viernes, 1 de agosto de 2025

La falta de consenso básico: El problema central de nuestro tiempo

 

En nuestros artículos anteriores, hemos establecido dos verdades fundamentales. Primero, que la realidad es objetiva y se confirma a través de la acción; no es una mera construcción social. Segundo, que la negación de esta verdad, el relativismo posmoderno, es una posición insostenible que desmantela los pilares de una sociedad funcional. Ahora, nos enfrentamos a la inevitable consecuencia de estas ideas: ¿qué sucede cuando una sociedad pierde el ancla de la realidad objetiva? El resultado es la falta de consenso básico, un problema que no es solo una molestia, sino la verdadera crisis de nuestro tiempo.

La sociedad humana se ha construido sobre un terreno común de hechos y valores. Pensemos en un puente. Para construirlo, los ingenieros deben acordar las leyes de la física, la resistencia de los materiales y los principios de la estática. Si un ingeniero decide que "su verdad" es que la gravedad no existe, o que el acero es una construcción social, el puente simplemente se derrumba. De la misma manera, para que una sociedad funcione, sus miembros deben poder ponerse de acuerdo en verdades fundamentales. Esto no significa que todos deban pensar igual, sino que todos deben operar bajo las mismas reglas del juego.

Cuando este acuerdo básico se desvanece, se rompe el tejido de la comunidad. No podemos tener un debate significativo sobre el cambio climático si una parte de la población niega la existencia de los datos científicos. No podemos construir un sistema de justicia si la verdad de un testigo es solo "su verdad" y no un hecho verificable. La falta de consenso no es un síntoma; es la enfermedad misma que nos impide resolver problemas colectivos. Nos condena a vivir en silos de información, en universos paralelos donde el diálogo es imposible porque ni siquiera compartimos la misma realidad.

Esta fragmentación es la trágica herencia del relativismo extremo. Al proclamar que todas las ideas son igualmente válidas y que la verdad es una elección personal, hemos desarmado nuestra capacidad de discernir. El intelecto, que debería ser una herramienta para buscar la verdad, se ha convertido en un arma para defender nuestra narrativa tribal. El resultado es la parálisis. Cuando una sociedad no puede acordar el diagnóstico de sus problemas, mucho menos podrá acordar una solución.

Entonces, ¿cómo salimos de este laberinto? La respuesta no es buscar la uniformidad, sino la coherencia. No se trata de obligar a todos a pensar lo mismo, sino de reconstruir la base sobre la que se construye el pensamiento. Debemos volver a valorar los hechos, a honrar la evidencia y a reconocer que, por muy diversas que sean nuestras interpretaciones, hay un mundo que opera con sus propias leyes, independientemente de nuestros deseos. El consenso no se impone; se gana a través de la razón y de la experiencia compartida. Es un acuerdo que nace del reconocimiento humilde de que, más allá de nuestras narrativas, existe una realidad que nos une a todos.

La tarea no es fácil, pero es vital. El primer paso es reabrir el diálogo, no para debatir la existencia de la realidad, sino para reafirmar nuestra fe en que, al actuar de acuerdo con ella, podemos construir un futuro juntos. Solo así podremos superar la parálisis y recuperar la capacidad de actuar con sabiduría y propósito.


Gustavo Godoy




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