domingo, 20 de noviembre de 2022

Una vida sencilla

 


En este mundo, hay dos tipos de personas. Los admirados y los no admirados. ¿Qué es lo admirable? Se admira a la persona con recursos. Entonces, esa clasificación binaria entre los admirados y los no admirados hay que entenderla, por supuesto, de manera relativa. Obvio que se trata de una división bastante caprichosa. No todos admiramos a las mismas personas. Y, al mismo tiempo, es muy difícil encontrar a alguien no admirado por nadie. Después de todo, no existe la persona con recursos infinitos. Todos tenemos carencias. Por otro lado, no existe la persona sin recurso alguno. Se admira al ganador. Pero no todos estamos en el mismo juego.

El que tiene dinero tal vez no tenga tiempo. El que tiene fama tal vez no tenga sabiduría. El que tiene cultura tal vez no tenga disciplina. El que tiene talento tal vez no tenga ética. El que tiene belleza tal vez no tenga gusto. El poderoso tal vez no sienta paz. Y el pequeño tal vez se crea un gigante. El éxito en algo también es un fracaso en algo más.

Lo que ocurre es que el individuo competente tiende a ser un especialista por vocación. ¿Y qué es un especialista? Alguien muy bueno en una cosa, pero muy malo en muchas otras. O sea, en toda vida vivida hay muchas vidas no vividas. Unos mejores y otros peores. Pero esas vidas no vividas nos recuerdan que no hay vida completa. La plenitud es una quimera.

El admirador de lo admirable, entonces, es alguien cuya visión es incompleta. Obviamente no está viendo toda la historia. Esa falta de perspectiva es posible gracias a la distancia. Porque, en la mente, lo que la distancia no permite ver lo completa y lo perfecciona la imaginación. La admiración total es una ficción. Porque todo atributo cuenta con un lado bueno y con otro malo.

Una característica en un contexto puede ser una virtud. Y esa misma característica, en otro contexto, puede ser un defecto. Y, como la vida es un flujo continuo e interminable de contextos, lo mismo que nos encantó de alguien un día nos puede sacar de quicio el otro día.

Para admirar, lo mejor es ignorar la realidad. Porque al conocer la decepción es inevitable. De hecho, se podría decir que lo admirable es un hechizo que oculta una farsa. Y ese hechizo se rompe con la cercanía. Por ende, pienso que buscar la admiración de los demás no es un objetivo muy satisfactorio. Exige demasiada energía. Es una tarea sumamente ardua y desgastante. ¿Y para qué? Para crear fantasía en personas que no conocemos. Y para terminar decepcionando a los que sí llegan a conocernos.

Claro que el impulso de admirar lo que los demás admiran es muy fuerte. Somos seres gregarios y nos sentimos bastante cómodos aceptando la versión del mundo que nos presentan los demás. Esa costumbre tan humana es “natural”, pero no siempre es conveniente. En vez de utilizar tantos recursos para impresionar a los demás, podríamos utilizar esos mismos recursos para disfrutar lo simple. ¿Es lo simple? Yo diría que “lo simple” es aquello que disfrutamos por sí solo. O sea, el placer intrínseco. Lo sabroso. Lo que nos gusta porque sí. En compañía o a solas. Y es algo que no depende de los aplausos ajenos.

Siempre he pensado que no hay nada malo con desear una vida simple y sencillo. No me refiero a la vida de un ganador. No me refiero a una vida repleta de premios y trofeos. No me refiero a la vida admirable de héroes y santos. Se podría decir que me refiero a la vida no extraordinaria de la persona común y anónima que disfruta su café por la mañana y su buen libro por la noche. Se trata de una persona que puede dormir esos 5 minutos más, que puede comer su platillo favorito, y que tiene buena música a su disposición. Hablo de poseer la sensibilidad y la curiosidad de vivir con ilusión. Hablo de esa capacidad de disfrutar las pequeñas cosas de todos los días. 

Digamos que estamos hablando de una vida etiqueta por muchos de mediocre. Nadie ve el castillo en la colina. No hay un público aplaudiendo. Ni tenemos biógrafos haciendo fila para escribir el libro. Pero he ahí la magia de la vida simple y sencilla. El castillo se construye en el corazón. El aplauso viene de adentro. Y el biógrafo es el universo de las memorias. La aventura es privada y modesta. Pero muy sincera. Es la gran experiencia de lo pequeño y lo simple. Sí, también hay mucho valor en una vida así. Ciertamente. “No es malo celebrar una vida sencilla”.

 

 Gustavo Godoy

 

 


 

domingo, 9 de octubre de 2022

¿Es posible andar por la vida sin un amigo como Sancho Panza?



El alma siempre anhela contacto. Esto es verdad tanto para el solitario como para el acompañado. No hay escape. Estamos condenados al encuentro. El ser requiere de lo otro. Habitamos en un contexto. Somos un yo envuelto en una circunstancia. La soledad absoluta es un imposible. Para bien o para mal, la compañía define nuestra existencia. ¿Quiénes son nuestros compañeros?

En Don Quijote y Sancho Panza, tenemos un modelo muy bonito de amistad. Se trata de una pareja sumamente muy dispareja. Sin embargo, el respeto que se tienen es admirable. Conversan, discuten y pelean. Pero siempre se reconcilian. ¿Por qué? Porque las diferencias no impiden el afecto, la lealtad y la cortesía. Los amigos se escuchan mutuamente. Lo que es extraordinario. Los dos amigos son muy buenos oídos. Ambos aprenden escuchándose. Y ambos son mejores después de escuchar al otro. Escuchar los cambia.

¿Quién nos escucha? Me refiero al escuchar con atención y expectativa. Muchos nos ven. Muchos nos catalogan. Muchos nos necesitan. Muchos nos usan para pasar un rato. Pero el gesto de escuchar desencadena una relación mucho más profunda. Si los oyentes son sinceros, comprensivos, tolerantes y generosos, esa unión nos transforma.

Mostramos una cara y ocultamos las otras para que los demás nos acepten. Pero eso es estar solo en compañía. Cuando alguien nos descubre un defecto y nos ve con unos ojos sin amor, la primera reacción es el rechazo. En el mejor de los casos, la persona, en vez de rechazo, justificándose en un falso sentido de bondad, buscará corregir nuestras maneras. Unos ojos llenos de amor, por el contrario, reducen nuestros defectos a graciosas muestras de humanidad del mismo modo que las insensateces de Don Quijote nos hacen reír. Cuando hay cariño, en lugar de un sermón, recibimos un abrazo. Cuando hay afecto, en vez de una huida, nos regalan un oído.

La soledad física no es sinónimo de soledad existencial. De hecho, hay soledades repletas de compañías. O sea, no todas las soledades son tristes y desoladas. Uno puede irse de aventuras sin un Sancho Panza, pero se requiere de mucha imaginación. Entiéndase imaginación como la costumbre de darle más peso a nuestros pensamientos que a los pensamientos de los demás. Este es el triunfo de nuestra subjetividad. 

¿Cómo vivir sin un Sancho Panza? En primer lugar, hay que aprender a encontrar placer en cosas inanimadas. Me refiero a encontrar placer en un libro, en una montaña, en un paisaje, en una película, en una canción o en una comida. En otras palabras, me refiero al placer de la contemplación: El arte, la naturaleza, la reflexión…

En segundo lugar, es necesario tener la capacidad de hablar con uno mismo al estilo de un loco de plaza. Y eso debe incluir el curioso hábito de la autoalabanza. O sea, como en el caso de Don Quijote, las glorias deben darse por autoglorificación. Y, como en el caso de Hamlet, a Sancho Panza hay que sustituirlo con un monólogo interior. La soledad, entonces, debe interpretarse como un paraíso de tranquilidad y libertad que llega al héroe como un premio por su gran corazón. En este esquema, el infierno no es la soledad, sino la compañía de los incomprensivos que no escuchan. No todos son tan buenos amigos como Sancho Panza. Entonces, debemos convertirnos en nuestro propio Sancho. 

Muchos no quieren nuestra compañía, porque nos consideran indeseables. La sociedad gregaria es selectiva y jerárquica. Lo que convierte al hombre solitario en el más indeseable de todos. Sin embargo, esto es, indudablemente, una exageración. No toda soledad es el resultado de un rechazo colectivo. En muchos casos, la soledad se escoge por placer o conveniencia. Si la compañía no satisface, no hay compañía más dulce que la soledad. Podemos ser Don Quijote y Sancho Panza al mismo tiempo. 

Ahora bien, no hay que vivir mucho para saber que el carácter subjetivo de la vida es lo que le da su color a la realidad. Por encima de todo, somos individuos que piensan. Nuestros auténticos compañeros son nuestros propios pensamientos.

 Gustavo Godoy




domingo, 2 de octubre de 2022

Las pequeñas cosas

 



Todo gira en torno al dinero. Pero de un dinero que no es un medio, sino de un dinero que es un fin. Ya está resultando obvio que el dinero no es un simple pedazo de papel que usamos para adquirir cosas. El dinero también emite un fuerte mensaje simbólico. En este lenguaje misterioso, el dinero es éxito. De hecho, se suele gastar mucho dinero para demostrarle a los demás que se tiene dinero. Me refiero, por supuesto, al dinero como signo.

En una sociedad burguesa, el reconocimiento social se obtiene mediante la ostentación. O sea, para pertenecer al club, hay que pagar la suscripción. Mejor dicho, para parecer rico, hay que adoptar el patrón de consumo de los ricos. Eso normalmente implica vivir en una ciudad de ricos. Poseer un inmueble en el mismo lugar que los ricos. Manejar un automóvil de ricos. Vestir como los ricos. Y socializar con los ricos. Aquí no estamos hablando de las posibilidades materiales. Aquí estamos hablando de las posibilidades sociales. Claro que estas posibilidades sociales exigen de cierto financiamiento. El dinero te permite comprar cosas. Sin embargo, la ostentación de ese dinero te da el respeto y la admiración de los demás. En el ámbito social, no es suficiente con únicamente tener dinero en el bolsillo. La gente debe pensar que tienes dinero en el bolsillo. De lo contrario, su poder simbólico se pierde.  

Ahora bien, no todos cuentan con una aptitud para la ostentación material. Y eso se puede deber a varias razones. Primero. Nuestro círculo social ya conoce perfectamente nuestra situación económica. Y ya no se requiere realizar gastos innecesarios para impresionar a los demás. Segundo. Tenemos el caso de los bohemios, excéntricos y ermitaños que, en su rechazo a los valores burgueses, adoptan un estilo de vida alternativo. O sea, no quieren pertenecer a ese club. En ambos casos, tenemos un distanciamiento social y un cambio de valores. El dinero deja de ser un trofeo. El respeto y la admiración de los demás se logra de otra manera.  

La educación siempre ha sido uno de los rivales más interesantes al culto del dinero. O sea, la distinción por conducta y la cultura como valor supremo. En este escenario, el dinero deja de ser un agente social. Y se convierte en un agente de libertad. En el trayecto, al perder su protagonismo, el dinero se vuelve invisible. El valor monetario de las cosas ya no es tan relevante. Y el valor cultural de las cosas surge como el elemento básico del encuentro social. No es tener. No es hacer. Ahora es ser. Porque la vida, entonces, se transforma en una contemplación. El gran disfrute no es mostrar. El gran disfrute es experimentar.

El disfrutar de la experiencia exige una búsqueda constante por la calidad y una gran pasión por los detalles. Un estilo de vida centrado en vivir el momento necesita de almas curiosas, observadoras y abiertas. El ritmo es diferente. Hay que ver, oír, oler, tocar, degustar y saborear. Se requiere tiempo. Se requiere lentitud. Se requiere calma. Se requiere silencio. Y se requiere moderación. Para vivir en el placer de las pequeñas cosas, se requiere cultivar la sensibilidad.

El valor de una comida va más allá de su precio. El valor de un libro no aparece en la portada. El valor de la música no se puede cuantificar en dólares. La educación te desarrolla el gusto. Porque la calidad sigue ciertos criterios. Sigue cierta tradición. Y, para formar parte de esta sociedad secreta, se necesita de tiempo, experiencia y espíritu. Esto no es para cualquiera. Y el dinero no te puede comprar la entrada de admisión. Porque hay intangibles que no se pueden transferir. Estamos hablando de una sociedad secreta, con un lenguaje secreto y miembros anónimos, que se ve obligada a existir en un mundo burgués. El mundo es el mismo. La frecuencia es otra.


 Gustavo Godoy 

sábado, 24 de septiembre de 2022

La decadencia del individuo inusual

 


La dignidad universal del hombre es más teórica que práctica. Digamos que todos somos iguales en forma abstracta. Sin embargo, en lo específico, como un individuo definido, la sociedad nos asigna un valor determinado dentro de una escala de valor. Al parecer, hay personas más importantes que otras. La consideración, por ejemplo, dada a la celebridad de Hollywood o a un famoso futbolista, obviamente, no es la misma que la dada a los indigentes de la plaza. Eso sucede, porque, normalmente, deseamos la compañía de lo valioso y evadimos lo deplorable. Se podría decir que adquirimos valor por asociación. Y el valor no es otra cosa que una convención. Es un acuerdo que se forma por consenso.

Toda sociedad humana cuenta con una interpretación de sí. Nuestro mundo es, en realidad, una ficción. La cosa en sí no es ficticia. La cosa en sí es real.  O, por lo menos, eso es lo que se podría suponer. Lo que ocurre es que el ser humano tiene la costumbre de igualar la cosa con su presentación. O sea, la cosa con la idea de la cosa. Entonces, nos vemos en el espejo y pensamos (equivocadamente) que la persona en el espejo somos nosotros. Igualamos lo desigual.

Pensamos en el concepto de éxito. "Éxito" nos sugiere un logro. Algo así como triunfo en la vida.  Básicamente, se trata de una abstracción. Sin embargo, el éxito también es un lugar, una persona, un objeto, una forma, un sonido, una estética o una acción. Por lo general, la parte representa el todo. La cosa representa la abstracción. Entonces, leemos el mundo usando un lenguaje de símbolos y dejamos que la imaginación complete la historia. Matamos a la mosca. Fotografiamos a la mariposa. Consentimos al gato. Comemos al cerdo. Nos da asco la cucaracha. Pero la langosta es un lujo.

La identidad es asociación. Y “valor” son las asociaciones del sujeto con las representaciones de valor escogidas por su grupo. La moral es estática. Y la estética es un fenómeno social. Eso significa que lo ordinario gana por mayoría. El éxito, en muchos casos, es señal de adaptación. Entonces, en una familia patológica, el hijo más patológico es el hijo preferido. Porque el grupo siempre premia a sus miembros más representativos. El padre idiota nunca pierde la ilusión de pasarle su idiotez a su descendencia

En la casa de los locos, el cuerdo suele ser el patito feo. El individuo que contradice a su entorno normalmente es rechazado por desafiar el valor predominante dentro del colectivo. Ahora bien, lo que debe ocuparnos no son los pasos que debemos tomar para alcanzar el éxito. Lo que debemos reexaminar es el tipo de valor que estamos validando.

El éxito es conquistar la cima de una montaña. Pero no todas las montañas merecen nuestros esfuerzos. De hecho, hay lugares que es mejor mantenerlos en la distancia. Hay caminos que se deben tomar de bajada. Y no todo club es digno de nuestra admiración. La decadencia es la utopía de los inconformes. La inadaptación del inusual nos indica, como frecuencia, la presencia de un tipo especial de sensibilidad incomprendida.

Si la nobleza es debilidad, la bondad es perdida, la hipocresía es triunfo, la obediencia es deber, la libertad es rebeldía, la vanidad es orgullo, el esnobismo es cultura, la verdad es mentira, la soberbia es sabiduría y la belleza es dinero, es momento de que el patito feo vaya a buscar a su verdadera familia. La decadencia no siempre es fracaso. El refinanciamiento y la sofisticación son un fracaso para los brutos. Porque el valor define al grupo. Y distintos valores crean seres muy distintos. Por ende, los polos se rechazan por diferencia de caracteres.

El pertenecer, muchas veces, es una prisión. De hecho, el paraíso de uno puede llegar a ser el infierno del otro. En los caminos de la autenticidad, hay mucha soledad. Pero es una soledad repleta de mucha compañía. Porque esta marginalidad tranquila nos permite ser creadores de nuestro propio universo. Lo que, para muchos, podría parecer una decadencia en la superficie, para el subjetivo emancipado es el triunfo del individuo sobre las montañas de su alma. 

Gustavo Godoy

lunes, 5 de septiembre de 2022

La eterna incomprensión del alma solitaria.



La incomprensión es normal, cuando el otro no quiere entender. Lo especial es lo raro. Y lo raro es inferior, si se desprecia lo singular. La simplificación de los estándares reduce al mundo a una misma superficialidad. Se toma un valor. Y se crea una jerarquía que va del todo a la nada. El todo se convierte en el ideal. Y la nada se convierte, bueno, en nada.

El estatus es para el hombre lo que la belleza es para la mujer. ¿Qué es el estatus? ¿Qué es la belleza? Un estándar validado por un grupo. Un criterio avalado por los demás. El estatus se define en popularidad y dinero. La belleza convencional es definida por las revistas. En el primer caso, apareces en Forbes. En el segundo caso, apareces en People. Este sistema de categorización no es necesariamente malo. Después de todo, es una referencia. Además, para los afortunados en la cumbre, es sumamente ventajoso. El ganador lo toma todo. El vencedor obtiene todo el botín. El resto disfruta las sobras.

El problema con este sistema es que menosprecia lo interesante. El sistema actual mide un valor comparativo usando una sola dimensión del ser como criterio total de juicio. El valor del individuo interesante es intrínseco y complejo. Y se caracteriza por la multiplicidad de capas y dimensiones. En este caso, el dinero y la belleza son factores importantes. Pero no son los únicos factores para determinar el valor personal de alguien. Existen otros elementos menos aparentes y menos evidentes que complementan a la persona y/o compensan las supuestas deficiencias en otros campos. Es decir, el valor que una persona tiene para aportar va más allá de una cuenta bancaria o un bello perfil.

El valor real de una persona no siempre es reconocido por el “sistema”. De hecho, se trata de un sistema bastante torpe y engañoso. En efecto, un puesto relativamente bajo en la jerarquía oficial no siempre significa que la persona en cuestión sea indeseable. En muchos casos, no hay nada “malo” con el sujeto como tal. Con frecuencia, se debe a la presencia de un tipo de complejidad y sofisticación que elude a un sistema simplón y limitado. Mejor dicho, el interesante necesita del curioso. Una mente curiosa, abierta y generosa cuenta con la sensibilidad necesaria para apreciar las sutilezas de un individuo profundo, complejo y contradictorio.  

La satisfacción de una vida entera requiere de todo un paquete de atributos. Claro que sí se requiere dinero y belleza. Sin embargo, el dinero no siempre compra el gusto. Y la belleza física no siempre es un reflejo de la interna.

La vida, en el fondo, es la creación de un mundo propio. Se requieren medios materiales, pero lo intangible es vital. ¿Por qué? Porque se vive más en la imaginación que en la realidad. Una mente interesante puede transformar una casa en un castillo y un paseo por el bosque en una épica aventura. Por otro lado, una mente mediocre crea el efecto opuesto. Un paraíso puede parecer un infierno para el inconforme. Y lo extraordinario e increíble pueden convertirse en un tedio por un insatisfecho de vocación. 

Se necesita más que un proveedor. Y más que una cara bonita para vivir una vida soñada. Por encima de todo, se requiere de una buena disposición del alma. Cultivar el carácter. Grandes capacidades, buenos deseos, nobles valores y elevados pensamientos. La sinceridad, la honestidad, la creatividad, la cultura, la fidelidad, la sensatez, la comprensión, la tolerancia, la bondad, la generosidad, la paciencia…

¿Qué tipo de vida queremos vivir? ¿Qué valores queremos defender? ¿Qué tipo de personas queremos a nuestro lado? Lo que es bueno para la mayoría no siempre es bueno para nosotros. La felicidad es un proyecto muy personal. Se confecciona a la medida.

La “normalidad” no siempre es el consejero más sabio. Y el más noble y apto entre nosotros no siempre es elegido rey. La sociedad tiene muchos puntos ciegos. ¿Cuántos genios han sido subestimados por su generación? ¿Cuántas mujeres valiosas ha sido quemadas en la hoguera?

La estupidez humana no tiene límites. Es infinita. He ahí el problema. La estupidez normalmente gana por mayoría. Por ende, colocan a sus elementos más representativos en los puestos de mayor importancia y, desde ahí, logran imponer las normas que rigen a la sociedad toda. 

El destino del interesante soñador (en el entorno equivocado) es la incomprensión y la soledad. Lo que no siempre es malo. Una cárcel puede ser un oasis, si allá afuera todo es cuadrado y sepia.

Gustavo Godoy


miércoles, 24 de agosto de 2022

La teoría de la estupidez

 


La costumbre es culpar a los malvados por los problemas del mundo. Se suele pensar que somos víctimas de una gran conspiración. Suponemos que los demás son extremadamente competentes y las injurias son el resultado directo del egoísmo ajeno. Creemos en la maldad del otro con la explicación más razonable. Esa creencia no es total. Pero sí es bastante común. De hecho, se podría decir que es la creencia predominante. Todos tenemos un sentido de la justicia. Sin embargo, el egoísta cruza las líneas constantemente para obtener una ventaja perjudicando a los demás. De este modo, explicamos la injusticia. Y, de la injusticia, nace la rabia y la frustración. 

Esta teoría de la maldad gana popularidad debido a nuestra predisposición a pensar que las personas arriba en la escala social son superiores a nosotros en casi todos los aspectos. Mejor dicho, la mayoría está convencida de que las personas en puestos de autoridad y prestigio son seres especialmente talentosos. Se asocia el poder con la habilidad. Por ende, toda maldad debe ser el resultado natural de un cálculo egoísta. Se nos olvida considerar la teoría alternativa.

¿Cuál es esa teoría? La teoría de la estupidez. El hecho de que la estupidez está en todas partes. Con frecuencia, subestimamos el poder de la estupidez. Y los líderes, particularmente, son propensos a la estupidez. En la mayoría de los casos, la estupidez es una explicación más exacta que la maldad. Y, en la mayoría de los casos, la estupidez es un agente mucho más dañino y destructivo que la maldad.

Muchos de nosotros andamos por la vida creyéndonos unos genios. Nos sentimos especiales. Nos sentimos, de algún modo u otro, seres superiores de nuestro entorno. El hecho de que los demás no reconozcan nuestros atributos es un desafortunado defecto de la realidad. El detalle con esto es que todos andamos en lo mismo. O sea, las personas normalmente se sobrestiman a sí mismas y subestiman a los demás. En consecuencia, el rechazo de los demás nos parece injusto. Pero, al mismo tiempo, rechazamos a los demás con gran facilidad.

Todos sufrimos del síndrome del sabelotodo. Unos más, otros menos, pero todos somos unos sabelotodo a cierto nivel. Se podría decir que las cosas que no sabemos son mayores a las que sí sabemos. Sin embargo, rara vez, lo reconocemos. Pensamos que sabemos mucho. Sin embargo, en realidad, sabemos muy poco. En muchos aspectos de nuestra vida, somos muy ignorantes y bastantes ineptos. Pero, en nuestro fuero interno, la idea de que somos unos genios se mantiene. En otras palabras, andamos por la vida haciendo el ridículo con nuestro ego hinchado y mirando a los demás con desdén. Esa actitud, naturalmente, nos hace cometer muchos errores. Con nuestra estupidez, nos hacemos daño y le hacemos daño a los demás.

Tomemos un ejemplo pequeño. Hablemos del impuntual. Por lo general, el impuntual no es necesariamente un irrespetuoso aprovechado. En la mayoría de los casos, se trata de un optimista empedernido que volvía a subestimar sus capacidades. Pensó que lo lograría en 5 minutos. Pero se tomó una hora, porque no hizo los cálculos adecuadamente. Esta impuntualidad por ineptitud es perjudicial para todas las partes. Y es más el resultado de la estupidez que de la maldad.

Ahora pensemos en la madre que da un mal consejo a su hijo. Y pensemos en el hijo que actúa mal por confiar en su madre. También tenemos al experto que emite una opinión fuera de su área de competencia. O el político que se ve en la obligación de tomar muchas decisiones importantes con muy poca información. Podemos pensar en el empresario que actúa de manera imprudente ocasionando pérdidas para él y para los demás. O en la celebridad que no supo controlar su ira acabando con la fiesta y arruinando su reputación. Imaginamos al distraído que causó un accidente con daños para él y otros. No es la maldad. Es asunto de la estupidez. 

La ignorancia confiada, la vanidad, la credulidad, la obediencia, la distracción, la ineptitud y falta de control son los pilares de la estupidez en el mundo. Hay personas que pierden sin ganar nada por ayudar a los demás. Estos somos los nobles incautos. Hay personas que ganan perjudicando a los demás. Estos son los bandidos. Hay personas que ganan aportando valor. Estos son los inteligentes. Y hay personas que pierden causando daños para todos. Estos son los estúpidos. El bando más numeroso de todos.

La estupidez explica muchas cosas. ¿Por qué no funcionó esa relación? ¿Qué pasó aquella vez? ¿Por qué no logre el objetivo? ¿Por qué perdimos? Ahora bien, es muy probable que la razón haya sido la estupidez y no la maldad. O sea, la responsabilidad cae en nuestra propia estupidez y no en la maldad del otro. Nuestro optimismo iluso nos hace pensar que tenemos la capacidad para la tarea cuando en realidad no la tenemos. Nota importante: La conciencia de nuestra propia estupidez no es un desaliento. De hecho, es una oportunidad para mejorar como personas. Porque nos recuerda que no lo sabemos todo. Todavía hay mucho por aprender. 

Gustavo Godoy

domingo, 7 de agosto de 2022

Una carta a la distancia





Debo confesar que me gusta la idea de enviarle cartas a un amigo en tierras lejanas. Hablo de cartas en el sentido más antiguo. Hablo de cartas de papel. Escritas a mano. Colocadas en un sobre y enviadas con la ayuda de un mensajero. Al estilo del siglo XIX. Cartas como en los tiempos victorianos. Supongamos que tardan varias semanas en llegar a su destino. Y la respuesta tarda aún más tiempo en regresar. Eso significa que debo tomarme mi tiempo. Significa que debo resumirlo todo en una carta. No tendría más opción que pensar muy bien en el mensaje. Lo que ocurre es que el destinatario no sabría nada de mí en tiempo real. Mi carta siempre llegaría tarde. Siempre sería total y permanente. Escribir una carta así sería como escribirle al silencio. Sería algo serio e importante. Pienso que eso me obligaría a ser más sincero y profundo. Porque, en su momento, mi carta sería leída con toda la atención. En este mundo tan superficial, lamentablemente, escribir cartas es un arte perdido.

La nostalgia por las cartas, en realidad, no es nostalgia por las cartas. Creo que, en el fondo, es un deseo de intimidad. Pero no me refiero a la intimidad física. Me refiero a la intimidad espiritual. En el pasado, la comunicación a distancia requería tiempo. Era difícil. Lo que la convertía en un recurso limitado. Eso estimula la calidad en el mensaje. Entonces, se escribía con mayor reflexión, detalle y sentimiento. Debido a las limitaciones de antaño, una carta requería esfuerzo. Y el esfuerzo nos hace valorar las cosas.

La belleza de una carta radica en lo que representa. Es un pequeño símbolo. Nos recuerda que las letras son puentes de entendimiento que hacen de la distancia una ilusión. Las cartas son mágicas. Porque nos obligan a detenernos en el tiempo para mirar al otro con dedicación. El verdadero regalo es el regalo de nuestro tiempo. Tiempo y comprensión. Porque en cada uno de nosotros yace el deseo ancestral de ser observados con ojos amables.

En una carta, podemos contar nuestra historia. Podemos revelar nuestros deseos. Podemos admitir nuestros miedos. Podemos compartir nuestro dolor. En la presencia de unos ojos amables, somos libres de relatar nuestro mundo. Somos libres de explicar nuestros motivos. Somos libres de confesar nuestros secretos. Somos libres de describir al universo desde nuestra particularidad. En una carta, es posible la expresión sincera.

Las cartas no son para todo el mundo. Las cartas son personales. Hay un elemento de confidencialidad en una carta. Son pequeños universos de complicidad. No son para todo el mundo. Porque no todo el mundo tiene la generosidad de ver lo mejor en los demás. No todo mundo puede parar de juzgar. No todo el mundo es indulgente con el error ajeno.

Ya no enviamos cartas como antes. Es una pena. Me habría encantado enviarle cartas a mis amigos en tierras lejanas. Poder describir mi vida en letras. Leer sobre la vida de otros. Esperar semanas por la llegada de mi carta. Esperar semanas más por la llegada de la respuesta. Me imagino al destinatario sentado leyendo páginas escritas por mí. Con atención. Con interés. Con curiosidad. A la expectativa de saber más sobre mis aventuras. Tomando el papel para escribir una carta sobre él o ella. Escribir cartas es un arte perdido. Son reliquias de un mundo que ya no es. Ahora todo es rápido y conveniente. Lo extraño es que, a pesar de eso, nadie parece tener tiempo para los demás. Pienso que deberíamos comenzar a escribirnos cartas.

Gustavo Godoy

jueves, 28 de julio de 2022

Las mujeres y los hombres en el mercado del amor



Por distintas razones, los hombres tienden a ser menos selectivos y menos exclusivos que las mujeres. Esto crea un exceso de demanda para las mujeres y una deficiencia de demanda para los hombres. Entonces, tenemos un cuadro inflacionario en el caso de las mujeres y, al mismo tiempo, tenemos un cuadro deflacionario para los hombres. Las mujeres al ser mucho más exigentes que los hombres concretan su atención en un ideal. Los hombres fuera de esta categoría, por tener menos opciones, bajan sus estándares para poder tener más alcance. Entonces, las mujeres miran hacia arriba. Los hombres miran hacia abajo. Eso implica que los “mejores hombres” disfrutan de una abundancia muy superior al resto. He ahí la ineficiencia del mercado. Pocos tienen mucho. Muchos tienen poco. Y esto crea una profunda distorsión en la relación costo-beneficio. En otras palabras, los mejores artículos están sobrevalorados. El costo es muy superior al beneficio. Los costos son tan elevados que el negocio deja de ser rentable. O sea, el empleo exige mucho, pero ofrece poco. La relación no es simétrica. Tenemos un fallo de mercado. ¿Por qué pagar más por menos?

No sería inusual que una mujer atractiva tenga 10 pretendientes o más. No puede salir con todos sin poner en riesgo su reputación. Entonces, la más común es realizar una preselección recurriendo al sondeo social. ¿Qué dicen las amigas sobre los distintos pretendientes? ¿Qué dicen los pretendientes sobre los demás pretendientes? Cada candidato es sometido a un escrutado doble. Por un lado, el escrutinio del hombre por los demás hombres. Por otro lado, el escrutinio del hombre por las mujeres. Eso normalmente se hace tomando en cuenta una compleja red de factores subjetivos y objetivos.

El hombre, por otro lado, es mucho más básico que la mujer en esta primera etapa. Simple. El hombre se guía por los ojos. El físico es el primer filtro de selección. Este exceso de demanda por la mujer atractiva intensifica la necesidad de subir el estándar en su proceso de preselección. Lo que normalmente significa que los costos de entrada suelen aumentar, pero el producto sigue siendo el mismo. El gran número de pretendientes incrementan las chances de obtener un mejor candidato, entonces lo más sensato sería invertir en el atractivo físico. Este sistema estimula lo estético, la exclusividad y la exigencia.

Claro que esa ventaja aparente de las mujeres en el mercado del amor, tiene su contraparte. Se podría decir que es una bendición y, al mismo tiempo, una maldición. Por vivir en un mundo de escasez, los hombres con más estatus y recursos son relativamente pocos. De ese grupo, los hombres dispuestos a ofrecerse como compañeros exclusivos en una relación a largo plazo son menos aún. Ese grupo de afortunados tiene acceso a mujeres atractivas. Por ende, ahora los criterios de selección son distintos en esta nueva etapa. Ahora lo que se busca son cualidades como la fidelidad, el compromiso, el compañerismo, la devoción y la comprensión.

Ahora bien, lo irónico es que, para las mujeres, la sobredemanda de pretendientes y las dinámicas de un proceso de selección cada vez más exigente, desalientan el ejercicio de virtudes como la fidelidad, el compromiso, el compañerismo, la devoción y la comprensión. De hecho, alientan el egoísmo y la promiscuidad. En consecuencia, esas disparidades incrementan el nivel de insatisfacción de todo el mercado amoroso. Las mujeres se quejan de la falta de hombres de calidad. Y los hombres se quejan de las altas exigencias de las mujeres.

En el bando de las mujeres, una de las soluciones para poder escapar de este ciclo de insatisfacción ha sido la independencia económica. La mujer que no depende económicamente de un hombre para su manutención cuenta con una ventaja considerable sobre las mujeres que no pueden pagar sus propias cuentas. Esto implica, al menos en teoría, que puede ser más amplia en un proceso de selección. Porque ya los hombres con su mismo nivel de estatus y recursos son una opción viable.

En el bando de los hombres, una de las soluciones para escapar de este ciclo de insatisfacción, más allá de la soltería voluntaria, ha sido comprometerse con las mujeres que exigen menos de él. Por ejemplo, tenemos dos candidatas. La primera es de físico aceptable, buen carácter y económicamente independiente. La segunda es muy atractiva, exigente y económicamente dependiente. Para un hombre racional, la primera sería una opción mucho más sensata que la segunda. Después de todo, la primera es un activo que ofrece una renta. La segunda es un trofeo de alto mantenimiento.

El mundo puede llegar a ser un plano bastante hostil. Con frecuencia, necesitamos algo de ayuda. O sea, a veces, necesitamos de un compañero de vida por el apoyo sentimental, psicológico, social y económico. El problema es que el proceso de selección suele ser, en la mayoría de los casos, mucho más hostil que el mundo como tal. El sistema actual tiene consecuencias profundas, porque nos hace juzgar a los potenciales compañeros con criterios equivocados. Porque estimula una relación suma cero. Lo más sensato es fomentar relaciones de mutuo ganar-ganar con un costo-beneficio más equilibrado. Un compañero debe enriquecer nuestra vida. Debe aportar valor. Si exigimos mucho y damos poco, nos convertimos en una estafa. Cuando ambas partes sienten que se ganaron la lotería con el otro, ahí es.


Gustavo Godoy

miércoles, 5 de enero de 2022

Confiable

 


La fe en los demás es la confianza. La fe, por supuesto, es expectativa. ¿Y qué esperamos?: Compañerismo. Mejor dicho, esperamos que los demás sean generosos con nosotros a pesar de nuestros defectos. Se podría decir que se trata de un pacto de colaboración. Es la renuncia del interés propio por el interés mutuo. Las implicaciones son claras. Podemos dejar de pretender perfección. Podemos mostrar nuestras vulgaridades. Podemos ser falibles. Pero no somos juzgados ni condenados. De hecho, se recibe cuidado, tolerancia y comprensión gracias a nuestro acuerdo. Somos queridos y apreciados. Estamos a salvo porque tenemos confianza. Hay una relación basada en la sinceridad, el apoyo y el cariño.

La confianza se obtiene por autoridad, por reputación o por experiencia. Suponemos, por supuesto, que nuestro médico es un gran profesional. Su bata, su diploma, y su imponente oficina son símbolos de autoridad. Además, su reputación es impecable. Todos hablan muy bien de su competencia como médico y de su ética como persona. En otras palabras, se trata de una persona confiable. Lo que quiere decir que debemos hacer lo que nos recomiende. Nos entregamos a él sin problemas. ¿Por qué? Bueno, porque es para mejor. El médico tiene nuestro bien como prioridad. No seremos juzgados ni estafados. Seremos ayudados.

¿Qué tal los amigos y la familia? ¿De qué se trata la confianza en el contexto familiar? Básicamente, es la licencia de cometer errores. La sociedad es despiadada. La familia y las amistades son un escudo de protección. Es nuestro equipo. En consecuencia, el familiar (o amigo) autoritario, déspota, e incomprensivo no es confiable. Si ve en nosotros más culpas que virtudes, definitivamente no es confiable. Si no podemos confesar nuestros secretos, no es confiable. Si, en momentos de caídas, recibimos juicios y no ayudas, obviamente ese sujeto no es confiable. Rompió el pacto de colaboración y todo es un vulgar juego de poder. Nuestro círculo debe ser generoso con el caído.

¿Y la pareja? La atracción normalmente surge por autoridad y reputación. Pero el amor verdadero se construye con el trato. Tenemos que poder confiar en nuestra pareja. Eso requiere una cultura de apreciación. Se destacan las virtudes. Y los defectos se sopesan con un ojo generoso. Obvio que hay problemas. No obstante, se resuelven con calma, buena fe y acuerdos. No se ataca a la persona. Se buscan maneras para mejorar la relación. No hay insultos o agravios porque por encima de los desacuerdos y los asuntos cotidianos está la dignidad del otro. La prioridad es la pareja. El bien de uno nunca debe costar el bien o la dignidad del otro. Si esta dinámica no es posible, lo mejor es la separación. La relación necesita confianza. Una relación sin confianza es un infierno de reproches y sospechas.

Ahora bien, en torno al cortejo, los rechazos y la soledad. El mejor partido no siempre es la persona más confiable. Un café no es el fin del mundo. Pero una relación no se construye con cualquiera. La mayoría de las personas no están en busca de un compañero. Están en busca de un proveedor. Quieren un monigote en sus vidas para llenar un vacío social, físico o emocional. Entonces, andan por ahí en la caza de un perfil predeterminado del mismo modo que compran unos zapatos en el Centro Comercial. El comprador inteligente quiere el mejor zapato al menor precio posible. Es decir, quiere un zapato bonito y de calidad. Cómodo y estético. Pero sin mucho sacrificio. 

Obvio que las personas no son zapatos. Las personas son más complejas y contradictorias que una prenda para vestir los pies. ¿Por qué? Porque las personas no son lo que aparentan. Sí, las apariencias engañan. El galán de turno es un éxito con las féminas del lugar. Y la chica bonita se roba todas las miradas. Se conocen, sienten mariposas en el estómago y en poco tiempo se convierten en la pareja del momento. El hombre se siente admirado por una mujer atractiva. Y la mujer se siente deseada por un hombre de éxito. Se trata de una unión por idealización. O sea, son “perfectos”. Sienten que ganaron la lotería. Y cada uno obtuvo su premio.

¿Cuál es el problema? Habla, memoria. El problema es evidente. Todos hemos vivido esta historia. La relación comienza con esta idea de la supuesta “perfección”. Pero, con el tiempo, ambos descubren que no son tan perfectos como aparentan. El hombre no es tan estable y maduro como su aparente éxito sugería. Y la mujer no es tan dulce y agradable como su belleza física proponía. De un momento a otro, el premio resultó ser un fraude. El proveedor no dio los productos y los servicios esperados. El hombre acabó siendo un patán y la mujer terminó siendo una histérica aprovechada. ¿La solución? La búsqueda de perfección en otra persona. Una nueva idealización. Iniciando, por supuesto, un nuevo ciclo de desilusión.

¿Qué es lo que realmente queremos de un compañero de vida? Un apoyo solidario. Fidelidad. Es decir, sustancia. ¿Elige hacer lo correcto pudiendo escoger lo más fácil? ¿Corrige sus errores? ¿Asume su responsabilidad? ¿Resuelve los problemas de manera constructiva? ¿Mantiene su calma durante las conversaciones difíciles? ¿Es justo y comprensivo? ¿Es valiente en la adversidad? ¿Es considerado con tus sentimientos? ¿Piensa en el bienestar mutuo? ¿Es generoso? ¿Es honesto? ¿Es sincero?  ¿Cumple sus promesas? ¿Su prioridad es la relación?

Una persona confiable quiere nuestro bien. Guarda nuestros secretos. No se aprovecha de nuestras vulnerabilidades. Es una persona cálida y dadivosa. No es una mascota para exhibir y pasear. No es un muñequito de torta. Es un ser humano que nos apoya en todo momento. Es un compañero codo a codo. Una alianza de imperfectos. La confianza es algo que se construye con pequeños actos de generosa bondad. La gran pregunta: ¿Es esa persona confiable? ¿Yo soy confiable?

Gustavo Godoy