Hermann Hesse publicó Siddhartha, en el año 1921, después de
la primera guerra mundial. La primera parte está dedicada a Romain
Rolland; la segunda, a Wilhelm
Gundert (su sobrino). Por muchos años, su lectura estuvo confinada, se podría
decir, básicamente al mundo alemán. Pero, luego, con su publicación en Los
Estados Unidos en el año 1951, la obra obtuvo un público mucho más amplio en Occidente, sobre todo
entre la juventud rebelde de la posguerra. Es una pieza breve, pero de una
profundidad inmensa. El autor nos presenta aquí, en un lenguaje sencillo y
sumamente poético, una filosofía de vida muy peculiar. Es un texto para
reflexionar, sin lugar a dudas. Sobre todo, porque contradice mucho lo que
generalmente se supone de una búsqueda espiritual. Sí, la novela nos cuenta la
historia de un viaje, un viaje personal de autodescubrimiento. Como bien
sabemos, Hesse siempre tuvo un lado blando por las religiones orientales. Sin
embargo, esta simpatía no le impidió formar ideas propias e independientes. Nunca fue un seguidor
ciego de ningún dogma en particular. Al
contrario, sus exploraciones siempre fueron activas y avanzadas.
Autodidacta por naturaleza.
Ahora bien, la historia toma lugar en la
India/Nepal en la época que vivió Buda. Después muy temprana edad, Siddhartha,
el hijo preferido de un muy respetado Brahmán (Brahmán: miembro de la casta
sacerdotal hindú), siente un fuerte deseo, el deseo de conseguir la
iluminación. Claro, todos esperan que él siga los pasos de su padre como líder
religioso en la comunidad. Pero Siddhartha tiene otras aspiraciones. Había
aprendido sus lecciones al pie de la letra pero aún así no estaba contento con
su progreso interno. Entonces, toma la decisión de radicalizar sus métodos. Se
convirte en asceta (asceta: el que renuncia al mundo material). Junto a
su amigo Govinda, se va al bosque y se
somete, como elemento clave de su nueva
vida de renuncia, a una fuerte rutina de disciplina y austeridad.
Al tiempo, los dos escuchan historias sobre el Buda
(“Gotama” en el libro) y van a su encuentro para escucharlo con la
esperanza que obtener repuestas. Bueno, Buda les representa con perfecta
retórica su doctrina, las cuatro nobles verdades, los ocho nobles
caminos. Después de las lecciones,
Govinda se convierte al Budismo haciéndose un monje, pero Siddhartha no.
Él no cree en maestros, ni recetas de salvación.
Paso siguiente, Siddhartha conoce a Kamala, una
cortesana, que le enseña los secretos del amor. También, comienza a trabajar
con el comerciante Kamaswami que enseña el arte del dinero. Estos caminos
también resultan insatisfactorios. Frustrado y desesperado, casi se suicida en
medio de una crisis. Pero algo pasa.
Siddhartha, después de una especie de epifanía
junto al río, decide cambiar de vida nuevamente y se une al barquero
Vasudeva, trabajando y viviendo con él. Una vez en el río, y luego de convivir
brevemente con el hijo que tuvo con Kamala, por fin, encuentra algunas
respuestas y cierta plenitud de espíritu.
¿Qué aprendió Siddhartha?: que la experiencia
directa es la mejor escuela porque la teoría presenta grandes limitaciones. Es
decir, para realmente aprender algo que valga la pena sobre la vida es necesario
vivirla en carne propia. Los dogmas son ajenos y perjudiciales. No hay maestros,
ni sabios en este mundo, únicamente estudiantes. Las respuestas finales están
solo en nuestro corazón.
Gustavo Godoy
Artículo
publicado en El diario El Tiempo ( Valera, Venezuela) y en varios medios
alternativos en diferentes países del mundo el Viernes 16 de Marzo 2018 en la
Columna Entre libros y montañas
ver blog:
www.entrelibrosymontanas.blogspot.com
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