viernes, 2 de junio de 2017

La Musa






El Escritor  tocaba a la  puerta una y otra vez pero La Musa nunca  le abría. Ella solo lo veía escondida tímidamente detrás la ventana  pero hasta ahí. Al tiempo,  él luego partía  caminando lentamente y cabizbajo por las calles baldías solo dejando atrás una flor y la promesa de siempre volver , y también pensando en el porqué de no intentarlo si ambos  sabían  que funcionaria. Al rato, ella salia con una falsa indiferencia para recoger ,como todos los días, esa  flor que reposaba ahí , desprotegida y emotiva. Con el ceño fruncido y fingiendo que nada transcendental realmente había ocurrido buscaba el florero para ponerlo en el centro de la mesa tratando de disfrazarse de normalidad. Pero cada vez que se ocupaba de esta  tarea cotidiana y trivial que le acarreaba su admirador no correspondido, no podía evitar  respirar hondo y con picardía a veces sonreír.



El  contrariado y enamorado Escritor  estaba muy consciente que La Musa para él siempre sería  un amor imposible.  Él estaba claro en su tormento que  su querer era algo inaccesible. Su triste condena era quererla para siempre a lo lejos, como se quieren a las estrellas del cielo. El único consuelo que le quedaba era soñar con ella desesperadamente, pero nada más. Solo con eso debía conformarse  porque él  sabía perfectamente que su amargo destino era amarla inadvertido  desde la distancia y el  silencio de un rincón escondido,  durante toda la vida. Para su agonía,  él debía disimular calladamente  ante los demás para tapar de ese  modo que aquel  algo llamado amor seguía creciendo sin parar en su alma incluso estando siempre separados y que ese  vacío que sentía en el pecho  por aquello que pudo ser pero nunca fue y nunca  será jamás dejaba de causar  dolor.


Sin embargo, tanto ella como él sabían muy bien sobre el secreto que ambos compartían.  A  veces durante las noches  solitarias y los domingos sombríos a ella le  ocurría  que  los miedos y la negación abrían paso a  las dudas   por un sutil momento y ,como una rafaga de viento que viene y se va, la pequeña idea  de un amor tardío rozaba sus cabellos y le erizaba la piel. Un pensamiento atrevido le cruzaba la mente ligeramente como una gota de agua que cae y se evapora rápidamente. Pero lamentablemente después de los suspiros y de aquellos breves extravíos pronto volvía  a recordar su antigua costumbre de protegerse y esconderse como si esa vida no vivida que llevaba fuera una deuda eterna que debía pagar infinitamente. La verdad era que por mucho que lo intentaba y en contra de lo que constantemente ella misma decía que  deseaba nunca lograba alejarse totalmente de la ilusión de  amar.  Al amor siempre lo esperaba y siempre lo despedía como aquella vieja señora que iba a la estación  todos los días aguardando al tren para luego  decirle   adiós  llorando.  Lo anhelaba, pero jamás  se atrevía a  marcharse en él.

El  obsequio más hermoso y generoso en  todo el mundo es  un corazón. Quien lo regala solo crece. Pero siempre pierde  quien ,a pesar que lo añora, por temor no lo recibe y huye de él como si se tratara del  más terrible de los espantos.




Gustavo Godoy

Artículo publicado en  El diario El Tiempo ( Valera, Venezuela) y en varios medios alternativos en diferentes países del mundo el viernes  02 de Junio 2017 en la Columna Entre libros y montañas





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