lunes, 8 de noviembre de 2021

Mi disposición natural a la pereza




Es probable que mi pereza provenga de mi pesimismo. Después de todo, la pereza es una forma de desesperanza. Exactamente. Me refiero al fatalismo. El fatalismo es la idea de que el destino es inevitable. Las acciones no cambian las cosas. Todo da igual. Lo que significa naturalmente que, en la mente del perezoso, el reposo es la opción más inteligente. Si el esfuerzo no conlleva a un beneficio, lo mejor es conservar la energía. Acción sin ganancia es una verdadera pérdida de tiempo. El desinterés es el alimento del perezoso. Sacrificarse por nada simplemente no vale la pena. 


La “hibernación”, ciertamente, es un estado de reposo prolongado utilizado por algunos animales durante meses de escasez extrema. Esto normalmente ocurre en invierno. La actividad metabólica decrece significativamente para economizar energía. ¿Por qué tanta pereza? En medio de un entorno hostil, a diferencia del perezoso, el diligente intensifica su labor. El problema es que las condiciones no están dadas. De hecho, tanta energía malgastada es un riesgo de muerte. Se podría decir que una acción de este tipo no es diligencia o industria. Es locura. 


Todo ser humano es un comerciante nato. Es una máquina que calcula. ¿Qué calcula? Bueno, el costo y el beneficio de cada esfuerzo. Es decir, entiende perfectamente que su atención es lo más valioso que tiene y no la puede desperdiciar en tonterías. Desde muy tierna edad, debe administrar sabiamente sus recursos. Entonces, le aplica energía a lo que implica una mejoría. Le niega energía a lo que implica un desgaste. 


Hay pereza por incapacidad. Y hay pereza por falta de motivación. En la práctica, sin embargo, todo se entrelaza y se diluye en un mismo mazacote. Palabras más, palabras menos, lo que tenemos es una relación individuo-contexto de poca productividad. O sea, no se le ve el queso a la tostada. Una actividad se evita cuando… Uno. La actividad es muy aburrida y el premio no es lo suficientemente atractivo como para que valga el esfuerzo. Dos. Tenemos mejores opciones  a nuestra disposición. 


Ahora bien, el capricho ajeno es el principal promotor de la pereza en todo el mundo. Es decir, la imposición del otro. Estamos hablando de la persona, norma, idea o ente que nos dicta una conducta en contra de nuestra voluntad. La obediencia que beneficia al otro y nos consume a nosotros. En este caso, la pereza es un acto de desobediencia civil. Los padres, los empleadores, y las burocracias en general siempre se quejan de la pereza en los demás. Pero, ¿qué tan insensato es preferir pasar tiempo con la novia a limpiar el cuarto y hacer la tarea? ¿Qué experiencia te dará más satisfacción? 


Un niño puede aprender más del juego y del ocio que de la arbitrariedad escolar o doméstica. El niño, por haber nacido todo un calculador de intereses, intuye esto de manera instintiva. Por ende, su disposición a la pereza es simplemente una aspiración de libertad. La terquedad de los demás da pereza y desconfianza. La promesa es un cebo muy utilizado por los que exigen obediencia. Con demasiada frecuencia, se trata, por supuesto, de falsas promesas. En otras palabras, en el gran ajedrez del poder, el engaño suele ser el arma más usada. Entonces, detrás de todo perezoso yace un escéptico desconfiado con ideas bastante fatalistas sobre la realidad social. 


Claro que “perezoso” es una etiqueta utilizada normalmente para describir al otro. De hecho, pocos son los que se autodenominan como “perezosos” en lo personal. ¿Por qué? Bueno, porque la inactividad total es imposible. Sencillo. La gente siempre está haciendo algo. Lo que ocurre es que el común de las personas busca hacer las cosas que disfruta y evita las cosas que le generan tedio. Más allá de eso, todos estamos dispuestos a sacrificarnos por un bien mayor. Nadie es perezoso con sus pasiones. Mejor dicho, la ilusión es el remedio de la pereza. 


La oportunidad es el impulso que nos mueve de nuestro asiento. La posibilidad de ser más. La visión de una mejor vida. La alegría de la plenitud. La libertad de poder. Y el amor por lo que se hace. El destino no tiene que ser fatal. No existe el futuro final. Sí se puede. El detalle es que el perezoso sufre de indiferencia hacia determinados objetivos. Pero nunca es indiferente del todo. Mi disposición natural a la pereza es una consecuencia de mi amor por mis aficiones. Padezco de obsesiones. Lo que me hace descuidar otras ocupaciones. 


Gustavo Godoy

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