Los clásicos son eternos. De
algún modo, tienen la capacidad de pertenecer vigentes a pesar de los años, las décadas y los
siglos. La universalidad de sus valores es un parte esencial de su
longevidad. Por ende, lo peor que lo
puede pasar a una obra que pretende convertirse en un clásico es defender las
ideas de un pasado ya caduco. Un libro
obtuso rara vez logra la inmortalidad.
Nuestra actitud cultural hacia la
masculinidad tradicional ha cambiado mucho, sobre todo después de la Segunda
Guerra Mundial. El concepto de género ha evolucionado bastante. ¿Qué es un
hombre? ¿Qué es una mujer? A principios del siglo pasado, las respuestas a estas preguntas eran mucho
más claras. Hoy son más fluidas. Y en cierta manera, más ambiguas. La
admiración al héroe de fuerza varonil ha
dado paso al héroe de la sensibilidad. La vulnerabilidad recibe
más aplausos en el público contemporáneo que la imagen del guerrero viril. Por lo menos en los ambientes más
cultos. Con este cambio de actitud, pocos
escritores se han visto más afectados que Ernest Hemingway.
Fiesta (1926) fue la primera gran novela de Hemingway, una obra que
lo consagró como uno de los autores más destacados de su tiempo. Marcó el
comienzo de una época y colocó al escritor estadounidense como el vocero
incuestionable de una generación herida
por el pasado y sin muchas esperanzas de futuro.
Los alocados y licenciosos años
veinte fueron años de compensación. Una
era de liberación, de creatividad y de transformación, pero también de
perdición. La desorientación espiritual
y la bancarrota moral de
aquellos tiempos condenaron a sus participantes. Paris fue el epicentro de todo
esto. Un París repleto de jazz, de arte, de literatura y de expatriados. Era un
Paris de desenfreno, ironía y creación.
Fiesta es casi una autobiografía. La ficción se nutre en gran
medida de lo vivido por el autor. El
desventurado protagonista, Jack Barnes, un escritor estadounidense, también,
como Hemingway, sirvió en Italia durante la Gran Guerra. Debido a una herida
(que lo dejó impotente), ingreso a un hospital donde fue atendido por una
enfermera inglesa de la que se enamoró, Brett Ashley. Se separaron, pero nueve
años después coincidieron en Paris. Ella, una mujer divorciada, seductora y
liberal. Él, un hombre pasivo destinado a ser un simple espectador.
La primera parte de la novela
trascurre en Paris. Es la vida de los cafés, el licor y los bailes. Entre expatriados, principalmente ingleses y
estadunidenses. La promiscuidad, las tareas inconclusas, la imprudencia
económica y los corazones rotos son el pan nuestro de cada
día. Pero los amigos decidieron cambiar de aires. Se van a España, a las
fiestas de San Fermín en Pamplona para ver las corridas de toros.
La segunda parte de la novela es
en España. Antes de llegar a Pamplona, Jake y un amigo hacen un alto y se van a pescar truchas. Luego, se encuentran
con los demás en las vísperas de las fiestas. En el grupo, está Brett por
supuesto.
Hemingway sabe contar una
historia, definitivamente. Sus descripciones son sumamente vívidas. La pasión (por
las corridas de toros) se hace sentir.
Indudablemente. La novela nos muestra una versión romántica del deporte
sangriento. Hemingway es un maestro de la técnica. Eso nadie lo puede negar.
En fin, Brett llega comprometida
pero una vez en las fiestas se enamora de un joven torero. Deja a su prometido
y se fuga con su nuevo amor, un joven 19 años menor que ella. El amor dura poco.
Jack y Brett pasan un tiempo juntos en Madrid pero no sin lamentarse de su suerte.
Y así concluye la novela. Con una enorme sensación de vacío.
Fiesta es una novela sobre el pasado irreparable, los amores imposibles y las ilusiones perdidas.
Pero también es un homenaje a la
masculinidad tradicional, violenta y teatral. Algo que para el lector de hoy podría
resultar un poco difícil de digerir. Porque la cultura es otra. Fiesta es la misma novela que causó
furor en el momento de su publicación, pero los valores han cambiado. Ahora es
vista bajo otra luz. ¿Estamos siendo injustos con Hemingway? Solo el tiempo lo
dirá.
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