonces, ahí estamos los dos, sentados en un banquillo imaginario en un recóndito y secreto rincón de mi mente extraviada, mi viejo yo conversando con mi joven yo.

Después de una breve pausa, el viejo me dijo: “¡Sabes!, te envidio”. Yo hice una mueca en señal interrogante. Él, luego de notar mi reacción, prosiguió. “Sí, es verdad. Si nos tomamos el tiempo para mirar atrás y reflexionamos un poco, nos daremos cuenta sin mucho trabajo que esos años de dolor y de soledad, de dificultades y de pérdidas, de problemas y de amargos abandonos, esos años son los mejores” -Yo sonreí ofendido y aparte la mirada en gesto de protesta-.

-“Sí, estoy hablando en serio, querido amigo” - Me afirmó con un tono mucho más firme y aplomado-. Y prosiguió: “¿Qué pretendes? ¿Quieres que nunca le pase nada? ¿Tú aspiras que todo se te  dé fácil, así nomás?¿Dónde estaría el mérito en eso? ¡Una vida de gloria, pero sin esfuerzo! Eso sería muy triste. ¡Bah! Pasear por la llanura es demasiado poco. Yo prefiero escalar montañas. Claro que la vida es dura y está llena de contrariedad. No te lo niego. Pero hacerse la víctima no resuelve nada.”

“Ahí, al borde del abismo y las tinieblas, cuando somos atacados por la soledad, el miedo y la desolación, en medio de esa oscuridad que terriblemente nos envuelve y nos golpea, en ese lugar salvaje y frío,  siempre yace  una esperanza. La esperanza, la fe, el amor, la paciencia, el cariño y la bondad, esos son tus compañeros. Nunca los abandones. Todo el dolor, todas las penas, son solo espinas de un rosal. No te rindas. Levántate. Tú eres más fuerte que un titán y tus huesos son de acero. Porque nunca se podrá doblegar la voluntad indomable y el espíritu imparable de un corazón anhelante. Cree en ti. Sé audaz, atrevido y constante. Confía en ti y en tus poderes. Asume, con tenacidad y optimismo, los retos del destino. Afronta sus designios con dignidad."

"Recuerda esto: En la vida siempre hay que tener una ilusión, un ideal, una meta inalcanzable. Eso sí, cualquier sendero que escojas, ¡amalo! Ama siempre con toda tu alma y jamás pierdas la pasión. Haz de la vida un evento memorable.”

Gustavo Godoy


Artículo publicado en  El diario El Tiempo ( Valera, Venezuela) y en varios medios alternativos en diferentes países del mundo el Viernes 16 de Febrero 2018 en la Columna Entre libros y montañas


viernes, 9 de febrero de 2018

El corazón de las tinieblas




Joseph Conrad (1857-1924), uno de nuestros grandes escritores modernos,   nació en Ucrania, de padres polacos. En su primera juventud, se  educó en francés, en alemán y en ruso, pero, posteriormente,  eligió  el  inglés como su lengua literaria.  Desde muy temprano edad, sintió pasión por  el mar. Así que, aún siendo un adolescente, se enroló como marinero para  zarpar   hacia una vida  de viajes y aventuras por el mundo. De todos sus viajes, el suyo por el Congo tuvo en él obviamente un efecto profundo. Por sus comentarios, ese viaje se sintió como un descenso al infierno. Y  lo cambió en lo más hondo.

El capitán Marlow, marino mercante inglés, es el temerario personaje que utiliza Conrad para contar su historia personal. Sin embargo, el Marlow que conocemos en El corazón de las tinieblas (1899) va más allá de ser un personaje solamente, parece, más bien, una actitud moral, la del propio Conrad. La verdad es que Marlow no solo narra los hechos, sino que también los comenta, los siente y los sopesa. Si leemos sus “juicios” superficialmente, podríamos caer en el error de considerarlos una censura total de lo vivido; pero no. Sus conclusiones, aunque sumamente sombrías, distan de ser precisas. De hecho, presentan  una gran ambigüedad y bastantes dudas. Lo que sí queda perfectamente claro es la intensidad de sus emociones. Sus impresiones son tan profundas y desgarradoras que dejan al lector estupefacto del asombro. Eso es porque  el texto, sobre todo en su tono, posee una fuerza impresionante. La obra logra expresar el horror, la zozobra, la fatalidad, y la oscuridad de aquella experiencia  extraordinaria, como ninguna otra.  Es el trabajo de un verdadero genio de la sensibilidad.

El corazón de las tinieblas es el  relato de un viaje por el río Congo.  La obra es, evidentemente, casi una autobiografía, claro que convertida en un hondo estudio de las emociones humanas. Por una parte, la novela denuncia severamente las terribles ironías,  la amarga hipocresía y los tristes excesos de la colonización europea en África, pero, también, plantea temas morales más universales. Conrad explora aquí el problema de la soledad, el poder y la fragilidad moral del ser humano.   Es decir, los nefastos efectos morales que podrían recaer en un hombre el  poseer un poder sin controles ni frenos.


 La trama, en sí, sorprende por su sencillez.  El capitán Marlow  es asignado con la misión de navegar, con un barco a vapor,  río arribo, adentrándose al centro  de la selva, para rescatar a un destacado comerciante de marfil, un tal Kurltz, que presuntamente  ha caído gravemente enfermo. Pero lo impactante del relato no son los hechos  como tal, sino la atmósfera tenebrosa y sofocante que poco a poco se va construyendo en una especie de crescendo. Con el pasar de cada página, la tensión se va  incrementando hasta llegar a niveles de expresión muy potentes. A cada momento,  la selva se hace más  lúgubre y más intimidante. Y el personaje de Kurltz también se revela paulatinamente cada vez más grande, más enigmático y más inquietante. Kurltz, un hombre de gran talento y dotes excepcionales, se ha convertido un terrible tirano,  en una suerte de dios del mal, el cual los nativos rinden culto como a un demonio. Kurltz es un hombre con algo que decir.  Un ser que fascina,  confunde y  perturba al mismo tiempo. Lo que más trastorna a Marlow de su encuentro con Kurltz y al escuchar su voz, es la lucidez de sus ideas. Kurltz no parece estar loco, pero debe estarlo. El corazón de las tinieblas es un oscuro viaje hacia las profundidades del alma. 



Gustavo Godoy


Artículo publicado en  El diario El Tiempo ( Valera, Venezuela) y en varios medios alternativos en diferentes países del mundo el Viernes 09 de Febrero 2018 en la Columna Entre libros y montañas


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viernes, 2 de febrero de 2018

Goethe







Para gran beneficio de la cultura, Goethe logró unir tendencias estéticas anteriormente consideradas como antagónicas en algo armonioso y superior. Pudo equilibrar magistralmente los impulsos románticos, típicos de las regiones germánicas, con los clásicos, heredados del mundo grecorromano. Supo combinar los valores propios de una burguesía emergente ligada exclusivamente a un ámbito nacional con la tradición aristocrática europea, acostumbrada a moverse en un escenario internacional. Es decir, sintetizó corrientes supuestamente contrapuestas y las llevó a un nivel mucho más elevado. Con su obra, subió el estándar de calidad y, al mismo tiempo, la hizo accesible a un público más amplio. Goethe creó literatura universal.

Johann Wolfgang von Goethe nació el 28 de agosto del año 1749 y murió el 22 de marzo del 1832. Nació en la ciudad de Fráncfort, en lo que hoy se conoce como Alemania. Es el más grande de las letras alemanas y uno de los gigantes de todos los tiempos. Con Goethe, sobre todo en su país, hubo un antes y un después. Poeta, novelista, dramaturgo, científico, abogado, diplomático.   Fue un hombre total. Un acontecimiento único. Colocó a su patria en la boca de todo el mundo y le dio a su terruño un prestigio cultural del que carecía. Fue un ser extraordinario.

El Goethe joven participó en el influyente movimiento artístico conocido como Sturm und Drang, (preludio del Romanticismo). Después de abandonar el estilo rococó de sus inicios, e inspirado por Homero, Shakespeare, Ossian y escritores provenientes del pueblo llano, comenzó a escribir bajo una nueva poética.

Su primera novela, basada en una vivencia personal, nos relata la tragedia de una pasión frustrada, los tormentos de un joven burgués e intelectual enfrentado ante el amor y la sociedad.  Los sufrimientos del joven Werther, una obra atrevida que causó un verdadero furor por toda Europa e impuso nuevos esquemas. La novela conmocionó porque produjo un efecto profundo en la vida emocional de sus lectores. Los jóvenes se vieron en Werther y se identificaron con su pesar. En su tiempo, fue una sensación, un fenómeno editorial sin precedentes.  Hasta el monstruo de Dr. Frankenstein leyó el libro. Y se dice que Napoleón Bonaparte siempre llevaba una copia en un bolsillo.   

Sus otros escritos, por otro lado, se han convertido en valiosísimas guías educativas para las clases cultas, principalmente su texto autobiográfico titulado Poesía y verdad, pero también sus novelas de formación como Los años de Wilhelm Meister, Los años de peregrinación de Wilhelm Meister y Las afinidades electivas.  Son verdaderas joyas del desarrollo personal. Una referencia obligada.

Luego, tenemos su drama teatral, Fausto. Esta es la obra poética más trascendente en lengua alemana. Un drama universo. Lo tiene todo. Se basa en la leyenda del alquimista y astrólogo alemán Fausto, hombre que, motivado por una desmesurada sed de conocimiento, realizó un pacto con el Diablo. Fausto es un desafío contra el mundo y los límites que nos impone. El personaje, hoy, se identifica con la voluntad indomable del hombre de energía avasallante. La imagen de todo desenfreno.

Goethe es el símbolo de lo mejor del humanismo alemán. Todo lo contrario a lo que podría representar una figura como la de un Hitler.  Goethe tenía mil facetas. Era un hombre de acción y, al mismo tiempo, de gran intelecto. Un romántico de clase mundial.  



Gustavo Godoy



Artículo publicado en  El diario El Tiempo ( Valera, Venezuela) y en varios medios alternativos en diferentes países del mundo el Viernes 02 de Febrero 2018 en la Columna Entre libros y montañas


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