domingo, 1 de agosto de 2021

Misión imposible. Una vida de película.

 



El fracaso es el infierno del hombre moderno. Ser tildado de “fracasado” es la peor de las condenas en un mundo de comparaciones. Nadie quiere ser un fracasado, porque todos evitan su compañía. Es un camino muy solitario y repleto de decepciones. Nadie lo quiere. Todos queremos obtener el éxito, porque el éxito es alabado por los demás. Es una validación. Todos queremos ganar, porque perder es demasiado común. Todos queremos sentirnos un éxito, porque el exitoso lo tiene todo. Pero, ¿qué es el éxito? ¿Para qué sirve? ¿Por qué es una meta tan deseada? 

En un principio, el éxito es lograr el primer puesto en una carrera. Es decir, el éxito es ganar la medalla de oro. En la práctica, sin embargo, el éxito es una estación mucho más ambigua e impermanente. En muchos sentidos, el éxito es una reputación. Una reputación que se construye con asociaciones y símbolos relevantes para un grupo social determinado. El éxito, entonces, es básicamente estética y geografía. 

¿Y el talento? ¿Y el trabajo duro? Me temo que no es un requisito necesario. El éxito no es una habilidad técnica. El éxito es estatus social. La forma y el lugar son más importantes que la capacidad. En otras palabras, el éxito sin validación social no es éxito. Supongamos que el mejor violinista del mundo, vestido de indigente, comienza a tocar su música en la calle. Más de uno va a subestimar su talento basándose en el contexto. Ahora supongamos que el mismo violinista toca la misma música en el Carnegie Hall de Nueva York. Más uno va a sobrestimar su talento basándose también en el contexto. En fin, el éxito es una forma de reputación. Depende mucho de la forma y el lugar. El talento, nos guste o no, es secundario en importancia. 

Un día, vamos a comprar un regalo de cumpleaños para un ser querido en una prestigiosa tienda de relojes de lujo. En la tienda, tenemos dos relojes en la exhibición. Ambos son muy parecidos en precio y aspecto. Y el tendero nos informa que la calidad es equivalente. Uno es fabricado en Suiza y el otro es fabricado en Somalia. ¿Cuál de los relojes escogería la persona promedio? 

El genio incomprendido fracasa con frecuencia por una incapacidad social. Es posible que se encuentre en un ambiente insensible a sus talentos o tenga serios problemas de comunicación. En ambos casos, carece de conexiones. O sea, carece de una red de apoyo. Está demasiado solo. El éxito es un lenguaje y un espacio. En consecuencia, el fracasado simplemente está en el lugar equivocado y hablando el idioma que no es. El fracaso es una forma de aislamiento. 

Ahora bien, hablamos del fracaso a un nivel más fundamental. Tenemos un deseo. Hacemos un plan para lograr lo deseado. Y, luego, después de mucho esfuerzo, fracasamos dramáticamente, porque el obstáculo resulta ser más grande de lo anticipado. Aquí tenemos la historia más esencial de todas: El hombre y su batalla contra el destino.

El efecto dramático de esta historia tan universal yace en la distancia entre la expectativa y el resultado. Deseamos algo con todo el corazón, pero las fuerzas antagónicas son demasiado grandes. El fracaso es lo ordinario para las personas con metas muy grandes. Las personas racionales normalmente se plantean metas alcanzables, porque es lo más razonable de hacer. Una historia extraordinaria es esencialmente irracional.

Los personajes muy sensatos no tienen acabado en la literatura o en el cine. La ficción necesita de grandes y imprácticas pasiones. Locos obsesionados dispuestos a arriesgarlo todo por un sueño imposible. Analizamos un deseo cotidiano a modo de ejemplo: Entrar a nuestra casa. En un día normal, todo marcha según lo esperado. Llegamos a nuestra casa y abrimos la puerta con la llave sin mayores inconvenientes. Es decir, nuestras expectativas se cumplen a la perfección. Obtenemos éxito, pero aquí no hay historia. En efecto, no hay nada que contar de verdadero interés. Tendremos una historia en la presencia de un conflicto. ¿Qué pasaría si la llave se rompe y no podemos entrar? Tenemos una historia, porque la normalidad se interrumpe. 

Un personaje sensato llamaría a un cerrajero para solventar el problema. El cerrajero llegaría, solventaría el problema y cobraría por su trabajo. No se perdería mucho. Un poco de tiempo y dinero, pero nada del otro mundo. Esa es la solución sensata. Técnicamente, tenemos una historia. Cierto que tendríamos algo que contar. Pero bien sabemos que no sería una historia muy interesante. Un personaje insensato, por otro lado, no llamaría a un cerrajero. Se subiría al techo y arriesgaría su vida tratando de entrar por la ventana del tercer piso. Se cae en la casa de al lado. Toma la moto de su vecino sin permiso. Y se estrella a toda velocidad derribando la puerta de entrada de su casa. Luego, ya adentro, en medio de la sala con un brazo roto, mira hacia la cocina y se da cuenta que la puerta del jardín estaba abierta. Resulta ser que había gente en la casa. Lo único que tenía que hacer para entrar era tocar el timbre. Aquí tenemos una historia.

La estructura clásica de una historia es: deseo, plan, fracaso, nuevo plan, nuevo fracaso. La clave de una buena historia es añadir un nivel superior de riesgo e insensatez a cada nuevo plan. La obsesión por un deseo y nuestra disposición a sacrificarnos por él no es una garantía de éxito en lo absoluto. Si la meta es el éxito, lo más inteligente es seguir el camino más sensato. Si nos planteamos expectativas sensatas, con un esfuerzo moderado, obtendremos seguramente el resultado esperado. El insensato no busca el éxito en realidad. El insensato simplemente persigue su pasión con toda su alma. Lo arriesga todo por un deseo. Se enfrenta a su destino con total imprudencia. No escucha razones. Vive con el corazón. Es probable que nunca alcance el éxito. Pero, sin lugar a dudas, tendrá una vida de película. 

Gustavo Godoy 

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