jueves, 9 de mayo de 2019

Humor y literatura



Desafortunadamente, la crítica (literaria) muestra un extraño irrespeto por los autores que nos hacen reír. Desde Aristóteles hasta nuestros días,  la ficción humorística se ha mirado con menosprecio. Normalmente,  ignorada por los premios y las editoriales.  Desdeñada por los eruditos. Pero disfrutaba por muchos.  No se toma con mucha seriedad. Se subestima. Y lamentablemente se considera inferior a otras formas literarias. Tradicionalmente, el humor se ha visto ligado a la incultura. ¿Por qué?

Primeramente, “comedia” se refiere a la expresión dramática diseñada para ser humorística (provocar risas). En una interpretación antigua, el término solamente aplicaba a piezas con finales felices. Por ejemplo, Dante utilizó este principio para nombrar  su poema, La comedia. Claro que con el tiempo, la palabra se vio cada vez más asociada a  la risa, sin importar el tipo de final. Bueno, la “comedia” (del comediante) y el “humor” (del humorista) suelen ser sinónimos. Pero si nos ponemos más precisos, podríamos decir que técnicamente no son lo mismo. Lo cómico, básicamente, es lo risible como tal. Lo humorístico es cuando se utiliza estratégicamente lo risible para alcanzar otros objetivos. Un artículo de  opinión escrito con humor se podría decir que es la obra de un humorista.  Un chisme sin más propósito que hacernos reír sería el trabajo de un cómico. Sin embargo, la diferencia es tan sutil que resulta muy difícil separar una cosa de la otra en la práctica. Depende mucho del contexto. Pero  para la contrariedad de algunos teóricos, el  humor, la risa y la comedia son conceptos generalmente intercambiables en sus usos cotidianos.  

Ahora bien, hablemos de la comedia como género artístico. Los textos griegos y romanos colocaban a la épica y a la tragedia por encima de la comedia. Esta concepción aristotélica de la ficción ha logrado sobrevivir  los siglos y los milenios. Y, hasta cierto punto, aún mantiene su influencia.  Dentro de esta clasificación, los dioses y los héroes pertenecen a la esfera de lo extraordinario. Su género es la épica. Los reyes y los aristócratas, aunque sujetos a las leyes de la sociedad y de la naturaleza, eran los únicos que podían vivir apasionadamente. Su género es la tragedia. En el escalón más bajo se encuentra la comedia. La afición del pueblo llano. Por ejemplo,  la sátira (un tipo de comedia)  representaba a los rufianes, los monstruos, y los criminales. Es el mundo de los bajos fondos. Lo grotesco, lo feo y lo vulgar. La suciedad. La sexualidad. La vergüenza. Y lo risible. 

La épica, la tragedia y la comedia  no representaban a la gente común.  Con el surgimiento paulatino de la burguesía  y las grandes ciudades (la clase media), sobre todo a partir del siglo XVIII, la literatura adoptó estilos más prosaicos y mucho más realistas. Los romances y las novelas de entonces comenzaron a centrarse en las vidas de la gente común. La versión clásica comenzó a cuestionarse, y la comedia empezó a asomarse y escalar  un poco más entre  los letrados. 

En la antigüedad y en el medievo, la tradición literaria  colocaba al humor entre los géneros más bajos. Según el esquema  jerárquico de la mente aristotélica, la comedia trata de temas insignificantes y  de personas insignificantes. Los demás géneros toman tonos más graves. Se ocupan principalmente  de temas más elevados y de personajes mucho más nobles. 
La comedia clásica podría verse como la antítesis de la tragedia. El héroe trágico comienza feliz y su arrogancia lo conduce eventualmente a la catástrofe. 

Contrariamente,  el héroe cómico (típico) comúnmente  comienza el relato como un marginado, un desdichado. Sin embargo, en la medida que la historia progresa, este logra alcanzar  sus objetivos. Muchas veces  con engaños e intrigas. Pero  otras veces con estrategias más virtuosas.  El héroe cómico es un ser inferior que consigue el triunfo. Un gran rebelde y el representante natural de las clases oprimidos. La comedia (en su definición más amplia)  siempre ha sido un género muy cercano a los valores democráticos. Porque  este tipo de literatura tiende a ser sumamente irreverente. En muchos casos implica la trasgresión de un orden.  Con frecuencia, cuestiona, ridiculiza y  satiriza a la norma establecida (el poder). Es caos. Toca temas  tabúes como la sexualidad, los abusos del poder, y los defectos sociales. No es sorpresa que los grupos más conservadores tengan sus reservas. Claro está que sí   existe un criterio artístico para tener estas reservas, pero también existen elementos evidentemente políticos y sociales.  En algunos casos, muy valiosos y razonables. En otros, meros prejuicios.  En fin, desde  hace muchísimo tiempo el humor tiene una mala reputación entre los críticos de narices más elevadas. 

La teoría (critica) moderna difiere de la clásica en varios aspectos. Uno de estos aspectos es la flexibilidad. La rigidez de antaño se perdió. La división clásica no permitía la mezcla entre géneros. Los géneros eran concebidos como realidades indiscutibles y universos en sí mismos. En la actualidad, el sistema tolera formas hibridas. Y las categorías están abiertas a las reformas y a la incorporación de nuevos y futuros géneros. (En el caso de la comedia,  el género se ha diluido en otros géneros. Es más un tono que un tipo de historia).  Hoy en día, las nomenclaturas sirven solo como descripciones generales. No constituyen una norma inquebrantable. Es raro toparse con obras que no combinen varios géneros al mismo tiempo. 

Actualmente, la creación literaria es mucho más libre que antes. Aristóteles ya no es la autoridad incuestionable que un día fue. 
Claro que aún se puedo observar una evidente correlación entre los géneros y la posición social. Nos guste o no, en el arte se nos  impone un escala informal de prestigio. En gran medida, el prestigio de la audiencia condiciona el reconocimiento de las obras.  Nos encontramos con algo llamado “alta cultura” y algo llamado “cultura popular”. Y,  aunque el humor se puede hallar en ambas culturas, tiende a identificarse con la popular. No es un secreto. Las instituciones culturales de mayor prestigio en el mundo y la crítica en general obedecen casi exclusivamente los convencionalismos  y criterios de la alta cultura.  Es decir, el fantasma de Aristóteles todavía recorre el mundo del arte. Y el humor aún sufre por su desprecio. 
¡Pero vamos!  El humor y la literatura se la llevan muy bien. ¿Acaso Don Quijote de la Mancha no es una obra maestra? Cervantes desafío las normas y salió triunfante. Pero no ha sido el único. Encontramos humor en muchas obras. La novela picaresca utilizó el humor. Así como el teatro isabelino, el francés y el italiano.  No es raro toparse con autores “cómicos” de calidad. Claro que aquí escribo  “cómico” no necesariamente como género. Más bien, la comedia como estilo. Un forma de escribir un libro o un frase. 

El mundo anglosajón ha sido particularmente generoso con la producción de autores humorísticos.  La lista de muy larga. Tenemos a  Jonathan Swift, Daniel Defoe y Jane Austin. Mark Twain, por supuesto. También, Charles Dickens.  Además, escritores irlandeses como Oscar Wilde, Bernard Shaw y  Samuel Becket que escribieron en inglés. Y, por supuesto, el gran P.G Wodehouse. Probablemente, el mejor autor cómico del siglo XX. 

Pero el fenómeno es universal. Latinoamérica nos  ha dado escritores con gran sentido del humor. A mi parecer, Cortázar y Teresa de la Parra  siendo los mejores. Todos las regiones tienen autores que nos hacer reír. Los judíos poseen un rico tradición humorística. Y muchos otros…

 Es curioso que algunos críticos literarios acusen a la ficción humorística de “escapista” y “sin contenido”.  Es decir, desligada de la realidad y solo por placer. ¿Qué es  la literatura entonces? ¿Una forma refinada de periodismo? ¡Amigos! La literatura es ficción; y  es, esencialmente,  placer estético. Me temo que esa supuesta “seriedad” de muchos críticos es un simple y vulgar esnobismo. De hecho, el buen humor es sumamente serio. Es arte y cultura. Decir lo contrario es una gran razón para reír.  

Gustavo Godoy


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