viernes, 10 de junio de 2016

El loco







Un día, sin ninguna razón en particular, decidió viajar hacia rutas salvajes. Decidió caminar sin rumbo fijo por  un sendero  solo transitado por  locos, rebeldes y  vagabundos. Hastiado de lo artificial, zarpó en busca de  pureza. En el mundo, solo encontró mezquindad y vacío. Entonces, abandono lo cómodo y sensato. Sin posesiones o prejuicios, adopto la vía como su hogar y la libertad como su bandera.  Decidió perderse. Partió  para escapar de la falsedad y  lo absurdo  de la sociedad hacia los  territorios inhóspitos de su propia alma.

Con cada paso, se  acercaba más hacia los valores de la decadencia. Detestaba lo burgués.  Su apariencia  era cada  vez más desaliñada. Se dejó la barba rala y el cabello largo. Y  rara vez tomaba un baño.  No trabajaba. No estudiaba. No atendía ninguna iglesia. No sentía interés por iniciar una familia. Su templo era la música, el arte y la fantasía.  Llevaba una vida disipada y bohemia en una galaxia de  libros, tabaco y  vino.  Le atraía lo prohibido, lo oscuro.  Siempre se enamoraba de la menos indicada. Y siempre buscaba estar entre malas compañías: poetas, artistas, marginados y soñadores. Leía a Nietzsche, a Schopenhauer,  a Hesse, a Lord Byron,  a Cioran y a Rilke mientras escuchaba Rock y Jazz.  Se inclinaba un poco al Budismo y al Taoísmo, pero nada grave.  Practicaba una espiritualidad, sin dogmas y sin dioses. Amaba la vida, la belleza, el amor. Era joven ,a pesar de los años.

Habitaba el país  de la  autodestrucción y la recreación constante, impulsado por una subjetividad que a veces lo hacía feliz y otras veces lo deprimía. Su vida estaba llena de contradicciones, fallas y verdad. Abandono la lucha por la perfección y aceptó ser imperfecto. Sentía un profundo rechazo por lo cotidiano y lo práctico. En su interior  se daba una pelea eterna entre los demonios de la realidad y los del alma. Tenia todo: tristeza, felicidad, paz, rabia, calma, tormento, superficialidad y profundidad.

Su  comportamiento tan irracional e imprudente escandalizaba a sus familiares y amigos. Buscaban sanarlo, curarlo.  Lo creían loco. Lo consideraban confundido y desorientado botando su futuro sin  sentido alguno. Lo trataban como un inadaptado y un extremista. Ellos deseaban que fuera normal.  Él había experimentado la normalidad, y no deseaba volver. No quería eso. Quería equivocarse. Quería irse de lugar. Quería escapar y construir un mundo según sus propias reglas, un mundo más parecido a él. Más que la normalidad, quería el  fuego de lo auténtico.

Él estaba consciente que su conducta molestaba y preocupaba a mucha gente. Pero también estaba perfectamente consciente que eso  le importaba un bledo.  El precio de la libertad y del autodescubrimiento es la soledad y la incomprensión. No era que no le gústase la gente. Era simplemente que se sentía menos solo en la soledad. Era que la existencia  en soledad le resultaba más grande, más hermosa. Era simplemente que viviendo más allá del mundo de los hombres, cada pequeña vivencia se tornaba en  una aventura extraordinaria.  Así lo veía él, a pesar que nadie podía entender en lo que andaba. Hay algunas realidades que solo son comprendidas por sus creadores. Para los demás, son un gran misterio.

La vida no es una carrera de logros y premios  sino un tiempo que debe ser  vivido y sufrido, con sus cielos e infiernos.  Le llamaban loco, pero prefería eso a encontrarse con la muerte  y tener que confesar que  jamás había vivido.  Era vivir o morir en el intento.  Pasión o nada.

Lo que ocurre es que existen algunos seres que, a pesar de estar más seguros en el suelo, realmente nacieron para volar.  Así son los extraños, los raros, los diferentes, las ovejas negras, los patitos feos. Así  son los locos de este mundo.




Gustavo Godoy

Artículo publicado por El diario El Tiempo ( Valera, Venezuela) el viernes 10 de Junio 2016 en la Columna Entre libros y montañas


Ver blog: www.entrelibrosymontanas.blogspot.com
 
 

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