En el laberinto de la filosofía, algunos se pierden en la pregunta de si la realidad objetiva "existe" de una manera que podamos probar absolutamente, más allá de toda duda. Es un debate fascinante, pero a menudo estéril para la acción. Sin embargo, lo que sí sabemos, con una certeza aplastante que se siente en cada fibra de nuestro ser, es que cuando actuamos como si la realidad existiera, nuestra vida y el mundo nos ofrecen una cascada incesante de retroalimentación positiva.
La vida no espera pruebas absolutas. Opera sobre la base de suposiciones confirmadas. Cada día es un experimento donde nuestra hipótesis implícita es que el suelo bajo nuestros pies es sólido, que el fuego quema, que el agua hidrata y que las leyes de la física son universales.
Cuando actuamos conforme a estas suposiciones, los resultados son predecibles y, en su mayoría, beneficiosos. El café que preparas por la mañana, el camino que eliges para ir al trabajo, la conversación que tienes con un colega: todo ello se basa en la expectativa de que hay una coherencia externa que responde a nuestras acciones.
Esta suposición de una realidad objetiva no es un acto de fe ciego, sino una inferencia pragmática constantemente reafirmada. Si crees que el martillo golpeará el clavo y la madera cederá, y actúas en consecuencia, el clavo entra. Si crees que el auto necesita combustible para moverse y lo llenas, el auto arranca. El mundo "responde". Esta retroalimentación constante, esta respuesta favorable de la experiencia, valida la suposición de manera tan contundente que negarla se vuelve un ejercicio puramente teórico, desconectado de cualquier utilidad práctica.
Ahora bien, y aquí está la clave: por supuesto, existe la remota posibilidad de que toda esta experiencia sea una sofisticada ilusión, una simulación digital, un sueño prolongado o una compleja neurosis colectiva. Podríamos, en teoría, estar viviendo en una especie de "Matrix", donde todo lo que percibimos es una construcción. Sin embargo, dedicar nuestro tiempo y energía mental a especular sobre la verdadera "esencia" o "naturaleza fundamental" de esa posible ilusión no nos aporta nada útil en la práctica.
Cabe destacar que la realidad objetiva no es una construcción social. Esta noción, tan de moda en la actualidad, resulta ser una gran insensatez o, al menos, una exageración filosófica. Aunque nuestras interpretaciones y entendimientos de la realidad puedan estar influenciados por factores sociales y culturales, las leyes fundamentales de la física, la química y la biología operan independientemente de nuestras creencias colectivas. La gravedad, por ejemplo, afecta a todos por igual, sin importar cómo la sociedad elija interpretarla.
Considera el siguiente escenario: eres un agricultor que necesita sembrar para alimentar a tu familia. Tienes que preparar la tierra, elegir las semillas adecuadas, regar, proteger los cultivos. La realidad se te presenta como suelo, agua, sol, plagas y ciclos de crecimiento. ¿Sería productivo que, antes de cada siembra, te detuvieras a filosofar si la tierra es "realmente" tierra o solo una representación digital de tierra? ¿O si el sol es "realmente" una esfera de plasma o una proyección luminosa de una entidad superior?
Para todos los efectos prácticos, y para el objetivo vital de alimentar a tu familia, te es infinitamente más conveniente (y funcional) pretender que la tierra es tierra, el sol es sol y el agua es agua, y actuar en consecuencia. Perder tiempo en esa especulación, aunque filosóficamente intrigante, sería una distracción fatal para tu cosecha.
Aquí es donde entra en juego el sabio pragmatismo del pato. Si un animal camina como pato, hace cuac como pato y luce como pato, para todos los efectos prácticos y para nuestra supervivencia, debemos reconocerlo como un pato. Las especulaciones metafísicas sobre su verdadera "esencia" –¿es un pato real o una simulación compleja de un pato creada por una civilización alienígena? ¿Es una proyección de nuestra propia mente o una manifestación de la conciencia universal?– deben tratarse con indiferencia pragmática. Tratarlo como algo diferente de lo que nos revela no sería útil para nuestra supervivencia. Si ignoramos que es un pato y esperamos que se comporte como un león, estaremos en serios problemas.
La existencia de la realidad objetiva no es solo una creencia conveniente, sino una verdad práctica ineludible. No necesitamos resolver todos los dilemas metafísicos para saber que, si tratamos la realidad como si existiera con sus propias reglas y resistencias, nuestra capacidad de navegar la vida, de construir, de crear y de prosperar se multiplica exponencialmente.
En suma, la realidad es lo que parece y se confirma al actuar. Asumirla así es funcional para la supervivencia y florecimiento; toda especulación metafísica, aunque intrigante, es una distracción inútil.
Gustavo Godoy
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