viernes, 24 de noviembre de 2017

Ernest Hemingway


Gertrude Stein los  llamó la generación perdida. Eran un grupo de escritores y artistas norteamericanos  radicados en París de los años 20s. De Los Estados Unidos y de otras partes llegaron a París después de la Gran Guerra para cambiar al mundo a través del arte. Se encontraban en los cafés y en los clubs de jazz rompiendo con las tradiciones e imponiendo sus nuevos valores entre el licor, la creatividad y el desenfreno. Entre ellos, estaba un joven oriundo de Oak Park, Illinois,  Ernest Hemingway.

Ernest Hemingway contrasta con la imagen que comúnmente se tiene del escritor. Él no era un introvertido ratón de biblioteca. Él era un aventurero, sumamente competitivo y viril. Un robusto hombre de acción y amante de las actividades al aire libre.  Enemigo del intelectualismo y de los círculos literarios. Disfrutaba de la cacería, de la pesca y de la navegación. Fanático del deporte taurino y más aún de un buen whisky. Entre  el gran público, se llegó a conocer  principalmente gracias al periodismo y sus safaris africanos. En la guerra civil española y en otros conflictos bélicos se desempeñó como corresponsal.  Llegó a vivir en lugares como  Cayo West y Cuba. Ganó el premio Pulitzer  y el Nobel.  Al final, después de una larga depresión,   escogió, al igual que su padre,   el suicidio. Murió a mediados del año 1961 a los casi  62 años de edad.

Sin lugar a dudas, las mujeres ocuparan un lugar importante en su vida, algo disipada en materia de amoríos. Esos amoríos, al parecer, sirvieron como fuente recurrente de inspiración y  estímulo para su obra literaria.  Él decía que para escribir hay que estar enamorado. Cosa que yo también  creo así.

Siempre mantuvo una rivalidad literaria y personal muy famosa con el escritor Francis Scott Fitzgerald. Hemingway competía para ganar y Fitzgerald para perder. El melancólico y romántico autor de “El gran Gatsby”  en realidad solo competía consigo mismo. Pero la contienda con su amigo ya era una vieja costumbre que llevaban desde sus tiempos juntos en París.  Además, las biografías  tienden a enriquecerse con este tipo de anécdotas y cotilleos.

El épico Ernest Hemingway.  Poseedor de un estilo sencillo y directo, siempre buscando la sinceridad.  Maestro del oficio, dueño de una gran técnica y aficionado a los datos. Daba más importancia a los diálogos, a la acción y los hechos que a  la introspección o a la emoción.   Sus temas favoritos siempre  fueron la guerra, la muerte, el amor y los entornos naturales. Probablemente era mejor cuentista que novelista. De sus novelas recomendaría “Adiós a las armas” y “Por quién doblan las campanas”. La segunda siendo  mejor que la primera. Y de sus cuentos. Por supuesto, El viejo y el mar.

Hemingway es un icono del siglo XX, una verdadera leyenda, y sus obras son ya clásicos. En mi opinión, una lectura obligatoria.

Cuenta García Márquez que un día, en 1957, cuando vivía en París, alcanzó a verlo caminando con Mary Welsh, su cuarta y última esposa, por el Bulevar Saint-Michel.  Llevaba unos bluejeans desgastados, una camisa de leñador y una gorra de béisbol. GM no lo abordó pero sí le gritó desde el otro lado de la calle: "¡ Maestro!". Hemingway alzó la mano y le respondió jovialmente: "¡ Adiós, amigo!”


Gustavo Godoy

Artículo publicado en  El diario El Tiempo ( Valera, Venezuela) y en varios medios alternativos en diferentes países del mundo el Viernes 24 de Noviembre 2017 en la Columna Entre libros y montañas



ver blog: www.entrelibrosymontanas.blogspot.com

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