sábado, 5 de junio de 2021

El mundo imaginario de un hombre solitario




Cuando no hay nadie más, queda la mente. La imaginación es el verdadero compañero de un ser solitario. En soledad, nadie te contradice, nadie se te impone, nadie te dicta. Es la tranquila existencia de un mundo construido sobre opiniones personales. Los narcisistas, en particular, se adaptan muy bien a los mundos sin compañía. Se requiere de cierta “esquizofrenia” para poder vivir satisfactoriamente entre cosas invisibles. En la ausencia de los demás, el ego es lo que sustituye el vacío. 


La sociedad navega en un mar de convenciones. El animal social ama las normas. La soledad, sin embargo, se nutre de caprichos. El solitario adora sus gustos personales. Lo que convierte a la soledad en un retorno al ser. La soledad es un dominio. Yo diría que el principal requisito para disfrutar una existencia solitaria es la terquedad. ¿Qué hacemos? ¿Cómo vivimos? ¿Cuándo lo hacemos? ¿Y cómo lo hacemos? Bueno, de la manera que nos dé la regalada gana. 


No es lo mucho que perdemos viviendo al margen de la sociedad. Es lo mucho que ganamos en nuestro cuarto vacío. Se sobrevive encontrando gozo en nuestra libertad personal. Existe algo sumamente liberador en poder crear nuestro propio mundo. Sin burocracia. Nuestra pequeña utopía no es una democracia. Es la tiranía del individuo. 


Se podría pensar que la soledad es el castigo para los fracasados en lo social. En muchos casos, esto es cierto. Pero no en todos. Muchos de nosotros nacemos salvajes. Lo que nos hace, por temperamento, renuentes al proceso de domesticación. Palabras más, palabras menos, los solitarios somos una minoría incomprendida en un mundo propenso al gregarismo. La verdad es que los demás no siempre son una compañía grata. De hecho, en muchos casos, son un problema. No todos contamos con la paciencia suficiente para soportar la estupidez ajena. Lo que convierte a la soledad es un oasis de tranquilidad. 


No es necesariamente el resentimiento o la frustración lo único que impulsa al alma solitaria hacia tierras desiertas. En muchos particulares es un cóctel de diversos elementos: Impaciencia, desobediencia, soberbia, megalomanía. Pero también es el deseo de libertad. Yo diría que la posibilidad de crear una realidad alterna. Exactamente. La autorrealización del ser. Y me temo que la única manera de lograr dicho cometido es cultivando lo interno. En sutiles palabras, la soledad puede ser un paraíso para los ricos en imaginación. 


Al eliminar a la gente de la ecuación, de pronto, ganamos el tiempo libre para cultivar otros intereses. La filosofía, el arte, la literatura, el cine, el deporte, la naturaleza, el trabajo, el ocio, la religión, la caridad o el placer. No sé. Me refiero a que, sin las cargas habituales del individuo social, es perfectamente posible disponer toda nuestra energía a nuestras pasiones más personales. Lo más sensato sería encontrar nuestro propósito ahí. En otras palabras, una vida solitaria no es, por defecto, estéril. El amor a una causa puede llegar a ser tan intensa y gratificante como una vida en sociedad. Los ermitaños también pueden tener ilusiones. La vida en singular no es insignificante, si el gran compañero es una vocación. Es un error confundir la soledad física como la soledad moral. 


La soledad física suele darnos varios regalos. En primer lugar, nos permite pensar sin distracciones. Lo que nos abre la puerta hacia la originalidad. Por otro lado, la autonomía empodera al individuo. La falta de compañía nos obliga a la autosuficiencia. Lo que, a su vez, alienta el desarrollo de capacidades. Tarde o temprano, la persona comienza a confiar en sus poderes. Bien puede empezar a creer en sí mismo. Es más, podría llegar a sentir una profunda admiración por su persona. Después de todo, es el capitán de nuestro barco. Sus errores son suyos. Sus triunfos son suyos. Sabe por experiencia que puede vivir sin los demás. Nada lo ata. He ahí la fuente de su gran poder. 


Ahora bien, la experiencia solitaria necesita puntos de apoyo. Si bien es cierto que las relaciones interpersonales suelen ser los validadores para los más sociables, los solitarios deben autovalidarse. Es en el pensamiento donde se encuentra el sentido de pertenencia. Esto normalmente toma muchas formas. Orgullo por nuestras maneras. Orgullo por nuestro trabajo. Orgullo por nuestro talento. Aceptación total del yo. Me refiero al yo y al mundo que ha construido. Eso obviamente incluye rutinas, manías, arbitrariedades, narrativas, pertenencias, conocimientos, hazañas logradas, libros leídos, películas vistas, comidas disfrutadas y viajes realizados. Nuestra existencia íntima y singular es un castillo invisible en el tope de una montaña infinita. El hombre solitario es el héroe de su propia aventura. El rico propietario de un mundo imaginario. El rey de un universo sin fin. 


La sociabilidad extrema destruye al individuo. La soledad extrema nos separa del mundo exterior. Dos fuerzas opuestas dominan nuestra vida: La búsqueda del calor humano y el deseo de independencia. La vida es elección. Escogimos entre el rojo, el azul o sus distintos matices intermedios. Sin embargo, he descubierto con los años que también es posible ser feliz en soledad. Nace algo muy sereno en la amistad con uno mismo. 


Gustavo Godoy


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