Existe una tendencia predominante en
el mundo de hoy que considera que el único camino hacia el bienestar es el competir contra los demás. Aceptamos el
paradigma que la vida consiste en pensar que nuestro valor personal está
estrechamente ligado a nuestras victorias en el campo de la competencia. Eres
un ganador o eres un perdedor. No se trata de lo que eres capaz de lograr sino de
superar a los otros. Es algo relativo, comparativo. No es sobre la meta. Es
sobre la posición con relación a los demás competidores.
La noción de que nuestra aceptación social y estimación personal depende de nuestro lugar dentro de un
mundo hostil caracterizado por la competencia y la jerarquía, genera mucha
angustia. Necesitamos el reconocimiento
por el miedo que sentimos al vernos como seres insignificantes. Entonces participamos
en un juego que lo único que busca es colocamos
en el podio de los ganadores de la carrera social. Queremos posar y jactarnos ante los demás para sentimos
seguros.
El problema de este juego es que solo
puede haber un ganador. Todos los demás
se convierten en perdedores. Algo muy difícil de digerir. El ganador se lleva todos los aplausos
mientras el resto son despreciados o, en el mejor de los casos, ignorados. Para
algunos el fracaso los motiva
a esforzarse mas para llegar a ser el próximo número uno. Algunos
trabajan duro. Algunos también hacen trampa. Renuncian al juego limpio debido a
las presiones y la desesperación. Lo único que importa es triunfar a toda costa.
Otros simplemente se sienten
demasiados abatidos y desmoralizados como para insistir. La presión es demasiada. Entonces, se rinden
antes de empezar. Esto significa vivir
con un fuerte sentimiento de resentimiento y frustración por dentro. Algo terrible. Una de la soluciones para superar estos
sentimientos es dejar de buscar la excelencia y en su lugar defender la mediocridad.
Hay personas que conspiran con otras para que todo sea
mediocre y así sus vidas sean más fáciles y cómodas. La competencia continúa pero en veces que
premiar al talentoso , este se margina. Según esta estrategia, admirar
al mediocre resulta más conveniente. Es más fácil. Estas
personas crean un grupo cerrado y aislado donde todos se aceptan mutuamente su propia mediocridad. Todo es uniforme. Nadie desafía. Toda crítica
es mal vista y reprimida. La búsqueda de la
excelencia o un habilidad excepcional es vista con rechazo. El método del
grupo es etiquetar rápidamente a los que
no abrazan la mediocridad como un ser egoísta, inconsiderado, o pretencioso. Un
perfeccionista que trata de imponer su estándar sobre los demás para vanagloriarse.
Prefieren excluirlos y obstaculizar sus esfuerzos, para darle espacio a aquellos
que si jueguen según las reglas conformistas del grupo de camarillas. El
resultado final es mediocre pero todos están felices porque no hay culpa ni
consecuencias.
Una persona plena no compite con nadie. No tiene nada que demostrar
porque cree en sí mismo. No se mide con los demás. Algo que considera patético.
Goza de una seguridad interna debido a que confía en su propio valor. Busca la cima en vencer
sus propios límites. Desafía el enemigo interno para alcanzar sus propios sueños. Vive. Disfruta. Evoluciona
a su propio ritmo. No hay angustia.
Camina relajadamente. Busca la excelencia colaborando, no compitiendo. Da, no quita. Aprende de lo diferente. Ayuda a
los demás. Acepta las mejoras. Está por
encima de juegos inútiles.
Artículo publicado por El diario El Tiempo ( Valera, Venezuela) el viernes 12 de Agosto 2016 en la Columna Entre libros y montañas
Ver blog: www.entrelibrosymontanas.blogspot.com
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