En una tierra de leyendas y mitos, un día, un joven mago decidió emprender la gran aventura de su vida. Abandonando su hogar, dejándolo todo atrás, y convencido que su destino en este mundo era realizar una proeza importante y transcendental, se enrumbo a recorrer la inmensidad para cumplir con su noble objetivo.
Su primer paso fue buscar orientación. Necesitaba una guía que le indicara el sendero a seguir. Entonces, decidió naturalmente visitar el oráculo. Después de caminar por varias semanas, llego al templo sagrado del oráculo lleno de preguntas. El gran oráculo, entre incendio y acertijos, develo su destino. El mago debía encontrar a la mujer más bella del mundo. Esa mujer se había perdido y ahora alguien tenía que encontrarla. Era una tarea de vital importancia y solo alguien muy especial estaba destinado a realizarla. Esta heroica misión de la cual dependía la salvación del mundo entero, el joven mago la asumió con gran coraje y determinación. Y partió del templo con mucha fe y emoción.
Dispuesto a todo, el mago comenzó su épico viaje, llevando únicamente un sombrero, un par de libros, su guitarra y un amuleto para la buena suerte. Apoyándose de ilusiones, el mago caminante atravesó países enteros. Caminó a través de senderos milenarios y reinos encantados. Se encontró con gigantes, dragones y dioses. Atravesó desiertos, valles y montañas. Voló por cielos infinitos y navego por inmensos océanos. Con un poco de suerte y mucho de ingenio, venció los peligros y supero todos los obstáculos. Se enfrentó a lo desconocido con valentía. Y combatió a seres extraños en tierras extrañas y lejanas.
Sacrifico todo. Lucho contra todo. Pero no pudo cumplirle al destino. A pesar que coloco anuncios de papel en cada árbol y en cada rincón, el joven mago ahora viejo no encontró a la mujer más bella del mundo. Desesperado y abatido por las dudas, decidió parar. Realizo que su destino era un imposible y finalmente renuncio sin esperanzas. Volvió a su hogar desilusionado. Lo que más deseaba era olvidar los recuerdos de aquello que nunca encontró. Y para llenar su vacío, cultivo un jardín con la paciencia y el amor de su alma.
Pasaron los siglos, y con sus manos, el mago creo un universo de días y flores donde lo visitaban las mariposas, las abejas, los soles y la dulce melodía de los pájaros. Creo un mundo nuevo para engañar a su destino fugitivo. Sus tareas de jardinero lo mantenían distraído durante el día. Pero el problema eran las noches. Durante las noches, las estrellas le recordaban con frecuencia su rotundo fracaso. Y, noche atrás noche, se perdía en el pensamiento y en la melancolía.
El tiempo pasó. El tiempo fue destruyendo poco a poco los viejos demonios en su interior. El tiempo lo despojo de todos sus lentes, de todas sus máscaras y de todos sus trajes. El fuego de la desesperanza consumió su razón y sus juicios hasta que quedo totalmente desnudo. Con el tiempo, gracias a su jardín encontró los vientos de la tranquilidad y la quietud, mientras sentía como el peso que venía cargando en silencio por miles de años se desvanecía como el polvo. Y así, como de la nada y de la manera más inesperada, durante una noche de tormenta, una hermosa doncella toco su puerta buscando un lugar amable para tomar agua y buscar cobijo. El mago sorprendido la vio claramente frente a él, un dibujo de colores en forma de ángel. Y cerrando sus ojos de alegría, susurro: “La encontré. Finalmente, la encontré. He aquí la más bella del mundo. Después de todos estos largos años, finalmente pude cumplir con mi destino. “
Es que la mujer más bella del mundo es la mujer que tenemos frente a nosotros. Es la mujer que amamos, la que cuidamos, la que acompañamos en la oscuridad y a la que regalamos pequeños momentos de felicidad en tiempos de tristeza. La mujer más bella del mundo es la que colocamos en el centro de nuestro mundo. Es la flor que ayudamos a crecer día tras día en medio de la tempestad.
Gustavo Godoy
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