viernes, 18 de agosto de 2017

El Camino






Ese día al despertar, un sentimiento familiar lo visitó de repente. Y ese sentimiento incisivo  invadió su alma con una fuerza tan indomable como el más sorpresivo y feroz de los huracanes. Era una bestia omnipotente que rugía sin parar. Crecía y crecía dentro de él, de un modo inquieto e incesante. Esa mañana por fin se liberó impetuosamente después de haber estado sujeta por mucho tiempo. Tenía una sed incontrolable de viajar. Sintió que el camino, su viejo amigo y compañero, lo llamaba a gritos. Y ya no podía contenerse por un segundo más.  Debía irse. Debía partir a como dé lugar.


Sin darse cuenta, su realidad se había tornado inmóvil. El tiempo se volvió circular y  no producía cambios sustanciales. Sus días eran todos iguales y la monotonía lo asfixiaba. Poco a poco, su vida asumió ritmos y corrientes invariables que se fueron asentando sin protesta. Su carácter subversivo se vio, de pronto y de manera involuntaria, atrapado en un encierro de rutinas y de costumbres que lo devoraban internamente. Necesitaba desesperadamente romper con ese letargo y perderse en el camino de las posibilidades sinfín. Quería que le pasaran cosas. Por distraído, ya no vivía con entusiasmo. Estaba bien pero a veces estar bien no es suficiente. Tenía que renovarse. Le llegó el momento de reconocer que su destino no era uno sedentario. Era un nómada y el viajar le aguardaba. Estaba hecho para ser de todas partes y de ningún lado. Su anhelo más profundo no era el de girar eternamente en torno a un centro fijo, sino el de desplazarse como un peregrino por el mundo entero. La vida que llevaba era contraria a sus objetivos más sentidos y la hora de corregir esa falla, por fin, había arribado.


Ahí en esa cama donde aún reposaba renació un ansia. El impulso salvaje de reescribir su historia y retomar el camino cobró un vigor imposible de detener. Sí, sentía miedo. La jaula que lo aprisionaba  también lo protegía.  Lo desconocido le recuerda  su  vulnerabilidad. E ir de trotamundos por las lejanías lo obligarían a confiar en el extraño, a desafiar  su habilidad de soportar penurias y a probar su capacidad de adaptación. Algo duro pero no había vuelta atrás. Requería crecimiento, sorpresa, cambiar de ideas y ver otros mundos. Entonces, su corazón acelerando dejó de escuchar a los temores para enfrentarse a ellos con valor. El deseo de amar en otros idiomas, sentir en otros lugares y vivir en otras fronteras resultó ser mucho más poderoso que la peor de sus dudas. No tenía opción. Debía salir.


El pecho le retumbaba y una sensación de angustia lo dominaba. No podía contener la emoción que esa mañana lo impulsaba a moverse. Sus pensamientos antes complejos y contradictorios desaparecieron y empezó a entender todo con gran lucidez. No aguantaba más y se levantó con esa nueva vitalidad que lo poseía. Busco su bolso y sus cosas enérgicamente mientras su cuerpo se movía como una máquina imparable. Parecía que estaba bajo de los efectos de un hechizo o una hipnosis. Luego de unos minutos, estaba listo. Ya tenía todo. Se ajustó sus botas, se coloco su sombrero y tomo su equipaje. Dio un primer paso. Luego el otro. Empujo la puerta de salida y ese mismo día, se fue.

Gustavo Godoy

Artículo publicado en  El diario El Tiempo ( Valera, Venezuela) y en varios medios alternativos en diferentes países del mundo el viernes  18 de Agosto 2017 en la Columna Entre libros y montañas







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