domingo, 18 de febrero de 2024

José y la traición

 


Todos esperamos apoyo, respeto y reciprocidad de nuestra pareja, familia y amigos. No se trata de exigir devoción fanática o ciega. Sin embargo, sí esperamos de los demás un reconocimiento de nuestro valor personal mediante sus acciones. 

La lealtad es como un puente que une los corazones de las personas y los grupos. Es una fuerza que nos protege de las tormentas y los peligros. Es un escudo que nos da paz y tranquilidad. Es una promesa que nos hace crecer juntos y compartir sueños y alegrías. El enemigo de la lealtad es la traición.

La traición es una herida que nos abre el alma cuando nos falla un familiar, cuando nos abandona un amigo, cuando nos agreden los que amamos. Es un dolor que nos quema por dentro y que nos cuesta mucho sanar. ¿Cómo lidiar con esta situación?

José era el hijo más querido de su padre, que le había regalado una túnica de muchos colores. Sus hermanos lo envidiaban y lo odiaban, sobre todo cuando les contaba los sueños que tenía, en los que ellos se inclinaban ante él. Un día, lo engañaron y lo vendieron a unos comerciantes que iban a Egipto. Allí, José pasó por muchas dificultades y sufrimientos, pero también demostró su inteligencia y su capacidad para interpretar los sueños. Así, llegó a ser el gobernador de todo Egipto, y se encargó de preparar al país para una gran hambruna que se avecinaba.

Cuando el hambre azotó a toda la región, la gente de otros lugares venía a comprar grano a Egipto. Entre ellos, llegaron los hermanos de José, que no lo reconocieron. José los reconoció, pero no se dio a conocer. Los puso a prueba, haciéndoles pasar por varias situaciones difíciles, para ver si habían cambiado y si se arrepentían de lo que le habían hecho.

Finalmente, José se reveló a sus hermanos, y les dijo que no les guardaba rencor, pues todo había sido parte de un plan mayor para salvarlos del hambre. Les pidió que trajeran a su padre y a toda su familia a Egipto, donde él los cuidaría y los protegería.

Así fue como José se reunió con su padre y sus hermanos, y los perdonó y los abrazó. José fue leal a su familia, a su pueblo y a sus principios, y recibió el reconocimiento y el cariño de todos. José transformó la traición en bendición, y la envidia en amor.

¿Qué se podría aprender de José? Bueno, que las traiciones pueden venir de cualquier parte y en cualquier momento. Sin embargo, por muy doloroso que sea, hay que seguir adelante. La traición es el acto injustificado de un traidor. Es decir, el culpable tiene nombre. No hay que asumir que, porque hemos sido víctimas de una traición, todos nos traicionarán. Es importante entender que todavía podemos confiar en los demás. En otras palabras, la vida continúa. Tarde o temprano, alguien nos reconocerá como lo merecemos.

Pero, ¿cómo lidiamos con la traición?

En primera instancia, lo más sensato es romper relaciones con el traidor. Simplemente, por nuestra protección. Ya que la persona en cuestión ha demostrado que no es un socio confiable. Nos ha revelado que nuestro bien no es su prioridad.

En segunda instancia, entra el debate entre la venganza, la indulgencia y el perdón.

A simple vista, parece una injusticia darle un nuevo chance al traidor. Porque olvidar las ofensas es solo darle alas a la impunidad. Pero eso no es perdón. Eso es resignación. Es una forma de indulgencia. Confiar de nuevo en un traidor es jugar con fuego.

Debido a todos los sentimientos negativos que surgen en el alma del traicionado, la venganza es la opción más tentadora. Es decir, hacerle daño al que nos lo hizo daño. Sin embargo, esta opción tiene un defecto. No es muy productiva. Nadie gana. Hay personas que obtienen satisfacción psicológica de la venganza. Pero será una ganancia ilusoria. La venganza no borra el daño original. La venganza puede ser contraproducente. La venganza no ofrece una solución real.

El perdón es el mejor camino, pero no es un regalo. El que traiciona debe reconocer su culpa. Y dar una explicación, si puede. Pero también debe enfrentar las consecuencias de sus actos y reparar el daño. O al menos intentar mejorar. 

En definitiva, todos nos equivocamos. Todos tenemos derecho a una segunda oportunidad. Pero tiene que haber una transformación real. La persona tiene que mostrar que, aunque falló y erró en el pasado, se ha arrepentido y ahora es digna de confianza. Es decir, capaz de ofrecer apoyo, respeto y reciprocidad. Aprendemos a ser leales, fieles y honestos. Entonces, llega el perdón. ¿Ha demostrado su lealtad esa persona, a pesar de sus errores del pasado?

José no perdonó sin antes poner a prueba a sus hermanos. Esa es la verdadera lección de esta historia. Es posible pasar la página. Pero el sacrificio no solo debe venir de la víctima. El que hizo el daño debe cambiar y reparar. Así se construye un bien mayor.

Gustavo Godoy


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