viernes, 20 de mayo de 2016

La gran masa




 

Según la teoría clásica de la democracia concebida por los  pensadores  liberales del siglo XIX, la sociedad está compuesta de una comunidad de públicos de opinión. Cada comunidad de opinión, forma su criterio bajo un proceso de discusión entre sus miembros. Algo que debe ocurrir de manera autónoma y racional.  Según estas ideas, el individuo culto, leído e informado conversa libremente y debate dentro de asociaciones y partidos con la esperanza que la verdad y la justicia surjan de la integración de los diferentes puntos de vista.  Esas opiniones producidas de la libre discusión compiten entre sí y una de ellas “vence”. Esta es la que el público ejecuta o instruye a sus representantes para que la ejecuten en su nombre. Es en el público donde radica la legitimización de la democracia y  la de todos los asuntos públicos.  Las constituciones y las leyes de casi todas las sociedades modernas están basadas en estas  afirmaciones y creencias.  Todas estas teorías se alimentan de la fe en el intelecto, la racionalidad y nobleza humana, muy en boga entre los pensadores e intelectuales  de siglos  pasados. Sin embargo, para nadie es un secreto que hoy  la realidad es otro. Estas ideas cuando los comparamos con lo que realmente sucede en la actualidad parecen más un cuento de hadas.  Aunque es una gran mentira,  la teoría clásica de la democracia  es  la versión oficial de cómo funciona nuestra sistema social.

La sociedad moderna más que una comunidad de públicos autónomos es una sociedad de masas. El individuo moderno se encuentra en una posición aislada dentro de una sociedad fragmentada dominada por pequeños grupos. El poder de la sociedad y sus instituciones  sobre el individuo  es inmenso. El individuo promedio  en vez que crear sus criterios,  sus criterios son impuestos por los medios masivos de comunicación, donde recibe mucho más de lo que él podría aportar. Son las elites, sobre todo las políticas y las económicas,  las que dominan a la masa, no al revés. La masa no tiene autonomía frente a la autoridad institucional. Es la autoridad la que penetra a la masa reduciéndola para controlarla,  manipularla y canalizar sus acciones. El rol de la masa es uno pasivo, simplemente reacciona a lo que le imponen.

La masa es la nueva mayoría en el mundo actual.  Ese colectivo, hoy mimando por casi todos, está conformado de un populacho, que a pesar de saber leer y escribir porque paso por el colegio y la universidad, es  inculto, ignorante, apático,  y sumamente irracional. Hoy se celebra el no tener cultura, ni  educación, y se ridiculiza con demasiada frecuencia  a todo aquel que lee y piensa con un poco  más de profundidad.  Hoy en día, el individuo pensante es excluido por ser considerado como alguien molesto y necio, la preferencia siempre  la tiene el sumiso, el dominable que se deja llevar.

Los grandes medios de comunicación, que cada día están en menos manos, sobre todo la televisión,  tienen a la gran masa como su audiencia predilecta por ser la más rentable.  Las figuras públicas como los políticos y las celebridades de moda, como también los productores de programas y contenidos,  saben muy bien que para que algo se venda debe ajustarse a la medida  de la gran masa. Todo debe ser  superficial, básico y trivial para que pueda ser digerido con facilidad por la masa.  El chisme, el chiste de mal gusto, el último crimen, la linda chica en paños menores,  el más reciente escándalo sexual, el esoterismo barato, el melodrama rosa, los gritos, las peleas y lo grotesco son la fórmula para llegar al éxito de sintonía.  La incultura es lo da el rating en nuestros días.

Francamente, no podemos conformarnos con tanta mediocridad. No podemos ser cómplices de este monstruo,  habiendo tanta belleza en el mundo. No seamos tan ingenuos como para creer que todo lo que viene de los medios es bueno y verdadero.  Debemos dudar, pensar, analizar, formar nuestras propias opiniones. No tenemos que ser como todos.  Nacimos para ser únicos y extraordinarios, no para imitar, no para ser borregos.  Lee, piensa, sueña, crea. Seamos geniales y hagamos de este mundo, algo más.  

Gustavo Godoy


Artículo publicado por El diario El Tiempo el viernes 20 de Mayo 2016 en la Columna Entre libros y montañas

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viernes, 13 de mayo de 2016

Las dos culturas



En los años 50s del siglo pasado, se abrió un interesante debate  en materia cultural desencadenado por el físico y escritor inglés Charles Percy Snow. Snow era físico y escritor de ficción al mismo tiempo. Durante una conferencia en el Reino Unido, lamentaba la brecha entre los científicos y los intelectuales literatos. Fue en ese momento donde se introduce el término las dos culturas.  Por un lado, está la cultura humanística y literaria de la formación clásica. Y por el otro, está la cultura científica-natural y técnica. Snow acusaba a la tradición cultural inglesa del gentleman y del amateur por dar  preferencia  a la cultura humanista y  limitar a la cultura científica. Según Snow, el retraso  de Gran Bretaña en comparación con los Estados Unidos y el Japón, naciones entusiastas de la tecnología, se debía a esto.  Esta conferencia provoco un amplio debate que aun hoy despierta mucha polémica dentro y fuera de los centros educativos alrededor del mundo.

El mundo de hoy coloca el peso en materia educacional a lo utilitario. La persona promedio atiende al colegio y a la universidad con la intención de aprender un oficio útil para poder ganarse el pan. Estudia carreras que le ofrezcan la oportunidad de grandes ganancias económicas y sociales. Actualmente, la idea general  es formar recursos humanos que pueden contribuir al gran aparato socio tecnológico.  Para muchos, los idiomas, la literatura, la filosofía,  la música, el arte y las humanidades son una enorme pérdida de tiempo y un desperdicio de presupuesto. Lo único que hoy parece importar es nuestra capacidad de confeccionar cosas con pilas.

Una educación orientada exclusivamente a lo práctico solo podrá producir Neandertales, vestidos con batas blancas,  manipulando juguetes con luces de brillantes colores.  Por muchos diplomas y títulos que se puede obtener, una formación exclusivamente limitada a lo técnico dará seguramente conocimientos que lo capacitaran para hacer dinero y conseguir un trabajo, pero la persona en cuanto a su comportamiento, sus costumbres y sus pensamientos  apenas habrá evolucionado.  El sujeto será  el mismo que antes de formarse. La única diferencia podría estar en que ahora hay un papel  más que  cuelga en la pared de su oficina y probablemente en su cuenta bancaria que ahora tiene más ceros.

Se puede saber a la perfección la tercera ley de la termodinámica y las más sofisticadas fórmulas matemáticas, pero ¿qué sería de este mundo sin Shakespeare, sin Beethoven, sin Van Gogh? ¿Que sería del amor sin poemas, sin canciones, sin las novelas del siglo XIX o sin  los cuadros de Chagall? ¿Cómo sería tomarse un café con un amigo  sin libros, sin cine, sin las grandes historias o los bellos  mitos? ¿Qué sería de aquellos que no nos gusta el football o la televisión?

La realidad personal es un constructo social que se nutre del entorno. Es por medio del lenguaje en su sentido más amplio  que construimos un mundo de significación que nos permite movernos libremente en el sociedad, relacionarnos con los demás. Un  ser sin cultura es un ser limitado y discapacitado. No podrá jamás cautivar a los demás con sus palabras o llegar a su corazón.

La cultura debe ser vista como una forma de comprenderse a sí mismo, como un lenguaje de autorreflexión, como modos de expresarse y entenderse.  Son los conceptos que se exploran en el mundo de la literatura y en el de  las artes  que, atreves de un universo simbólico, nos cuentan  el relato de la  vida misma y nos ofrecen modelos de transformación  interna.  La vida no es solo sobre hacer cosas, también es sobre sentir cosas. Es también sobre el autoconocimiento,  la belleza, la pasión, el amor, el alma.
 
Gustavo Godoy

Articulo publicado por El diario El Tiempo el viernes 13 de Mayo 2016 en la Columna Entre libros y montañas




 

viernes, 6 de mayo de 2016

La mujer más bella del mundo






En una tierra de leyendas y mitos, un día, un joven mago decidió emprender la gran aventura de su vida. Abandonando su hogar, dejándolo todo atrás, y convencido que su destino en este mundo era realizar una proeza importante y transcendental, se enrumbo a recorrer la inmensidad para cumplir con su noble objetivo.

Su primer paso fue buscar orientación. Necesitaba una guía que le indicara el sendero a seguir. Entonces, decidió naturalmente visitar el oráculo. Después de caminar por varias semanas, llego al templo sagrado del oráculo lleno de preguntas. El gran oráculo, entre incendio y acertijos, develo su destino. El mago debía encontrar a la mujer más bella del mundo. Esa mujer se había perdido y ahora alguien tenía que encontrarla. Era una tarea de vital importancia y solo alguien muy especial estaba destinado a realizarla. Esta heroica misión de la cual dependía la salvación del mundo entero, el joven mago la asumió con gran coraje y determinación. Y partió del templo con mucha fe y emoción.

Dispuesto a todo, el mago comenzó su épico viaje, llevando únicamente un sombrero, un par de libros, su guitarra y un amuleto para la buena suerte. Apoyándose de ilusiones, el mago caminante atravesó países enteros. Caminó a través de senderos milenarios y reinos encantados. Se encontró con gigantes, dragones y dioses. Atravesó desiertos, valles y montañas. Voló por cielos infinitos y navego por inmensos océanos. Con un poco de suerte y mucho de ingenio, venció los peligros y supero todos los obstáculos. Se enfrentó a lo desconocido con valentía. Y combatió a seres extraños en tierras extrañas y lejanas.

Sacrifico todo. Lucho contra todo. Pero no pudo cumplirle al destino. A pesar que coloco anuncios de papel en cada árbol y en cada rincón, el joven mago ahora viejo no encontró a la mujer más bella del mundo. Desesperado y abatido por las dudas, decidió parar. Realizo que su destino era un imposible y finalmente renuncio sin esperanzas. Volvió a su hogar desilusionado. Lo que más deseaba era olvidar los recuerdos de aquello que nunca encontró. Y para llenar su vacío, cultivo un jardín con la paciencia y el amor de su alma.

Pasaron los siglos, y con sus manos, el mago creo un universo de días y flores donde lo visitaban las mariposas, las abejas, los soles y la dulce melodía de los pájaros. Creo un mundo nuevo para engañar a su destino fugitivo. Sus tareas de jardinero lo mantenían distraído durante el día. Pero el problema eran las noches. Durante las noches, las estrellas le recordaban con frecuencia su rotundo fracaso. Y, noche atrás noche, se perdía en el pensamiento y en la melancolía.

El tiempo pasó. El tiempo fue destruyendo poco a poco los viejos demonios en su interior. El tiempo lo despojo de todos sus lentes, de todas sus máscaras y de todos sus trajes. El fuego de la desesperanza consumió su razón y sus juicios hasta que quedo totalmente desnudo. Con el tiempo, gracias a su jardín encontró los vientos de la tranquilidad y la quietud, mientras sentía como el peso que venía cargando en silencio por miles de años se desvanecía como el polvo. Y así, como de la nada y de la manera más inesperada, durante una noche de tormenta, una hermosa doncella toco su puerta buscando un lugar amable para tomar agua y buscar cobijo. El mago sorprendido la vio claramente frente a él, un dibujo de colores en forma de ángel. Y cerrando sus ojos de alegría, susurro: “La encontré. Finalmente, la encontré. He aquí la más bella del mundo. Después de todos estos largos años, finalmente pude cumplir con mi destino. “

Es que la mujer más bella del mundo es la mujer que tenemos frente a nosotros. Es la mujer que amamos, la que cuidamos, la que acompañamos en la oscuridad y a la que regalamos pequeños momentos de felicidad en tiempos de tristeza. La mujer más bella del mundo es la que colocamos en el centro de nuestro mundo. Es la flor que ayudamos a crecer día tras día en medio de la tempestad.
 
 
 





 

Gustavo Godoy 

 Articulo publicado por el Diario El Tiempo de Valera , Viernes 06  de mayo de 2016 en la columna Entre libros y montañas



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