El mito de Platón en torno al amor en su dialogo “El banquete” ha
cautivado a la humanidad por milenios. El discurso de Aristófanes en
la casa del poeta Agatón nos cuenta que al principio los seres
humanos éramos seres de dos cabezas, cuatro brazos y cuatro piernas.
Los dioses nos castigaron dividiéndonos en dos y ahora cada quien está
en la búsqueda de su otra mitad. El ombligo es una cicatriz que da fe
de ese singular hecho. Este bello mito pone al amor como un profundo
anhelo de restituir la plenitud perdida. El amor es el reencuentro
con uno mismo en el ser amado. En otras palabras, existimos para
encontrarnos.
El escritor francés Antoine de Saint- Exupery en su “Principito” nos
enseña con gran belleza y simplicidad que las relaciones de cariño,
fidelidad y apego se cultivan paulatinamente con una estrecha
cercanía. El “crear lazos de unión” significa que dos seres dependan
uno del otro gracias a la conexión única y especial que han
desarrollado mutuamente.
El psicoanalista alemán Eric Fromm describe el amor no como un
sentimiento pasivo sino como una actividad deliberada que requiere
cuidado, responsabilidad, respeto y conocimiento. En realidad, “el
amor es dar”. Sobre todo, dar de sí.
Nos pueden atraer muchas personas pero en la práctica casi siempre nos
enamoramos de una tipología en específico. Son pocas las personas que
realmente despiertan en nosotros una sensación de afinidad y simpatía
verdaderamente transcendente. No es raro que nos encontremos con gente
que aunque nos parecen atractivas físicamente, no llaman sinceramente
nuestra atención. Ortega y Gasset escribió “La belleza que atrae rara
vez coincide con la belleza que enamora”. Pocas cosas nos describen
tan bien como nuestros gustos de pareja. Con frecuencia, nuestro gusto
expresa elocuentemente nuestra identidad. La escogencia del ser amado
está estrechamente ligada a nuestra propia configuración interna. Por
lo general, sentimos a los demás cuando nos vemos reflejados en ellos
a través de una belleza especial que únicamente nos habla a nosotros.
En la literatura, las historias de amor al principio típicamente se
presentan como una serie de malentendidos, equivocaciones y
complicaciones. Luego, en el proceso por superar estos obstáculos,
los protagonistas van descubriendo que en realidad son el uno para el
otro pero no lo sabían. Este descubrimiento casi siempre toma tiempo,
paciencia y valentía el realizarlo. Gradualmente, las barreras del
miedo, el orgullo y los prejuicios se rompen y lo que antes fue dos,
ahora es uno en una especie de mágico encantamiento. El mundo como se
conocía se desvanece, y surge un mundo nuevo en la forma de una
cálida intimidad que los seduce completamente. El conocimiento del
otro depende de un mejor conocimiento de sí mismos.
El verdadero amor en el mundo de hoy es un fenómeno muy raro.
Constantemente, evadimos, entorpezcamos y obstaculizamos el amor
porque el hombre moderno simplemente no sabe amar. El amor es una
unión mística y espiritual, y lo hemos convertido en una operación
mundana y superficial. Haría mucho bien el repensar nuestra actitud
hacia el amor para así cambiar nuestras maneras. Este podría ser un
mundo mucho más feliz.
Por muy dolorosas, irracionales y difíciles que muchas veces se
tornen las historias de amor, resulta increíblemente fascinante que a
veces solo basta con un simple gesto como una sonrisa o un “te quiero”
para que instantáneamente nuestra fe en el amor renazca de las
cenizas con más fuerza que nunca. Definitivamente, la vida, sin lugar
a dudas, …… es amar.
Gustavo Godoy
Articulo publicado por el Diario El Tiempo de Valera , Viernes 21 de agosto de 2015 en la columna Entre libros y montañas
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