lunes, 15 de julio de 2019

El amor platónico de Alberto



Novela humorística (en proceso): Los dilemas de Alberto Zé

Nota: Alberto Zé, el protagonista de la novela, es un escritor solitario que vive en el pueblo ficticio de San Expedito. El texto a continuación es un extracto de un capitulo donde el personaje nos relata parte de su complicada vida sentimental. La vida de Alberto no es fácil. Si algo no le faltan, son los enredos.

El amor platónico de Alberto:

Ah, pero sí me gusta alguien. Para terminar de enredar el asunto, y hacerlo más contradictorio. Aquí va mi secreto.  Aunque para efectos prácticos, esto no modifica en lo absoluto mi estado sentimental. Porque relación como tal no existe. Es decir, todo es pura ilusión.  Sin embargo, el hecho es que sí me gusta la dama, un ser hermosísimo.  ¿Y quién es esa mujer misteriosa que  desvela mis noches y no logro olvidar? Regina Santamaría, mi  amor imposible. La mujer de bella de mundo. Mi musa. Mi amor platónico e infinito.

Regina, mi musa, es lo que podría llamarse una mujer interesante. La dama es una mezcla de Anna Karenina con Elisabeth Bennet, especialmente diseñada para romper corazones. Más dura que una piñata de cemento, eso sí.  De esas que te desarman con solo su presencia. Es bonita, inteligente y bondadosa. Derrocha talento,  vitalidad y misterio. Una mujer fuera de serie. Tiene  la capacidad de enloquecer a cualquiera. Solo basta una mirada suya para convertir a un hombre normal  en un auténtico poeta. Es la manzana de mis ojos. Como ella, no hay.

 Hablar de mi musa sería una historia de nunca acabar. Pero sí les puedo contar que Regina no me corresponde. Soy letra de tango para su indiferente melodía. Simplemente, no da un medio por mí. Soy su gran admirador, pero a ella eso le importa tres peniques. ¿Por qué? No lo sé. Para mí siempre  ha sido un gran enigma.

Vamos, tampoco podemos decir que carezco totalmente de atributos. Por muy golpeado que  este, uno también goza de cierto encanto, cierta gracia. Analizamos la cosa por un segundo. Primero, tengo en términos generales un buen carácter. Por otra parte, no soy del todo malo de corazón. Hasta bonachón soy. Soy divertido, amable y cariñoso (cuando me lo propongo).  Soy educado, un tipo de principios, y de temperamento básicamente tranquilo. Físicamente, si bien, claro está, no soy un adonis, tampoco podemos decir que soy Freddy Krueger, el  de la película Pesadilla en la calle del infierno. Digamos que me encuentro en una banda promedio, con una leve tendencia hacia la alza. Mis finanzas no son espectaculares, pero, vamos, tampoco estamos en la indigencia. Lo suficiente como para vivir con relativa comodidad. Ciertamente, soy un sujeto con muchos defectos, pero también con sus virtudes.  Como todos, ni más, ni menos que nadie. Hablar  así, me sonroja un poco, lo confieso. No quiero parecer vanidoso ante ustedes. Francamente, no es mi intención.  Sin embargo, a veces, las cosas deben decirse como son. Vamos a estar claros. ¿O no?

Les menciono todo esto por lo siguiente: Se podría creer que en un mundo donde la mayoría de las mujeres solteras se la pasan quejándose a los cuatro vientos sobre la gran escasez de “hombres”, que un sujeto como yo podría por lo mínimo ser sometido a una consideración. No me refiero a una aprobación inmediata. No, pero sí a una evaluación general como posible candidato. Incluso hasta puesto a  prueba por un periodo. Una opción, por lo menos. Pero no. Uno en este caso se estaría equivocando de plano, porque en la lista de opciones de mi adorada y querida musa yo me ubico lamentablemente en los últimos peldaños. Solo por encima del abominable hombre de las nieves y el monstruo de la laguna negra. Y justo por debajo de Cuasimodo, el jorobado de Nostre Dame. Y eso es después del incendio. O sea, ustedes se imaginaran.

Para esa mujer, la mujer de mis sueños, yo soy peor que el tifus y la amibiasis. Me ve y se espanta. Como quien se topa con un fantasma a media noche. Sin embargo, yo soy un activo que ella tiene. Más que un mendigo pidiendo limosnas, me gustaría verme como una lotería que aún no se cobra. No cualquier mujer puede jactarse de decir que un hombre con mis encantos la quiere como toda su alma, y estaría dispuesto a darlo  todo por ella.   Ella no valora mi buen gusto, por supuesto. Pero  mi musa es tan bella y soñada que no tengo el corazón para condenarla por ese pequeño defecto en su juicio. Si le pasó a Dante, ¿por qué no me podría  pasar a mí? Claro que yo a ella no le exijo nada. Sus alas son suyas y el cielo es de nadie.  Regina es mi  amor imposible. Un amor eternamente   no correspondido. Una causa perdida. Algo que jamás se dará. Sin embargo, el valle es más verde cuando pienso en ella. Y lo hago todo el tiempo.   Estoy   locamente enamorado de mi bella musa. Podría conocer otras mujeres, pero Regina es la dueña indiscutible de mi corazón.


Gustavo Godoy

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