viernes, 1 de febrero de 2019

Los grandes amores de novela







¿Sobre qué escribimos cuando escribimos de amor? ¿Cómo se describe el amor en el mundo de las letras? ¿Cómo son los romances de novela? ¡Interesantes preguntas! ¿Eh?  Sin embargo, el  lector amante de las grandes historias de amor podría contestar estas preguntas con relativa facilidad. Porque curiosamente las historias de amor en la literatura se parecen mucho entre sí. Existen elementos claramente universales en ellas. Que si nos ponemos a pensar sobre este hecho, resulta realmente sorprendente. Hablamos, por ejemplo, de dos clásicos sumamente influyentes dentro  del género de amor: Orgullo y Prejuicio y Anna Karenina.

En Orgullo y Prejuicio, Jane Austin nos muestra dos tipos de amor muy distintos. Por un lado, el amor de Lydia y el señor Wickham. Por el otro, el amor de Darcy y Elisabeth. En Anna Karenina,  Tolstoi también  nos cuenta de un modo muy similar al de Austin  la aventura entre  Anna y Vronky, por un lado. Y  el amor entre Levin y Kitty, por el otro. Unas  relaciones están inspirados en la pasión y otras en la virtud. El marcado contraste entre estos dos tipos amor le dan mucha fuerza al mensaje dentro de estos relatos. Evidentemente, ambos autores quieren enseñamos algo muy importante sobre el tema. Le  quieren regalar a sus lectores una valiosa lección de amor. Aquí indagaré,  por razones de espacio, solo un poco sobre los amores basados únicamente en la virtud.

En narrativa, el género romántico tiende a seguir un formato determinado. Una estructura básica que por lo general se representa en tres partes: Un encuentro inesperado, la separación y la realización.

La primera parte es siempre complicada. Está llena de malentendidos y obstáculos. El encuentro se dio, pero casi siempre este viene  acompañado de una desilusión. La pareja simplemente no se entiende. La química, si alguna vez la hubo,  se va por el drenaje.  Surge un rechazo inicial producto de algún evento o alguna creencia desafortunada. En Orgullo y Prejuicio, Elisabeth piensa que Darcy es un arrogante patán. En Anna Karenina, Kitty está ilusionada con otro hombre. En un principio, el amor no se da así nomás. La pareja no está lo suficientemente preparada para el amor verdadero. Todavía falta mucho camino por recorrer.

La segunda parte, generalmente la más larga, la pareja sufre modificaciones en su manera de pensar debido a las circunstancias. El pretendiente de Kitty, en Anna Karenina,  se marchó inesperadamente en busca de un amor ilícito. Ella  enferma y se toma  un buen tiempo para reflexionar sobre sus verdaderos deseos. En Orgullo y Prejuicio, Elisabeth, a la luz de los últimos acontecimientos,  descubre el verdadero carácter del señor Darcy. En esta etapa de espacio y silencio, los personajes experimentan un crecimiento interno y un cambio de perspectiva importante. Ya no son las mismas  personas del comienzo. Se convierten en  otras.  En cierto modo, maduraron.  Su óptica de la vida y del amor se volvió mucho más lucida.

Elisabeth con el tiempo se dio cuenta que Darcy era un hombre bueno y generoso que realmente sí  la quería. Esto fue suficiente para que ella  aceptara su segunda propuesta de matrimonio. Kitty acepta casarse con  Levin cuando este le demuestra que era un hombre sincero y comprensivo que lo único que anhelaba era  hacerla feliz. Luego  y solo luego  de estos cambios,  ya puede  venir  la realización. En ambas novelas, la relación termina en boda. Pero no fue fácil. Para poder  llegar ahí debieron pasar muchas cosas.

En la literatura, y tal vez en la vida misma, las historias de amor en realidad son historias de superación personal. Los protagonistas deben primero emprender un viaje de autodescubrimiento y autorrealización para después poder conseguir sus objetivos. Los cambios deben darse, en primer lugar, en el individuo.  El otro es solo un espejo que  impulsa este proceso  brindándonos  la oportunidad de crecer. En un inicio, por lo general, nos encontramos rotos y la vida que tenemos no es la vida  que realmente queremos o merecemos. Vivimos en negación, y la ceguera nos domina. Pero nuestro corazón constantemente nos está pidiendo más. Nos pide una vida total. El deseo de conocer otros mundos.

El amor intimida porque  nos recuerda nuestra desnudez y desamparo. La soledad es la prisión de los temores. Comunicarse con el otro toma valor.

¿Cómo se escribe una historia de amor? Se empieza siendo un incrédulo. En este punto, los personajes han perdido la fe en el ser humano. Pero luego llega la bondad, el cariño y la ternura.  Las almas rotas se van curando paulatinamente con compasión, humanidad y paciencia. La magia se va construyendo poco a poco con confianza y generosidad. Ese mundo  compartido que poéticamente llamamos amor nace de una creencia, la creencia en la nobleza y belleza del otro. Claro que no es sencillo. Toma coraje, sensibilidad y sensatez. Toma una sabiduría muy particular para poder  apreciar  lo más bonito del amor. ¿Y qué es eso? La mirada enamorada, la sonrisa ilusionada y el sentimiento desinteresado de un corazón sincero que solo late por ti. Reconocer ese gran milagro. Valorar ese raro y bello milagro. Requiere lo mejor de nosotros. Debemos ser la mejor versión de nosotros mismos.

Casi todos queremos vivir un amor como el de las grandes novelas de los siglos pasados. Sin embargo, se nos olvida que eso implica un sacrificio.  Para poder amar de verdad, debemos convertirnos en mejores personas. Esto exige  una transformación profunda y vital del ser. Significa una lucha  contra los prejuicios, el miedo y la terquedad. Un gran amor de novela. Es un gigantesco salto de fe. El heroico salto de darlo todo por quien daría todo por nosotros. De eso se escribe cuando se escribe de amor.



Dedicado a la bella dama de mis ojos a razón del mes del amor y la amistad… (Sí, a usted)

Gustavo Godoy

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