jueves, 31 de julio de 2025

El Pensador Contracultural: Cuando lo evidente es una rebelión


 

Vivimos en un tiempo curioso, una galería de ideas donde lo verdaderamente rebelde no es lo que rompe esquemas, sino lo que simplemente reconoce lo evidente. Aquello que insiste en presentarse tal cual es, sin adornos ni interpretaciones forzadas, se ha convertido en la gran transgresión. Y quien lo señala, con franqueza, es inmediatamente tildado de retrógrado, de ingenuo, de quien no comprende los matices. Vivimos en una época donde la hiperinterpretación y la subjetividad extrema a menudo nublan la percepción de la realidad. Hay una tendencia a complicar lo simple y a buscar profundidades filosóficas donde, a veces, solo hay algo elemental.

Imagina la escena. Entras a un espacio de exhibición contemporáneo, de esos donde la expresión artística a veces trasciende la comprensión. Te mueves entre piezas complejas y formas abstractas, hasta que tu mirada se detiene en una obra central: un plátano adherido a una superficie con cinta adhesiva. A tu alrededor, el público asiente con solemnidad, compartiendo lecturas profundas sobre el efímero de la existencia, las estructuras de poder o la desarticulación del objeto. Pero tú, impulsado por una honestidad innegable, exclamas en voz alta, sin mala intención: "Pero si es solo un platano." Un silencio tenso se apodera del lugar. Los murmullos de asombro se transforman en reproches sobre tu falta de discernimiento, tu insensibilidad, tu incapacidad para captar la "profundidad" de la propuesta. Has cometido la mayor afrenta: nombrar la cosa por su nombre.

El "pensador contracultural" de hoy no es un agitador de las masas, sino una voz discordante en el ámbito de las ideas. En la teoría, muchos abrazan nociones elaboradas sobre la maleabilidad del mundo, la relatividad de todo concepto y la disolución de cualquier certidumbre. Hablan de un universo sin jerarquías, sin verdades absolutas, donde cada elemento es una mera historia y el rigor es una forma de control. Manipulan el lenguaje, las identidades, las leyes del universo, como si fueran meras construcciones que pueden desmantelarse a voluntad.

Sin embargo, al enfrentar el momento de la verdad, la conducta en la vida diaria es sorprendentemente previsible. Esa misma persona que teorizó durante horas sobre la fluidez de la realidad y la arbitrariedad de los principios físicos, observa cautelosamente a ambos lados antes de cruzar la calle. ¿Por qué? Bueno, el pavimento no se vuelve blando para filósofos o poetas. El pensador contracultural de hoy no propone la próxima gran revolución; su audacia radica en señalar que internet no es omnisciente, o que un plátano, en efecto, es solo un plátano. Él insiste en que las leyes naturales persisten aunque no "creas" en ellas, que el calor de la combustión es una verdad innegable más allá de cualquier significado poético, y que la responsabilidad por las acciones propias es inevitable, incluso al culpar a factores externos.

Su desafío es la claridad en un mundo que a menudo valora la originalidad (a veces forzada) por encima de la verdad sencilla. Ser "contracultural" en este sentido implica la valentía de reconocer y expresar lo obvio, aunque vaya en contra de las corrientes dominantes. Es como si, tras ser picado por el mosquito posmoderno, este pensador hubiese redescubierto la solidez del suelo bajo sus pies. Y eso, en el laberinto de ideas actuales, se convierte en el acto más contracultural.



Gustavo Godoy

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