sábado, 5 de septiembre de 2015

Los tiempos de guerra



Pocas estrategias se han probado tan útiles para el dirigente
político pícaro bajando en apoyo popular como el manufacturar una
noticiosa y sonora guerra.

En la actualidad, tenemos de todo tipo. Tenemos numerosos conflictos
convencionales, como los armados y también no convencionales como los
mediáticos, psicológicos o económicos. Los motivos declarados son
igualmente muy variados. Unos bandos son elogiados como luchadores
heroicos de nobles causas y otros censurados como malvados
terroristas. Todo depende del bando al que uno pertenezca.
Virtualmente, todo gobierno en el mundo está en guerra permanente
contra  algo o alguien.

En el presente, en los discursos políticos la palabra “guerra” es
omnipresente. Todo líder político belicoso siempre de la boca para
fuera defiende la paz pero reiteradamente  declara que es arrastrado
en contra de sus deseos  a la pelea sobre la excusa de la autodefensa
o rebuscadas consideraciones éticas en apariencia muy nobles. Habla de
paz mientras que con gestos de mando marcial y un lenguaje cuartelero
infunde valores militaristas en la población. Con toda teatralidad,
despliega su poderío ostentoso y amenazante con grandiosos desfiles
militares y escandalosos gastos armamentistas. Además rinde un culto
pseudoreligioso a caudillos y sangrientas batallas del pasado
histórico. Al dirigente este estilo conflictivo le confiere un porte
de macho guapetón, fuerte y decidido que le aporta volumen a su
imagen.

Por otro lado, los ciudadanos comunes dejan de prestar su atención a
los crecientes problemas sociales y económicos que los agobian
terriblemente para apoyar enérgicamente a su líder contra las
supuestas amenazas externas.

Pareciera que los seres humanos estamos condicionados biológicamente a
poseer un mecanismo dual en nuestras relación con los demás. Tenemos
una ética de cooperación con los amigos y una ética de competencia con
los enemigos.  Por supuesto, este mecanismo no es demasiado rígido y
tocando las teclas indicadas puede ser manipulado con relativa
facilidad. Por ejemplo, dos rivales en los negocios pueden odiarse
ferozmente. Sin embargo, al verse amenazados por un enemigo común se
llegan a sentir como hermanos de lucha por una causa compartida. El
miedo al enemigo es un potente factor de cohesión social. Los líderes
asustan a la gente con enemigos reales o ficticios para unir sus filas
y disipar las fricciones internas. Hay tantas guerras por la sencilla
razón que significa  un negocio redondo para muchos. Da millones de
dólares a la gigantesca y lucrativa industria bélica, una manutención
y un propósito al soldado raso, gloria y honores a los generales,
éxitos a los dirigentes políticos y unidad psicológica a las masas.

Para dar un simple ejemplo, esta dinámica la pudimos observar de la
manera descarada en la invasión a Irak por la última administración
Bush. Las guerras son justificadas apelando la moral y la autodefensa
pero en la mayoría de los casos obedecen intereses oscuros de una
elite.

En las palabras del escritor inglés George Orwell “Toda la propaganda
de guerra, todos los gritos, y las mentiras y el odio provienen
invariablemente de la gente que no está peleando”


Gustavo Godoy

Articulo publicado por el Diario El Tiempo de Valera , Viernes 04 de septiembre de 2015 en la columna Entre libros y montañas

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