viernes, 16 de marzo de 2018

Siddhartha




Hermann Hesse publicó Siddhartha, en el año 1921, después de  la primera guerra mundial. La primera parte está dedicada a Romain Rolland;   la segunda, a  Wilhelm Gundert (su sobrino). Por muchos años, su lectura estuvo confinada, se podría decir, básicamente al mundo alemán. Pero, luego, con su publicación en Los Estados Unidos en el año 1951, la obra  obtuvo un público  mucho más amplio en Occidente, sobre todo entre la juventud rebelde de la posguerra. Es una pieza breve, pero de una profundidad inmensa. El autor nos presenta aquí, en un lenguaje sencillo y sumamente poético, una filosofía de vida muy peculiar. Es un texto para reflexionar, sin lugar a dudas. Sobre todo, porque contradice mucho lo que generalmente se supone de una búsqueda espiritual. Sí, la novela nos cuenta la historia de un viaje, un viaje personal de autodescubrimiento. Como bien sabemos, Hesse siempre tuvo un lado blando por las religiones orientales. Sin embargo, esta simpatía no le impidió formar  ideas propias e  independientes. Nunca fue un seguidor ciego  de ningún dogma en particular. Al contrario,  sus exploraciones   siempre fueron activas y avanzadas. Autodidacta por naturaleza.

Ahora bien, la historia toma lugar  en la India/Nepal en la época que vivió Buda. Después muy temprana edad, Siddhartha, el hijo preferido de un muy respetado Brahmán (Brahmán: miembro de la casta sacerdotal hindú), siente un fuerte deseo, el deseo de conseguir  la iluminación. Claro, todos esperan que él siga los pasos de su padre como líder religioso en la comunidad. Pero Siddhartha tiene otras aspiraciones. Había aprendido sus lecciones al pie de la letra pero aún así no estaba contento con su progreso interno. Entonces, toma la decisión de radicalizar sus métodos. Se convirte en asceta (asceta: el que renuncia al mundo material).  Junto a su  amigo Govinda, se va al bosque y se somete,  como elemento clave de su nueva vida de renuncia,  a una fuerte  rutina de disciplina y austeridad.  

Al tiempo, los dos escuchan historias sobre el Buda (“Gotama” en el libro)  y van a su encuentro para escucharlo con la esperanza que obtener repuestas. Bueno, Buda les representa con perfecta retórica  su doctrina, las cuatro nobles verdades, los ocho nobles caminos. Después de las lecciones,  Govinda se convierte al Budismo haciéndose un monje, pero Siddhartha no. Él no cree en maestros, ni recetas de salvación.

Paso siguiente, Siddhartha conoce a Kamala, una cortesana, que le enseña los secretos del amor. También, comienza a trabajar con el comerciante Kamaswami que enseña el arte del dinero. Estos caminos también resultan insatisfactorios. Frustrado y desesperado, casi se suicida en medio de una crisis.  Pero algo pasa.

Siddhartha, después de una especie de epifanía junto al río,  decide cambiar de vida nuevamente y se une al barquero Vasudeva, trabajando y viviendo con él. Una vez en el río, y luego de convivir brevemente con el hijo que tuvo con Kamala,  por fin, encuentra algunas respuestas y cierta plenitud de espíritu.


¿Qué aprendió Siddhartha?: que la experiencia directa es la mejor escuela porque la teoría presenta grandes limitaciones. Es decir, para realmente aprender algo que valga la pena sobre la vida es necesario vivirla en carne propia. Los dogmas son ajenos y perjudiciales. No hay maestros, ni sabios en este mundo, únicamente estudiantes. Las respuestas finales están solo en nuestro corazón.  

Gustavo Godoy 

Artículo publicado en  El diario El Tiempo ( Valera, Venezuela) y en varios medios alternativos en diferentes países del mundo el Viernes 16 de Marzo 2018 en la Columna Entre libros y montañas

ver blog: www.entrelibrosymontanas.blogspot.com

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